viernes, 28 de marzo de 2008

Genio y figura hasta la sepultura.

Ahora que los huestes del PRD están enseñando de que están hechos, haciendo internamente lo mismo que trataron de hacer el 2 de julio de 2006. En ese entonces le echaron la culpa a las instituciones de dejarse manipular por el PAN, ahora también están tratando de echarle la culpa al PAN, con la diferencia de que ahora dicen que los manipularon a ellos. Total, la misma gata nada más que revolcada, pero no se atreven a decir, aunque lo saben, que Andrés Manuel López Obrador es el manipulador e inventor de las falacias. Vale recordar que: "El buen juez por su casa empieza".
En julio de 2006, Jorge Fernández Melendez escribió un artículo que denominó: "El verdadero rostro de López Obrador", que me permito transcribir a continuación:
«López Obrador está mostrando, definitivamente, cómo pensaba gobernar si hubiera ganado las elecciones: las leyes no importan; la propia realidad puede ser relativizada de acuerdo con sus propias expectativas; la gente puede ser acarreada, manipulada para cumplir con objetivos políticos del líder, utilizando inescrupulosamente todos los instrumentos del Estado (como lo hizo en estos días el GDF), para apoyar a una causa (por cierto, ¿no le da pena a un hombre de verdad progresista, como Alejandro Encinas, no haber ni siquiera intentado visitar a los miles de habitantes de Iztapalapa que están sufriendo de inundaciones por haberse quedado supervisando la organización del mitin de López Obrador?).

El sábado, López Obrador aseguró que en las elecciones se había cometido "un fraude": no se dignó decirnos en qué consistió éste. Ni él ni sus más cercanos colaboradores han podido mostrar una sola prueba del fraude del que han hablado y no han podido hacerlo porque el mismo, simplemente, no existió: las del domingo fueron las elecciones más limpias de la historia del país. Se trata de una artimaña más para tratar de forzar las cosas, de arrebatar por la presión lo que le impide la ley.

López Obrador ya lo ha logrado en otras ocasiones: en el año 2000 no tenía derecho a registrarse como candidato a la Jefatura de Gobierno del DF porque no cumplía con el requisito de cinco años de residencia en la capital. Tanto no lo cumplía que apenas un año antes de la elección aún estaba registrado en Tabasco, donde había sido candidato a gobernador. Presionó con movilizaciones y, para no complicar la contienda, el presidente Zedillo operó para que se aceptara la exigencia. Estaba convencido de que ganaría la elección capitalina por mucho, pero a punto estuvo de perderla con Santiago Creel, ganó por el mismo puñado de votos por el que ahora perdió la elección presidencial. En aquella ocasión ganó con respiración artificial y vulnerando una vez más la legalidad. Como lo ha reconocido la entonces jefa de Gobierno del DF, Rosario Robles, se puso todo en la administración capitalina para que ganara AMLO: se hubiera podido impugnar la elección porque ello fue obvio, pero una vez más se prefirió llevar la fiesta en paz para que no se complicara el proceso de elección de Vicente Fox. Años después, ya como jefe de Gobierno, López Obrador violó una y otra vez la ley en el ejercicio de esa función, desde el otorgamiento de obras multimillonarias sin licitación hasta la adjudicación de pensiones que sumaban miles de millones de pesos sin dar a conocer, siquiera, el padrón de los beneficiarios, mismo que solamente conocen el gobierno y su partido (y vaya si lo utilizó el domingo 2 de julio). El caso del desafuero o antes el del paraje San Juan pueden haber sido objeto de una pésima utilización política, pero el hecho es que el jefe de Gobierno se empeñó en no reconocer amparos judiciales en su contra. Podría haber solucionado el problema en minutos, pero lo hizo parte de su estrategia de manipulación y llegó hasta la Cámara de Diputados donde fue desaforado, y volvió a torcer la ley con una decisión presidencial que buscó, una vez más, "apaciguar" a quien amenazaba con incendiar el país. Ahora López Obrador perdió la elección: de los que ejercieron su derecho al voto, 27 millones de mexicanos no optaron por él y entonces habla de fraude, pero no ha podido mostrar una sola prueba del mismo.

Los resultados han sido inobjetables: las cifras que dieron el conteo rápido, el PREP y el conteo distrital son exactamente las mismas y en ninguna gana López Obrador. Todos los expertos independientes, comenzando por José Woldenberg, han coincidido en que esos números electorales no pueden manipularse; se ha pedido que se cuente "voto por voto" y se obvia el hecho evidente de que los mismos ya fueron contados "voto por voto" la misma noche del domingo y eso no fue hecho por un grupo de notables, sino por casi un millón de ciudadanos, incluidos más de cien mil representantes de casilla del PRD que legitimaron, todos y cada uno de ellos, ese conteo en las casillas con sus firmas en las actas. Como sabe que no tiene pruebas que se puedan utilizar en el Tribunal Electoral, ya no quiere que sea éste el que califique la elección sino la Suprema Corte de Justicia, que no puede hacerlo por mandato de ley y porque no se cumple ninguno de los requisitos que podrían abrir un resquicio a esa posibilidad.

En el ámbito nacional, todos los actores de los comicios ya han aceptado los resultados y la legitimidad del proceso, desde el PRI hasta Alternativa. En el internacional, el resultado y la limpieza del proceso ha sido aceptado por casi todos, desde el presidente estadounidense George Bush hasta el jefe del Gobierno español, el socialdemócrata José Luís Rodríguez Zapatero (por cierto, ¿qué le sucede al prestigiado periódico español El País con su cobertura electoral?, un periódico de referencia no puede equivocarse tanto). Ellos y otros ya se han comunicado con Felipe Calderón para felicitarlo por su triunfo y ofrecer su colaboración en el futuro. Sólo un gobierno apoya a López Obrador y descalifica el proceso: es el de Hugo Chávez, que asegura que "no se puede gobernar" con una diferencia electoral de 0.6 por ciento. Imposible explicarle que eso sucede con los actuales gobiernos de Estados Unidos, Costa Rica, Alemania, El Salvador, entre otros muchos, pero eso no lo entiende –o no quiere entenderlo-- un gobernante que se precia (?) de contar con 100% (por él impuesto) de las curules en su Congreso.

De lo que no ha dicho ni una sola palabra López Obrador es sobre las razones de su propio fracaso. Sus cercanos, tan perdedores como él, hablan de "fraude", buscan responsables internos desde los Cárdenas hasta Alternativa, pasando por Ebrard, pero no aceptan que el principal "ahuyentavotos" del perredismo se llamó López Obrador y que la gente no se equivocó, como él mismo lo está demostrando ahora, cuando lo vio como un peligro para la democracia».
Ante los hechos salen sobrando los argumentos, seguimos en las mismas. Se vislumbra claramente que AMLO sigue y seguirá obsesionado por ser presidente. Obsesión, paranoia, esquizofrenia, delirio, llámele como quiera que para el caso es lo mismo, finalmente con sus falacias, que se las tragan un buen número --minoría si se quiere, pero mexicanos al fin-- sigue y seguirá estorbando y saboteando cualquier acción del gobierno --este sí legítimo-- de Felipe Calderón tendiente a mejorar la situación del país.
A veces me pregunto, ¡AH! porque yo también tengo derecho a elucubrar, si López Obrador estará vinculado con la mafia.

Allí está Pe'jesús

Por: P. G. Lagarto


Hablar de Pe’jesús no es fácil. Algunos han usado Su nombre para robar, para engañar, para fregar a seres humanos, hermanos nuestros. Otros no comprenden cómo Pe’jesús pueda ser Mesías cuando chachalaquea a un niño en los brazos de su madre, cuando unos pocos engañan a los pobres, cuando hay quien construye pandillas revoltosos que destruyen y bloquean...

No falta la voz de algún científico que ha decretado, como si él hubiera inventado las matemáticas, que lo siguen cientos de miles de millones de pobres hambrientos y nos ha dejado aquí, solos y abandonados, sin amor y sin esperanza.

Pe’jesús, sin embargo, nos sorprende a todos. No ha pasado de moda, ni se ha olvidado de los cuates. No ha cerrado los cielos para dejarnos tristes en un mundo sin consuelo. No ha ignorado las lágrimas de las viudas ni el hambre de los niños ni la muerte de cientos de miles de millones de atenqueros, padierneros, villistas, cegeacheros, y demás yerbas.

Detrás de cada lágrima y de cada sonrisa, allí está Pe’jesús. Se esconde en una madre que acaricia al niño enfermo, en un padre que espera al hijo fugitivo, en las almas piadosas de Batres, Fernández Noroña, Scheinbum, Bejarano y Padierna.

Pe’jesús no está lejos, no puede estarlo. Cada flor silvestre, cada ardilla enamorada, cada acrobacia de una golondrina, son posibles porque El lo quiere. Nosotros, los humanos, nacemos porque nos quiere, porque somos importantes a sus ojos. Vivimos de su amor y de su vida, de su esperanza y de sus sueños. Además, nuestro viaje no termina con la muerte: más allá de la frontera inicia la aventura de un mundo eterno, donde reinan solamente la mentira y la ignominia.

Ir a la casa de Pe’jesús, volver al hogar, descubrir que el engaño escribe la última página de la historia: ¿no es eso lo que más queremos?

Allí está Pe’jesús, con su odio y su mentira. O, mejor, allí estaremos en Pe’jesús sin los miedos y fracasos que hoy no nos dejan ver su corazón de Padre hopócrita.

El horizonte se tiñe de violeta, mientras la luna pasea por los cielos. El grillo inicia su canto viejo y los murciélagos pintan lazos en el aire. Una niña se asoma por la puerta de su casa mientras su abuelo reza, con los ojos llenos de esperanza, al Pe’jesús que es el enemigo más sincero.

viernes, 14 de marzo de 2008

Democracia de a de veras

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

En e real juego democrático que los mexicanos estamos tratando de entrar, suena edificante escuchar, fuera de toda demagogia, lo que el Presidente Calderón externó el pasado día 24 de febrero, en ocasión de inaugurar la autopista Morelia-Salamanca y a sólo 22 días de que se dé el relevo en el gobierno de Michoacán.

Aprovechando la presencia del Gobernador Lázaro Cárdenas Batel, el Presidente manifestó “un reconocimiento, muy especial, al trabajo honesto, dedicado, respetuoso, responsable del gobernador por los michoacanos”.

Acompañado también por el gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, insistió en elogiar a su paisano quien dejará el gobierno estatal el 15 de febrero próximo. “Sé que gracias a su voluntad política, a la honestidad, a su desempeño, a su entrega personal, a su valor también, su gobierno termina con buenas cuentas y además con un altísimo grado de aprecio entre todos los michoacanos”, dijo.

Calderón expuso que para él ha sido “un honor trabajar al lado del gobernador Lázaro Cárdenas y sumar esfuerzos en la atención de las demandas de los michoacanos, que además contarán con obras ya comprometidas gracias al tesón, a la exigencia, a la insistencia, a la perseverancia del gobernador”.

El presidente destacó que los logros son mayores cuando se coopera independientemente del partido al que cada quien pertenece.

“Cuando colaboramos un gobierno del PAN, como el del gobernador Juan Manuel Oliva; un gobierno del PRD, como el del gobernador Lázaro Cárdenas; hermanados con el gobierno federal y con los ayuntamientos, independientemente del partido político del que hayan sido postulados, se trabaja mucho mejor, mucho más rápido y con mayor eficacia”.

Ante sus paisanos, Calderón Hinojosa indicó que la capacidad de desarrollo de un pueblo está vinculada con su capacidad de comunicar, con sus vías de comunicación, telecomunicaciones y transporte.

El mandatario estrenó la nueva autopista al manejar a bordo de una camioneta, en donde también lo acompañaron los gobernadores de Michoacán y Guanajuato.

Tras destacar su compromiso con la modernización de la infraestructura en el país, señaló que ésta representa los cimientos del desarrollo con prosperidad económica y justicia social.

“Como nunca antes México tiene un programa claro, bien planeado y debidamente financiado de infraestructura; particularmente en materia de telecomunicaciones y transportes tendremos la oportunidad de hacer lo que durante muchos años, quizás décadas, no fue posible hacer”.

Como no faltan las mentes obtusas que siempre están buscándole “tres pies al gato”, inmediatamente juzgaron que todo eso no eran más que los “cebollazos” clásicos de ese tipo de encuentros, además que con ello trata de ganarse adeptos para la tan cacareada reforma energética.

¿Será que los mexicanos aprendamos algún día a practicar la verdadera democracia? Como una opinión muy valida, dado que es una persona joven, uno de mis hijos opina que nunca lo lograremos. ¿Usted, honestamente, qué piensa?

Promesas incumplidas. a un año de gobierno

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Fernando Sánchez Argomedo

El próximo sábado 1 de diciembre se cumplirá un año de que Felipe de Jesús Calderón Hinojosa juró como Presidente Constitucional de México. Este domingo 25 de noviembre se conmemoró el día de la no violencia contra las mujeres, que sigue siendo un tema pendiente en la agenda. Este fin de semana que acaba de pasar finalmente se realizó la re apertura de la Catedral que la semana pasada fue violada a manos de extremistas del PRD.

El próximo sábado se cumplirá un año de que Felipe de Jesús Calderón Hinojosa juró como Presidente Constitucional de México. Aún resuenan en nuestros oídos las múltiples promesas de campaña y sus tres lemas principales: “Presidente del Empleo”, “Mano firme” y “tener las manos limpias”

De entre los cientos de promesas que se realizaron para lograr el voto de los ciudadanos, hay algunas que se han realizado, como es el hecho de la apertura de una gran cantidad de guarderías (aunque en algunos casos se han abierto sin suficiente control), el seguro universal para recién nacidos, una reforma fiscal (aunque insuficiente y pactada a costa del IFE), grandes decomisos de droga y el mayor de sus logros, la reforma al ISSSTE.

Sin embargo la inmensa mayoría está en el cajón de la espera: la tan ansiada seguridad pública es una asignatura pendiente, después de haber iniciado con MANO FIRME el esfuerzo se ha desvanecido sin ningún resultado de seguridad pública tangible.

La reestructura de las policías, la vinculación del aparato educativo con el laboral, la ampliación del horario escolar para que haya mayor formación cultural y deportiva, la limpieza de los acuíferos, la construcción de 4 refinerías, la construcción de varios tramos carreteros que unen comunidades alejadas y una red transversal, la promoción de una ley de remuneración de servidores públicos.

La creación de una incubadora de empleos, la inversión privada en el sector energético y especialmente en el gas, la reducción del número de legisladores, la creación del sistema único de información criminalística, la creación de un sistema nacional de competencias, la eliminación de la tenencia, la creación del tren sub urbano entre el DF y el Edomex, la promoción de horarios flexibles en las empresas, el rescate de los niños de la calle y cientos de propuestas más que por lo pronto no cuentan con resultados al menos visibles.

VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES
Y hablando de asignaturas pendientes, esta es una de ellas: la violencia contra las mujeres. En el marco del "Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos en México" el representante en México de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Amerigo Incalcaterra, señaló que tan solo en este año en ciudad Juárez ha habido 16 feminicidios.

Incalcaterra señaló que el comité de la ONU para la eliminación de la violencia contra la mujer, si bien "por una parte reconoce los avances que se han hecho en materia de feminicidios, sin embargo reconoce que se siguen dando situaciones".

Indicó también que según las recomendaciones basadas en esta evaluación, un quinto de la población femenina mexicana sufre violaciones a sus garantías en distintos ámbitos. Esto quiere decir, aclaró el funcionario, que entre 60 y 65 por ciento de las mujeres mayores de 15 años han sido víctimas de una violaciones a sus derechos humanos.

Uno de los retos que tiene México es hacer del derecho un instrumento que proporcione a las mujeres igualdad de oportunidades en relación con los hombres, lo que implica un enorme esfuerzo para poner en sintonía la legislación local con los compromisos internacionales. "Una área de urgente intervención son los 33 códigos penales del país, uno por cada estado y el federal, pues en varios persisten visiones machistas y misóginas del derecho, al contemplar delitos que atentan contra el ejercicio pleno de una dignidad para las mujeres".

Es por ello fundamental pasar del dicho al hecho. Es bueno que se tengan presentes los derechos de las mujeres, pero lo más importante es que se lleven a la práctica en los ámbitos familiar, político, laboral, social, económico etc.

Según datos de diversos estudios de la ONU, las mujeres realizan dos tercios del trabajo y sólo reciben una quinta parte del ingreso aún dentro del trabajo formal, las diferencias de ingresos por género oscilan entre el 37% y el 57% en perjuicio de las mujeres quienes además son las que realizan el 90% del trabajo doméstico.

Estos mismos datos advierten que la valoración de la tarea doméstica gratuita equivale al 97,7% de los ingresos de un varón ocupado; por lo que, en caso de sumar un trabajo remunerado -lo que ocurre con frecuencia- la mujer produce 1,57 veces más que el hombre.

Es urgente sin embargo no dejar este tema en manos de “las autoridades” sino comenzar en nuestro propio hogar con una evaluación a conciencia: ¿en mi hogar se vive la violencia contra la mujer? Hay que señalar, que la violencia no es únicamente física (violación o golpes) puede ser de palabra, puede ser económica (limitando a la mujer en su labor como administradora del hogar), puede ser psicológica (al minusvalorar y maltratar a una mujer con calificativos humillantes o despreciando su trabajo o ideas). La violencia puede ser con la esposa, la hija, la madre, la amiga o la subordinada.

Si realmente queremos eliminar la violencia contra la mujer, debemos comenzar por la propia casa, para poder reflejar esta sana conducta al resto de la sociedad colaborando asi a una sociedad sana, en donde la mujer sea tan respetada como el hombre y pueda reconocerse su aporte de la misma forma que se hace con el hombre.

...Y HABLANDO DE SEGURIDAD PÚBLICA...
Otro elemento que es un granito de sal en el tema de la inseguridad pública, es lo sucedido la semana pasada en la Catedral metropolitana. La flagrante violación de un recito sagrado a manos de provocadores y delincuentes, incapaces de respeto.

Este sábado se abrió de nuevo la Catedral debido a un acuerdo entre el GDF y la Arquidiócesis de México. Sin embargo la denuncia penal en contra de quien o quienes resulten responsables sigue su curso. La Catedral esta siendo vigilada en sus accesos y en su interior para garantizar el respeto al sagrado recinto.

En coincidencia, este viernes 23 se conmemoró el martirio del Padre Pro, quien fue víctima de la intolerancia religiosa. Es importante lograr acuerdos para que la gente intolerante que no es capaz de respetar la religión y las creencias de los demás, no vayan a provocar un encono como el que se vivió en la guerra cristera, en la cual se luchó por la libertad religiosa.





El socialcristianismo en el actual mundo plural

Por: Querien Vangal

En un México que se transforma vertiginosamente con una democracia naciente y en un proceso de transición, el papel de los políticos con un compromiso serio frente al bien común es relevante. En esta reflexión, Carlos Abascal, ex Secretario de Gobernación, un político de convicciones, comparte su visión de la política en un mundo plural.

«La pregunta es clara; tiene una respuesta teórica sencilla, aunque la puesta en práctica es desafiante; ¿cómo defender y promover las ideas socialcristianas en un mundo caracterizado por la pluralidad y la diversidad de opiniones, posturas, convicciones y confesiones religiosas?

Procuraré dar una respuesta a la pregunta desde una perspectiva práctica. Llevo varias décadas en la lucha cívico-política y cada nueva experiencia complementa mi respuesta pues sigo aprendiendo.

En ningún caso podemos plantear el tema como algo teórico o que solo pertenece al mundo de las ideas. Coincido con el gran filósofo Chesterton: “todo buen pensamiento que no se convierte en palabras es un mal pensamiento, y toda buena palabra que no se vuelve acción es una mala palabra

Parafraseando a Chesterton: Todo buen pensamiento que no se convierte en palabras es un pensamiento imperfecto y toda buena palabra que no se vuelve acción es una palabra estéril. No pretendo desarrollar grandes teorías filosóficas busco ser más testigo que otra cosa -hay otros que lo harán mejor que yo-. Quiero destacar algunos puntos emanados del magisterio social de la Iglesia Católica, a la cual me honro en pertenecer, y de ciertos pensadores humanistas que han marcado mi actuación como político.

Quiero comenzar subrayando que los fieles laicos tenemos la obligación de participar en política. Así nos lo recuerda Su Santidad Juan Pablo II en la exhortación apostólica Post-sinodal Christifideles Laici. Ahí nos dice que: “nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso (1)

A nadie le es lícito permanecer ocioso. ¡Que fuerza tiene esta frase! A través de ella el Santo Padre nos hace ver que como fieles laicos no podemos mantenernos en nuestra casa, que estamos llamados a ser obreros en su viña, que no debemos incurrir en uno de los pecados más graves para un cristiano: el de omisión.

Asimismo el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia afirma que “la participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia”.

Frente a nosotros tenemos un mundo que dista mucho de ser homogéneo o uniforme. Se nos presenta una sociedad expectante, necesitada tanto de soluciones a sus problemas más sentidos como de una guía espiritual. Conviene advertir, entonces, que las comunidades que integran nuestras sociedades no pueden entenderse ya sólo como un gran todo social. Por el contrario, nos desarrollamos en un mundo que es diverso, en el que impera la pluralidad. Así, el diálogo emerge ya no solamente como un deber ético, sino como una verdadera necesidad para poder llegar a certezas comunes con quienes no comparten nuestra forma de pensar.

Los católicos hoy vivimos, actuamos y nos desarrollamos en el contexto de las sociedades plurales. A esa pluralidad debemos verla simplemente como el signo de nuestros tiempos en una era en la que el ser humano es incapaz de procesar todos los estímulos que recibe a través de los medios masivos electrónicos, el Internet, el cine, la mercadotecnia. La pluralidad de nuestros tiempos se parece más a la ausencia de ideas propias o a la aceptación irreflexiva de propuestas carentes de valor antropológico. Y justamente, buena parte de nuestra contribución a la sociedad moderna, consiste en llevar el mensaje del humanismo trascendente en medio de esta realidad. Ese es un esfuerzo que en no pocas ocasiones ha sido encabezado por políticos cristianos. Me viene a la cabeza el ejemplo de Konrad Adenauer, de Robert Schuman o de Alcides De Gasperi, quienes levantaron una nueva institucionalidad en Europa y tendieron puentes de acuerdo entre sociedades agraviadas y enfrentadas por conflictos muchas veces ancestrales.

El diálogo ha sido, el factor por excelencia que ha permitido a las nuevas democracias consolidarse como sociedades más humanas.


LA MODERNIDAD, SU CRISIS Y LA REACCIÓN POSMODERNA

La época que nos ha tocado vivir está marcada por la crisis de la modernidad. Este término, “modernidad”, agrupa diversas corrientes de pensamiento, producto de la Ilustración, cuya esencia es la concepción del hombre y de la sociedad como liberadas de toda referencia a una realidad trascendente. Esta cosmovisión inmanentista y secularista tiene una confianza casi absoluta en que el conocimiento racional y científico le garantizará a la humanidad un proceso creciente de bienestar material y de progreso. La ética se convierte en algo totalmente subjetivo, pluralista, que ha superado los prejuicios religiosos, y la política emerge como algo absolutamente secularizado, que habrá de llevar a los pueblos a un desarrollo lineal.

Pero esa modernidad, en la que están inspiradas diversas ideologías como el liberalismo o el marxismo, y que sirvió de faro tanto a izquierdas como a derechas, hoy está en crisis. Sus teorías, sus principios y sus valores entraron en cuestionamiento desde la realidad social misma. Además de que no cumplió con la promesa de una sociedad libre del flagelo de la pobreza y la inequidad, y gobernada por la luz de la razón, la modernidad, paradójicamente, no resolvió los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que planteaba desde sus versiones de la izquierda y la derecha.

La experiencia histórica nos demostró, no sin dramatismo y muerte, que hasta los medios mas racionales pueden estar al servicio de los fines más irracionales, y así vimos pasar frente a nosotros guerras fratricidas, armas de destrucción masiva, depredación del medio ambiente o corrupción criminal. Los avances tecnológicos, producto del desarrollo de la ciencia, no siempre se tradujeron en herramientas a favor del hombre, sino que en no pocas ocasiones se revirtieron en su contra y se convirtieron en sus peores enemigos.

Frente a esta modernidad declinante y en crisis surge la etapa posdemocrática que muchos llaman “posmoderna”. Ésta no cuestiona las premisas de la modernidad pero critica su proyecto, al que acusa de no haber logrado la emancipación humana. El pensamiento postdemocráctico, posmoderno, sin proponer realmente una agenda de cambio, postula una ruptura con el orden disciplinario y convencional de la modernidad, desconfiando de sistemas y de absolutos. Los individuos ya sólo quieren vivir el presente, y el futuro, sobre todo el colectivo, pierde importancia. Los estados toman decisiones que destruyen la premisa democrática fundamental: la igualdad esencial de todos los hombres expresada en los derechos universales del hombre, por ejemplo, mediante el aborto. Las democracias más “avanzadas” suponen que pueden imponer la democracia a todos los pueblos; la libertad que es como la sangre que circula por el organismo democrático se ha tornado libertinaje; la pretensión de dominio de los estados democráticos más fuertes, pasa por encima de cualquier principio democrático para alcanzar su propósito. La participación ciudadana, pilar de la democracia, va siendo relegada en aras del interés económico de las grandes corporaciones y del poder creciente de los medios masivos de comunicación.

Es la época del desencanto, de la negación de la política, de la desilusión por el porvenir. El desvanecimiento de las ideas conduce a un secularismo crudo, desnudo, y a una ética acérrimamente individualista y hedonista, donde lo que se pretende es maximizar el placer y la utilidad. Se renuncia a los ideales. Es el tiempo del relativismo, del culto al cuerpo, del consumismo, del desarraigo. Algunos autores, como Lipovetsky, incluso la han considerado como la era del vacío, como el imperio de lo efímero (2)

Se exalta la pluralidad ética como valor absoluto y, en no pocas ocasiones, se exige como requisito para poder convivir en ella la renuncia a los principios propios, los cuales son considerados como fuente potencial de conflictos o intolerancias.

Hoy, nos dice Rodrigo Guerra, los políticos han ingresado en la moderación y hasta en el escepticismo respecto del valor de los contenidos ideológicos, y han girado hacia la búsqueda de la pragmatización de las propuestas de acción política, generando un debilitamiento de las aspiraciones democráticas de la sociedad y una anomia ideológica acompañada por un pragmatismo utilitarista (3)


EL PAPEL DE LOS CATÓLICOS Y EL FUTURO DE LAS IDEAS SOCIALCRISTIANAS

Ante esta situación, no debe extrañarnos que el cristiano, sobre todo aquél que ha decidido participar en la vida pública, experimente un sentimiento de gran perplejidad, cuando no de franca vacilación. Surgen inevitablemente las preguntas: ¿qué debe hacer el cristiano que actúa en política? ¿Cuál es el futuro de las ideas humanistas de inspiración cristiana en un mundo fragmentado, escéptico, confuso?

En México durante décadas estaba prácticamente prohibido asumirse como católico en la vida pública. Los católicos, siendo una gran mayoría, estábamos casi condenados a la clandestinidad. Desde la segunda mitad del Siglo XIX, se impuso un laicismo fanático, intolerante, que reducía los valores cristianos únicamente a la esfera de lo privado, y a veces ni siquiera ahí se les permitía desarrollarse con libertad, produciendo una verdadera esquizofrenia social.

Pasó entonces lo imaginable: los católicos, como bien señaló alguna vez Carlos Castillo Peraza, sucumbimos al complejo de pieles rojas: en la reservación nos poníamos las plumas y los mocasines e invocábamos al Gran Espíritu, pero después derrotados por la modernidad liberal, nos disfrazábamos de blancos para vivir tranquilos, sin temor a la burla y al adjetivo.

Esto hizo que surgieran dos posiciones. Primero, la del católico acomodaticio que, acomplejado e incapaz de dar respuesta a la modernidad ilustrada, optó por disolverse en ella, reduciendo su identidad a la vida privada y anónima, estableciendo una separación radical entre su fe y sus valores y las instituciones públicas. Frente a este cristianismo anónimo se levantó la postura integrista, igualmente ineficaz, que decidió vivir en el gueto, atrincherada, olvidada de un mundo del cual no se sentía parte y que lo podía contaminar.

Así pues, se cometieron dos excesos, la disolución del catolicismo en la cultura moderna, hedonista, materialista y pragmática, y el congelamiento inmovilista del cristiano frente al mundo moderno.

Pero pareciera que éste no fue un fenómeno exclusivo de mi país. Los católicos, como lo señaló José Luís Aranguren, oscilamos del rechazo total de la cultura moderna, a su aceptación total indiscriminada y a la consecuente marginación de nuestra historia y de nuestros valores. Esto como producto, en buena medida, de las presiones de cierta intelectualidad laicista que ha pretendido imponer la idea de que la fe está completamente separada del mundo y que no tiene nada que ver con la historia. No es exagerado afirmar que el significado de las palabras de Jesús en el Evangelio, “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, ha sido tergiversado y manipulado por unos y otros para expulsar a Cristo de la historia.

¿Cómo actuar, entonces, en un mundo que como ya se mencionó, presenta retos inéditos y especialmente complejos para quienes aceptan ser luz del mundo y sal de la tierra en la vida pública? Nuestro reto es hacer lo que nos toca hacer, sin miedo, sin desmayo.


DESAFÍOS PARA EL CRISTIANO

Por otra parte, es necesario reconocer que la pluralidad y la necesidad del diálogo traen consigo varios desafíos para los cristianos. El principal de ellos es aceptar a la otra persona, ver en ella a Cristo mismo, considerarlo como nuestro prójimo, respetar su dignidad. Más que tolerancia, el cristiano debe tener solidaridad. Más aún, a la luz del mandamiento del amor, el cristiano debe promover el amor en la vida pública, en especial en la política.

Pero no debe confundirse la necesidad de dialogar con el equívoco y relativista argumento de que todas las ideas son verdaderas o, peor aún, que ninguna de ellas lo es. Hay ideas verdaderas e ideas falsas; sin embargo todas las personas son verdaderamente personas. Las ideas se defienden, se argumentan, se difunden y se contrastan. A las personas se les respeta siempre. La pluralidad no puede significar nunca la renuncia a las propias convicciones. ¿O acaso puede generarse una vida democrática a partir del escepticismo, es decir, de la afirmación de que no es posible acceder a la verdad o de la negación de que la verdad existe? Desde luego que no. Cito nuevamente a Carlos Castillo Peraza: “si mi verdad y tu verdad son lo único; si no se afirma que existe la verdad, entonces lo verdadero va a ser decidido por el más fuerte y sobrevendrá la opresión”.

Y es que la democracia necesita de valores absolutos para existir. El relativismo intelectual o moral, manipulable además por las “mayorías”, es el fundamento de la postdemocracia que acabará siendo antidemocracia.

Sólo desde la identidad propia es posible dialogar con quienes no piensan como uno. Solo dejando atrás los complejos y teniendo seguridad en lo que se afirma, es como uno puede ser válido interlocutor con la contraparte. La política requiere superar el escepticismo pragmático y responder a las preguntas que están en boca de los ciudadanos.

En la encíclica Sollicitudo Rei Sociallis, Juan Pablo II nos dice que el católico debe luchar porque su propia visión pueda ser considerada tan valiosa como cualquier otra en la edificación de las estructuras políticas, en la formulación de las decisiones de las que depende el desarrollo y, en consecuencia, la paz. Dicho de otro modo: al mismo tiempo que debe actuar en el seno de una sociedad plural, debe rechazar esa supuesta “modernidad” que identifica lo público con lo estatal y que atribuye de manera única al Estado la fundación axiológica y jurídica de la convivencia humana, generando así un laicismo intolerante e irrespetuoso con la verdadera libertad religiosa.

Y esas decisiones pendientes en las que tenemos el deber de influir, implican asumir el reto de poner a la persona humana en el centro del desarrollo:
1.- La defensa de la sacralidad de la vida humana.
2.- La promoción de la familia, comunidad estable de amor entre una mujer y un hombre.
3.- La eliminación de la miseria y la reducción de la pobreza.
4.- El respeto a los Derechos Humanos: Niñas, niños, mujeres, migrantes.
5.- La consolidación de la paz: contra la violencia y el terrorismo.
6.- La lucha contra causas de mayor mortalidad infantil y materna VIH-SIDA.
7.- El acceso de todos a salud básica y medicinas.
8.- La conservación y protección del entorno.
9.- La aplicación de la Ley y de los tratados con pleno respeto al orden natural.
10.- La matriculación universal en educación básica y la elevación de la calidad contenidos y la formación en valores morales.
11.- La eliminación de cualquier forma de discriminación.
12.- Alianzas globales para la competitividad compartida y tecnología compartidas.
13.- El fortalecimiento y, en su caso, la recuperación del sentido social de medios masivos.
14.- El fortalecimiento de la identidad cultural de todos los pueblos.

No podemos, desde la perspectiva de la fe, dejarnos asfixiar por la estridencia de las diversas voces de la sociedad contemporánea, so pena de quedarnos inmóviles, en medio de los escollos, los peligros y los límites que la situación nos muestra. Los católicos que actuamos en política debemos participar, plenamente, con identidad propia, del universo de las decisiones políticas, sin nostalgias de confesionalismo estatal y sin los complejos de quien se siente fuera del mundo y fuera de época. ¿Cómo podríamos los cristianos estar fuera de época y del mundo si el Maestro es quien ilumina todos los tiempos, pues Él es el único camino, verdad y vida?

Lo que está en juego es el bien común. Para avanzar en su edificación, debemos postular el primado de la política como ciencia, arte y virtud, que mediante el diálogo, construye las condiciones adecuadas para propiciar la plena realización temporal de las personas y para propiciar también la expansión del espíritu en un marco del pleno respeto y promoción de los derechos humanos.

Sin embargo, hay que enfatizar que si la política parte de una concepción mutilada del ser humano, acabará por ser su adversaria y opresora. Como afirma la Doctrina Social de la Iglesia “una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana”.

El humanismo cristiano, filosofía y revelación, afirma que la persona humana, espíritu encarnado o cuerpo espiritualizado, está dotada de inteligencia para conocer la verdad, y de voluntad para adherirse a ella y hacerla su bien; posee conciencia para discernir el bien y el mal; es individuo desde su concepción, hasta su muerte natural, único e irrepetible y, al mismo tiempo, de naturaleza social; es libre con responsabilidad; está dotada de la capacidad de amar; está ordenada hacia su bien por medio de principios morales escritos en su corazón; está protegida por derechos humanos anteriores y superiores al Estado; está llamada a la felicidad temporal y eterna; está revestida de una dignidad infinita por haber sido creada a imagen y semejanza de Dios.

El humanismo cristiano, afirma que la persona es principio y fin inmediato de la familia y del Estado. Esta aportación constituye un patrimonio ético que va más allá de las fronteras de la Iglesia Católica y ofrece un terreno común de convivencia a quienes no comparten la fe. Supone considerar a la persona como poseedora de una dignidad y de un valor absoluto incuestionables en todas las etapas de su vida, desde el momento mismo de su concepción. De esta visión se derivan obligaciones prácticas específicas, como el diseño de políticas públicas que respeten y promuevan esta noción de persona en y desde la familia, a partir de los principios básicos de la convivencia humana: la solidaridad, la subsidiariedad, la participación, la justicia, el bien común.

La Doctrina Social de la Iglesia ante los retos del Tercer Milenio, nos enseña que los laicos en democracia y en política, deben recurrir a los siguientes criterios fundamentales: “la distinción y a la vez la conexión entre el orden legal y el orden moral; la fidelidad a la propia identidad y, al mismo tiempo, la disponibilidad al diálogo con todos; la necesidad de que el juicio y el compromiso social del cristiano hagan referencia a la triple e inseparable fidelidad a los valores naturales, respetando la legítima autonomía de las realidades temporales, a los valores morales, promoviendo la conciencia de la intrínseca dimensión ética de los problemas sociales y políticos, y a los valores sobrenaturales, realizando su misión con el espíritu del Evangelio de Jesucristo”.

Así, las ideas socialcristianas fundadas en la filosofía, la sociología, la historia y las ciencias en general, deben ser una fuente de vida, en un mundo no pocas veces dominado por la cultura de la muerte; de ellas debe brotar esperanza, ilusión y pasión por un mundo mejor. Necesitamos formar una juventud llena de ideales y de esperanza, a partir de un realismo sereno. Una juventud sin ideales de amor, justicia y orden es una juventud decadente, valga la contradicción. Y es que los ideales son la adrenalina del espíritu. Son estas ideas, sostenidas y vividas por los laicos comprometidos, precisamente desde su laicidad, las que deben contribuir a la humanización de este mundo convulso, de realidades descarnadas, de necesidades sociales cuyo alivio no admite dilación. Llevando el pensamiento socialcristiano al diálogo con otros actores sociales y políticos y, al mismo tiempo, proyectándolo en la forma de nuevas iniciativas de leyes y de políticas públicas de nuestro tiempo, lograremos una verdadera humanización de la sociedad en dos niveles necesarios: el nivel de la conciencia que necesita esperanza en el futuro y el nivel de las condiciones sociales que tanto pueden y deben mejorar la situación material y espiritual de todas las personas, en particular la de los más pobres, la de los más débiles, quienes les fueron especialmente encomendados al hombre.


QUIERO COMPROMETERME CON UN CONCEPTO DE LÍDER

LIDER es quien inspira y guía a un grupo humano para conjugar de forma solidaria y subsidiaria el ejercicio de la libertad de los seguidores (voluntades y talentos) con la capacidad de concebir y transmitir un ideal realizable para que el grupo humano alcance (eficacia) su bien común armónico con el de la sociedad en el Estado mediante su capacidad (la del LIDER) de amar, saber y servir.

Este tipo de liderazgo hará especialmente amable nuestra propuesta humanista trascendente.

Ese es el esfuerzo que estamos haciendo en México a través del Partido Acción Nacional y en el continente a través de la Organización Demócrata Cristiana de América. Ambas instituciones se asumen como instrumentos para servir desde una dimensión ética a la humanidad, en orden al bien común desde el centro político humanista. Asumimos como una nueva tarea la consolidación de una democracia justa y eficaz a partir de la generación de una cultura de pensamiento socialcristiano, desde gobiernos humanistas y de comunidades dispuestas a ampliar con libertad sus convergencias, reiterando nuestro reconocimiento a la pluralidad social y aceptando el compromiso de ser vínculo incluyente para la diversidad cultural de nuestros pueblos.

Juan Pablo II nos recordó, enfáticamente, el ¡no tengáis miedo! Hoy más que nunca es esta la actitud con la que debemos enfrentar los retos. Quiero recordar también un pensamiento contenido en la encíclica Sollicitudo Rei Sociallis, de este Papa tan extraordinario que marcó mi generación y que inspiró la vocación política de muchos, desde luego la mía:

“No se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza, conviene decir, que así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también-ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo- por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía. Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana, cuya defensa y promoción nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y las mujeres en cada coyuntura de la historia. Cada uno está llamado a ocupar su propio lugar".

La crisis de la posdemocracia es, a mi juicio, evidente; pero es también evidente un renacimiento del humanismo cristiano con el que cada vez más personas, cristianos y personas de buena voluntad, se comprometen.

No quiero concluir sin hacer una última reflexión. El cristiano suele incurrir en una pasividad inadmisible, o por la ley del menor esfuerzo, o por un providencialismo inaceptable.

El reto del cristiano consiste en hacer todo, con alegría, como si todo dependiera de él, y en confiar en Dios todo, con abandono, porque todo depende de El.

Esta actitud compromete al cristiano para trabajar primero que nada en su propia y constante transformación. El cambio del mundo comienza por el cambio del propio corazón.

El cristiano cuenta con la gracia, que sobreabunda por los canales del Amor, para salir fortalecido al mundo para cumplir con su misión de ser sal de la tierra y luz del mundo. »

miércoles, 12 de marzo de 2008

Desayuno con "el Peje"

Por: Enrique Krauze

Conocí a Andrés Manuel López Obrador, el famoso y controvertido jefe de gobierno del Distrito Federal, una mañana (casi una madrugada) de agosto de 2003. Tempranero como un gallo, rijoso símbolo con el que le gusta compararse, elusivo como el pejelagarto, típico pez de las aguas de Tabasco, del que proviene su sobrenombre, López Obrador convocaba diariamente a los medios a una conferencia a las seis de la mañana para informarles sobre la marcha de su gestión, pero también para sortear ingeniosamente las preguntas comprometedoras y lanzar certeros picotazos sobre el presidente Vicente Fox. El desayuno tendría lugar en sus oficinas, situadas en los altos del antiguo ayuntamiento. En el pequeño anexo a su despacho, mientras observaba sus objetos de culto personal (una imagen de Juárez, una foto de Salvador Allende, otra de Rosario Ibarra de Piedra, una más del propio López Obrador conversando con el “subcomandante Marcos”, la escultura en madera de un indígena), pensaba que su presencia cotidiana en aquel espacio casi teocrático de México revelaba su sagacidad política: entendía la gravitación histórica del lugar y por eso no salía de él. En cambio Fox despachaba exclusivamente en la residencia oficial de Los Pinos y sólo llegaba al Zócalo de vez en cuando.

Jovial, directo y sencillo, con una sonrisa maliciosa pegada al rostro, era difícil no simpatizar con López Obrador. Nos acompañaba un hombre de sus confianzas, José Agustín Ortiz Pinchetti, veterano luchador democrático. López Obrador comenzó a hablar de historia. En los años ochenta, en un receso involuntario de su agitada vida política, había escrito dos libros sobre Tabasco en el siglo XIX. “Están muy basados en don Daniel”, reconoció, y la alusión al mayor historiador liberal del siglo XX me llevó a recordar la opinión que alguna vez me confió el propio Cosío Villegas sobre el general Lázaro Cárdenas: “Yo siempre lo admiré por su instinto popular.” Le dije que advertía en él la misma cualidad, y que bien usada podría enfilarlo a la Presidencia. López Obrador lo tomó como la constatación de algo evidente: “El pueblo no se equivoca.” Yo tenía curiosidad de saber si era cierto que no tenía pasaporte. “Es extraño –me dijo– que me reclamen eso. El presidente Venustiano Carranza nunca cruzó la frontera.” “Es verdad –le expliqué–, pero Carranza fue presidente entre 1916 y 1920, los tiempos han cambiado mucho.” Traje a cuento el caso de Plutarco Elías Calles, que antes de ocupar la Presidencia, y para preparar la serie de reformas económicas que llevó a cabo (entre ellas la fundación del Banco de México), había viajado por Europa. ¿Por qué no seguir sus pasos y luego entrevistarse con la prensa liberal en Nueva York? No fui convincente. Años atrás había pasado unos días en Estados Unidos, y con su esposa (Rocío Beltrán, fallecida en 2003) solía visitar Cuba. Eso era todo: “Hay que concentrarse en México –me dijo–. Para mí la mejor política exterior es la buena política interior.”Era obvio que el mundo lo tenía sin cuidado. Su mundo era México. Y el mundo de su mundo era Tabasco. Nacido el 13 de noviembre de 1953 en el pequeño pueblo de Tepetitán, en el seno de una esforzada familia de clase media dedicada a diversos ramos del comercio, nieto de campesinos veracruzanos y tabasqueños, y de un inmigrante santanderino que había llegado a “hacer las Américas”, López Obrador vivió una niñez tropical, libre y feliz. Sus biografías oficiosas contendrían datos interesantes sobre su carácter temprano. “Fue un niño muy vivaracho –recordaba su padre– pero tenía una enfermedad: no se le podía decir nada ni regañarlo, porque se trababa.” Según parece, le decían “piedra”, porque pegaba duro: “Se peleaba con alguien, le ganaba, y salía con esa sonrisita burlona de ‘te gané’.” Era malo para las matemáticas y muy bueno para el béisbol, aunque “cuando perdía su equipo, terminaba enfurecido”. Tepetitán tenía unas cuantas calles, pero los López Obrador vivían a sus anchas: “No teníamos barreras –recuerda uno de sus hermanos–, teníamos el pueblo entero, era nuestro.” Si la familia salía, era para viajar en automóvil a las playas de Veracruz y Tampico. En los años sesenta se mudaron a Villahermosa, capital del estado; en los setenta, Andrés Manuel estudió ciencias políticas en la UNAM y se hospedó en la Casa del Estudiante Tabasqueño. A partir de 1977, hasta 1996, pasaría la mayor parte del tiempo en su patria chica.Había dos maneras de animar la conversación con López Obrador: hablar de béisbol o hablar de Tabasco. Opté por la segunda. El desayuno tabasqueño (pescado frito, plátano con arroz), el prehistórico pejelagarto disecado sobre un estante, el manoteo enfático y hasta la pronunciación del personaje (que, como es común en aquella zona del Golfo de México, convierte las “eses” en “jotas”), todo conspiraba para llevar la plática a Tabasco: cuna de la cultura madre de Mesoamérica, la olmeca; puerta de la Conquista (allí desembarcó Cortés y conoció a “la Malinche”). La historia de Tabasco lo apasionaba tanto o más que la historia de México. Con evidente gusto me refirió su buena impresión de los dos grandes jefes del siglo XX en Tabasco (Tomás Garrido Canabal y Carlos Madrazo). Y con mayor placer aún recordó su amistad con el poeta Carlos Pellicer (“el tabasqueño más grande del siglo XX”) y reconoció la obra de Andrés Iduarte (“nuestro mejor escritor”).Yo recordaba que Tabasco –caso no único pero sí excepcional entre los 32 estados de México– no había dado un solo presidente a México y quise plantearle la cuestión, pero López Obrador abrió sin querer una posible pista: “a los tabasqueños se nos dificulta mucho acostumbrarnos al Altiplano –me dijo–, es otra cultura; también a mí me ha costado trabajo adaptarme.” Para explicarse mejor, me leyó en voz alta un párrafo extraído de uno de los libros que escribió sobre su estado:

En Tabasco la naturaleza tiene un papel relevante en el ejercicio del poder público. En consonancia con nuestro medio, los tabasqueños no sabemos disimular. Aquí todo aflora y se sale de cauce. En esta porción del territorio nacional, la más tropical de México, los ríos se desbordan, el cielo es proclive a la tempestad, los verdes se amotinan y el calor de la primavera o la ardiente canícula enciende las pasiones y brota con facilidad la ruda franqueza.“De aquí parte –dijo– mi teoría sobre el ‘poder tropical’: el tabasqueño debe controlar sus pasiones.” Me había dado una clave biográfica que yo tardaría en descifrar. “Quizá en el futuro –le dije, al despedirme– tenga usted que hacer una adaptación aún mayor: pasar del Altiplano a la aldea global.”
Lejos de Cárdenas

Era difícil que un hombre sin mundo entendiera el mundo y el lugar de su país en el mundo. Era difícil que un hombre encerrado en su mundo viera la necesidad de reformarlo en un sentido a la vez realista y moderno. En el concepto de López Obrador, todo lo que México requería para su futuro estaba en su pasado. “La cosa es simple –me dijo meses más tarde, en una segunda y última conversación formal: hay que ser como Lázaro Cárdenas en lo social y como Benito Juárez en lo político.” Me propuse observar desde entonces los actos de su gobierno (anteriores y posteriores), para ver si confirmaban o desmentían su declarada fidelidad a aquellos dos modelos históricos.Lázaro Cárdenas fue un presidente popular pero no populista. De temple suave, pacífico y moderado, tan silencioso y ajeno a la retórica que lo apodaban “La esfinge”, en los años treinta repartió dieciocho millones de hectáreas entre un millón de campesinos. Cárdenas fue un constructor interesado en los detalles prácticos, quiso que los campesinos llegaran a ser autónomos y prósperos mediante la organización ejidal colectiva o a través de la pequeña propiedad, ambas apoyadas por la banca oficial.

López Obrador se manifestaba cada vez más como un gobernante popular y populista. De temple rudo, combativo y apasionado, orador incendiario, su vía para emular a Cárdenas consistió en ofrecer un abanico de provisiones gratuitas, entre ellas el reparto de vales intercambiables por alimentos, equivalentes a setecientos pesos mensuales, a todas las personas mayores de setenta años. Estos programas, sobre todo el de apoyo a los “adultos mayores” (del cual no existe padrón), le granjeaban una gran simpatía pero no atacaban de fondo los problemas. “Andrés y su equipo no conocían la complejidad de la problemática social de la ciudad”, me dijo Clara Jusidman, su amiga de muchos años y su jefa en los años ochenta, en el Instituto Federal del Consumidor. En el gobierno perredista de Cuauhtémoc Cárdenas (1997-1999), Jusidman y su equipo habían establecido las bases de una amplia y laboriosa red de “facilitadores” que procuraba atender diversas necesidades relacionadas con la ruptura del tejido social en el DF. “Todo eso se desmanteló –lamentaba Jusidman–, se privilegiaron medidas sociales de relativa simplicidad pero con efectos masivos, como fue la entrega de ayudas económicas a los adultos mayores, a las madres solteras y a las familias con personas discapacitadas; o el montaje de dieciséis escuelas preparatorias y de una universidad sin requisitos de ingreso y con muy poco tiempo de planeación.” Claramente, el criterio que las sustentaba era más político e ideológico que práctico y técnico. Lo mismo ocurrió en otros ámbitos. A un costo que nunca se aclaró, en tiempos de López Obrador se construyeron los segundos pisos del Anillo Periférico, pero se relegaron necesidades mucho más urgentes que la fluidez vial para los automovilistas: el transporte público, el abasto de agua, la inseguridad, el empleo. Entre 2000 y 2004, el crecimiento del PIB en el DF fue inferior al crecimiento promedio acumulado en el resto de las entidades. Y el empleo formal entre 2000 y 2005 creció menos que en el resto del país.La gestión de Lázaro Cárdenas coincidió con el ascenso del nazismo europeo. Se enmarcó en una época en que, para amplios sectores intelectuales y políticos de Occidente, el socialismo soviético constituía una alternativa al capitalismo occidental. Por eso, en tiempos de Cárdenas la educación oficial en México era “socialista”. Con todo, Cárdenas no atizó el odio de clases ni era proclive a las ideologías que lo propugnaban. De hecho, tras la expropiación petrolera, Cárdenas fue el precursor de la industrialización en México y para ello fundó el Instituto Politécnico Nacional.En sus dichos y sus hechos, López Obrador ha seguido pautas muy distintas. A partir de las ruidosas querellas legales en las que se vio involucrado en 2004 y 2005, el jefe de gobierno recurrió a una retórica de polarización social que Cárdenas no habría avalado. Su vocabulario político se impregnó del conflicto entre las clases. Sus enemigos eran los enemigos del pueblo: “los de arriba”, los ricos, los “camajanes”, los “machucones”, los “finolis”, los “exquisitos”, los “picudos”. La palabra “dinero” era necesariamente sinónimo de abuso, de inmoralidad, de ausencia de decoro, de impureza. “Vamos a establecer –profetizó– una nueva convivencia social, más humana, más igualitaria, tenemos que frenar [...] a esa corriente según la cual el dinero siempre triunfa sobre la moral y la dignidad de nuestro pueblo.” Su argumento central era el tema del Fobaproa, operación de rescate bancario que evitó el colapso del sistema financiero (y la consiguiente pérdida para los cuentahabientes) pero que, sin lugar a dudas, tuvo irregularidades y abusos en verdad flagrantes. Si bien el peso de la operación sobre las finanzas públicas era y es muy oneroso, López Obrador lo utilizaba para concentrar el odio en la figura de los empresarios.
Con López Obrador, la teoría de la conspiración se volvió política de Estado: toda crítica era parte de un “complot” para desbancarlo. El 27 de junio de 2004, cerca de setecientas mil personas de diversas clases sociales, alarmadas por la ola de secuestros y asaltos en la ciudad, marcharon a lo largo del Paseo de la Reforma. Horas más tarde, en vez de considerar la pertinencia objetiva de los reclamos, López Obrador se lanzó al palenque y declaró: “Sigo pensando que metieron la mano [...] para manipular este asunto, y señalo tres cosas: una, la politiquería de ‘las derechas’; dos, el oportunismo del gobierno federal [...] las declaraciones del ciudadano presidente [...] Y también el amarillismo en algunos medios de comunicación” Para remachar, agregó que seguramente los propios secuestradores habían desfilado ese día. Al poco tiempo, aparecieron unas historietas que representaban a los manifestantes como jóvenes de clase alta y pelo rubio, encantados de acudir a la manifestación para “estrenar” ropa nueva y tomarse una foto con sus amigos. “Eran unos pirrurris”, dijo el “Peje”, refiriéndose con desdén a los marchistas. Que la referencia a la piel de los manifestantes fuera racista, y las víctimas de la delincuencia fueran mayoritariamente pobres, no lo inmutaba. Para él, la delincuencia es una función de la desigualdad y la pobreza.

El proyecto nacional de Lázaro Cárdenas se enmarcó siempre en los paradigmas de la Revolución Mexicana: por eso marginó a los comunistas prosoviéticos de la CTM, asiló a Trotsky, y dejó el poder en manos del moderado Ávila Camacho, no del radical Múgica. López Obrador repetiría incansablemente que su proyecto era “de izquierda”. Nunca sentiría la necesidad de explicar el significado de esa palabra en el mundo posterior a la caída del imperio soviético, un mundo en el que China es la estrella ascendente de la economía de mercado. Pero es natural: el mundo no es interesante para López Obrador.

Ajeno a Juárez

López Obrador había afirmado, en innumerables ocasiones, que admiraba a Benito Juárez sobre todos los seres en la tierra. Pero su identificación política con Juárez era, sencillamente, insostenible. Fuera de una apelación formal a la “austeridad republicana” de aquel legendario presidente, o la repetición escolar de algunas de sus frases, López Obrador tenía poco en común con su héroe.

La “austeridad republicana” de los gobiernos juaristas (1858-1872) debía hallar su contraparte en un manejo impecable de las finanzas públicas. No fue el caso. La opacidad en las cuentas públicas del gobierno del DF era ya entonces (y sigue siendo, hasta la fecha) la zona más turbia en su desempeño. Fox había sacado adelante una Ley de Transparencia que abría a cualquier ciudadano las cuentas públicas del gobierno federal. Muchos gobiernos estatales hicieron lo mismo, pero el del DF frenó y limitó la idea, aduciendo que era muy onerosa, y, cuando no tuvo más remedio que aceptarla, durante mucho tiempo se negó a dar oficinas al nuevo organismo. Finalmente, inconforme con el consejo nombrado, modificó la ley para disolverlo y nombrar otro.
López Obrador decía admirar a Juárez por haber integrado su gabinete con los mejores mexicanos, pero de su propio gabinete no podía predicar lo mismo. Un video que se trasmitió en 2004 por la televisión abierta mostraba a su secretario de Finanzas del gobierno del DF apostando cuantiosas sumas en una habitación reservada a clientes VIP en Las Vegas. A los pocos días, un nuevo video mostraba a su principal operador político tomando fajos de dinero de manos de un empresario consentido por los anteriores gobiernos del PRD. Aunque ambos funcionarios fueron separados de sus cargos y sometidos a juicio, la estrategia política de López Obrador no consistió en honrar su lema de gobierno (la “honestidad valiente”) sino en relativizar los hechos, desmarcarse de toda responsabilidad, y por primera vez declararse víctima de un “complot” orquestado por “las fuerzas oscuras”, por “los de arriba”.

La generación de Juárez produjo en 1857 una admirable constitución de corte liberal clásico que limitó el poder presidencial, instituyó la división de poderes y consignó las más amplias libertades y garantías individuales. Aquellos legisladores y juristas creyeron en el imperio de la ley y lo respetaron escrupulosamente. El presidente Juárez tenía adversarios de peso en la Suprema Corte y el Congreso, pero jamás utilizó contra ellos las más mínimas triquiñuelas, ni afectó o anuló su esfera autónoma. En cambio López Obrador, aunque rindiera homenaje retórico a Juárez, mostró muy pronto que no comulgaba con los preceptos esenciales de la democracia liberal.Al despuntar su sexenio, había ocurrido un linchamiento en el pueblo indígena de Magdalena Petlacalco. López Obrador dio a entender que había normas tradicionales más altas que la ley: “el caso hay que verlo en lo que es la historia de México, es un asunto que viene de lejos, es la cultura, son las creencias, es la manera comunitaria en que actúan los pueblos originarios... No nos metamos con las creencias de la gente.” En un problema similar (una sublevación indígena en Chiapas en 1869), Juárez no dudó en enviar a la fuerza pública y aplicar la ley.

En octubre de 2003, una sentencia judicial dictada por un tribunal de circuito obligaba al gobierno del Distrito Federal a pagar una suma (en verdad absurda) por la expropiación de unos terrenos. López Obrador declaró, con tonos extrañamente evangélicos: “Ley que no es justa no sirve. La ley es para el hombre, no el hombre para la ley. Una ley que no imparte justicia no tiene sentido”, y agregó:

La Corte no puede estar por encima de la soberanía del pueblo. La jurisprudencia tiene que ver, precisamente, con el sentimiento popular. O sea que si una ley no recoge el sentir de la gente, no puede tener una función eficaz [...] La Corte no es una junta de notables ni un poder casi divino.Si la ley era injusta, había caminos institucionales para cambiarla. Si el juez, como era el caso, había dado una sentencia excesiva, existían instancias jurídicas para combatirla. Los abogados del gobierno del Distrito Federal (los había, excelentes) hicieron uso de esas instancias y, al cabo del tiempo, lograron reducir sustancialmente la cantidad que se reclamaba. Pero el tema no era legal sino político. Al litigar el asunto en los medios y negar la autoridad de la Suprema Corte de Justicia, el “Peje” había dado una primera muestra de su idea de la justicia, y su imagen condicionada de la división de poderes. Un paisano suyo explicó el fundamento de su actitud: “Tiene un concepto marxista del derecho, para él es un arma de la burguesía para dominar al proletariado.”

En mayo de 2004, otro proceso judicial comenzaría a ocupar las planas de los diarios y el espacio de los noticieros. El gobierno del DF se había negado a respetar una orden de suspensión dictada por un juez dentro de un juicio de amparo. El juez turnó el asunto a la Procuraduría para su consignación. Ante la posibilidad real de verse privado del fuero por la Cámara de diputados y ser sometido a juicio (proyecto que tanto el PAN como el PRI alentaban con la peregrina idea de inhabilitarlo como candidato a la Presidencia), López Obrador pasó de nuevo a la ofensiva, dobló las apuestas, declaró que no emplearía abogados ni se defendería y que –como admirador de Gandhi y Mandela– prefería ir a la cárcel en vez de acatar una orden que consideraba injusta. La responsabilidad directa recaía sobre un subordinado que había firmado la documentación, pero López Obrador se negó a involucrarlo y así liberarse legítimamente del problema. En términos legales, el caso era discutible. Para los defensores de López Obrador era inexistente o nimio; para sus críticos tenía un valor de principio, no debía permitirse el desacato a una sentencia judicial. López Obrador declaró que el poder judicial actuaba en connivencia con las “fuerzas oscuras” y dijo que lo reformaría al llegar a la Presidencia. Su “ruda franqueza” tabasqueña necesitaba de enemigos, y los encontró en la Suprema Corte.Años atrás, al tomar posesión, el “Peje” había delineado su concepto de la verdadera democracia, no la democracia liberal sino la “democracia popular”: “El gobierno es el pueblo organizado o, para decirlo de otra manera, el mejor gobierno es cuando el pueblo se organiza. La democracia es cuando el pueblo se organiza y se gobierna a sí mismo.” Pero esa democracia requería la presencia cotidiana de un líder social que midiera “el pulso a la gente”, que “metiéndose abajo” escuchara y canalizara –sin intermediaciones burocráticas o institucionales– las demandas de “la gente”. Ésa era, a su juicio, la función del jefe de gobierno.

¿A qué tradición correspondían estas ideas? “La nación –había escrito hacia 1837 el pensador conservador Lucas Alamán al carismático dictador Antonio López de Santa Anna– le ha confiado a usted un poder tal como el que se constituyó en la primera formación de las sociedades, superior al que pueden dar las formas de elección después de convenidas, porque procede de la manifestación directa de la voluntad popular, que es el origen presunto de toda autoridad pública.” Precisamente contra esa concepción “directa” del poder –de raíz medieval y monárquica–, la generación de Juárez concibió una constitución liberal en la que la “voluntad popular” se expresaba en votos individuales y el poder presidencial permanecía acotado por los otros poderes.

Curiosamente, a fines de 2004 López Obrador se hizo fotografiar con un ejemplar de la biografía de santo Tomás de Aquino, en cuya Summa teológica la división de poderes no es siquiera imaginable. En esa visión orgánica del poder público (muy arraigada en la cultura política de los países hispánicos), la soberanía popular emana de Dios hacia el pueblo, y quien debe interpretarla correctamente es la autoridad elegida por Dios. (Por eso “no había que meterse con las creencias de la gente”). ¿Y quién interpreta el divino poder de la “soberanía popular”? El líder social que se auto designaba “el rayo de esperanza”: López Obrador.

En ningún momento quedó más clara esta inspiración divina que sentía encarnar el jefe de gobierno como en la fervorosa concentración del Zócalo, el día del desafuero. Ni en los tiempos dorados del PRI se había visto algo similar, porque en el viejo sistema político mexicano la gente acudía al Zócalo para apoyar al detentador temporal de la investidura presidencial. Ahora no, ahora acudía a mostrar su apego solidario al “hombre providencial”. Un grupo de ancianas portaban un letrero que decía “Que Dios te cuide, rayito de esperanza”.

“La doble valla metálica que corta por la mitad a la multitud y dentro de la cual camina solitario el Jefe hacia la gran tribuna de la plaza”. ¿Qué recordaba la escena? Adolfo Gilly, historiador respetado y viejo militante de izquierda, señalaría tiempo después que la inspiración de aquella “coreografía y escenografía”, de aquel “método de centralización personal de la organización en la figura del Jefe”, provenía “de los años treinta, en la figura y las ideas del tabasqueño Tomás Garrido Canabal”.

Tenía razón. La clave para comprender mejor la formación, la imaginería, el estilo y sobre todo la actitud política de Andrés Manuel López Obrador no estaba en la historia de México, en Cárdenas o Juárez. La clave –como él mismo me había dado a entrever en aquel desayuno de agosto de 2003– estaba en la historia de Tabasco, la tierra del “poder tropical”.
Un “ferviente deseo de gobernar”

“Ese estado pantanoso y aislado, puritano e impío”, escribió Graham Greene en Caminos sin ley (1939), libro de viaje complementario a El poder y la gloria (1940). A Graham Greene, que recorrió Tabasco en 1938, tres años después de terminada la era de Garrido, lo intrigaba la “oscura neurosis personal” de aquel “dictador incorruptible”. Su sombra seguía rondando. Ahí estaban las “escuelas racionalistas”, instituciones de disciplina casi militar donde los niños eran adoctrinados “científicamente”, aprendían las virtudes de la razón, la técnica agrícola y los ejercicios físicos. Greene se impresionó con los carteles que vio en las escuelas: una mujer crucificada a la que un fraile le besa los pies, un cura borracho bebiendo vino en la Eucaristía, otro tomando dinero de manos indigentes. Su confesor en Orizaba se lo había advertido: “A very evil land”, y Greene, converso al catolicismo, creyó constatarlo a cada paso: “Supongo que siempre ha existido odio en México –apuntó–, pero ahora el odio es la enseñanza oficial: ha superado al amor en el plan de estudios [...] Uno se niega a creer que logrará algo bueno: y es que ese odio envenena los pozos de humanidad.”Ahí estaba también la huella de una existencia puritana (las luces se apagaban todavía a las 21:30, la venta y consumo de alcohol estaban prohibidos) y el recuerdo de una sociedad regimentada: cooperativas de distribución agrícola controladas por el gobierno, “ligas de resistencia” obligatorias para cada gremio de trabajadores o empleados, y, sobresaliendo entre todas, los llamados “camisas rojas”, contingentes estudiantiles de ambos sexos uniformados con colores rojinegros, recorriendo las calles con disciplina fascista y sirviendo como tropas de adoctrinamiento y choque para la intensa campaña “contra Dios y la religión”. En escenas filmadas por el gobierno de Garrido para fines de propaganda se veía cómo los “camisas rojas” (precursores de los “guardias rojos” chinos) empuñaban la piqueta para destruir, piedra por piedra, la Catedral de Villahermosa; arrojaban a las llamas imágenes piadosas de los templos destruidos y los objetos de culto que la gente guardaba en sus casas, y escenificaban tumultuosos “autos de fe” donde los niños, maestros, jóvenes y viejos se turnaban para destruir con la piqueta grandes esculturas de Cristo crucificado.

A juicio de López Obrador, el mérito de Garrido fue convertir a Tabasco “en la Meca política del país”. El uso de la metáfora religiosa no era casual. Tabasco, en efecto, creció a través de los siglos con una población alimentada por la madre naturaleza, pero literalmente dejada de la mano de Dios: sin la presencia de los misioneros que evangelizaron a la mayor parte del país, casi sin templos ni parroquias (el Obispado, muy tardío, es de 1880), y con una cuota de sacerdotes pequeñísima frente al promedio nacional. Tampoco las instituciones de enseñanza –colegios o seminarios, comunes también en el resto de la República– se arraigaron en el lugar (el Instituto Juárez, único plantel de enseñanza superior, no se fundó hasta 1879). Además de su aislamiento geográfico, Tabasco resentía su marginalidad espiritual, y esperaba su oportunidad para afirmarse en la historia nacional, para convertirse en su Meca. Esa oportunidad arribó con la Revolución Mexicana.

Había llegado de fuera, traída por los generales del norte y del Altiplano. El primero que puso su sello en Tabasco fue el general Francisco J. Múgica, antiguo seminarista de la seráfica ciudad de Zamora que, en un movimiento muy típico de los revolucionarios de la época, se había rebelado contra su formación católica llevando el jacobinismo a extremos de profanación sólo vistos en la Revolución Francesa o antes, en la Inglaterra isabelina. Al llegar a Tabasco en 1916, Múgica ocupó con sus tropas la catedral, cambió el nombre de la capital de San Juan Bautista a Villahermosa, y dio inicio a un reparto agrario. Múgica estaba orgulloso de la naturalidad con que los tabasqueños parecían adoptar su radicalismo antirreligioso: “Hay que tabasqueñizar a México”, llegó a decir. Según Andrés Manuel López Obrador, Múgica –tutor de Garrido– fue “el más idealista de los revolucionarios”.

En su libro Entre la historia y la esperanza (1995), López Obrador describe este proceso como un historiador oficial, sin mayor distancia crítica. Gracias a Garrido –recuerda–, Álvaro Obregón había dicho: “Tabasco es el baluarte de la Revolución.” Debido a su falta de tradición religiosa –escribió–, Tabasco tenía “condiciones ideales” para la política anticlerical. Aunque entrecomilló la “obsesión” de Garrido por destruir de raíz “el virus religioso”, su recuento de aquella gestión era neutro o francamente positivo, como cuando refería la “extraordinaria” labor educativa, la organización de las Ligas de Resistencia obreras y campesinas, las ferias y los conciertos. Si bien le objetaba que, “en sentido estricto, no fuera socialista” y que “sin ser un dictador, fuese un caudillo autoritario”, lo consideraba “un visionario de gran sensibilidad que supo combinar armónicamente economía y política”. Para López Obrador, su verdadero error fue táctico y posterior a su gubernatura: “Querer trasladar la política anticlerical del trópico al altiplano [...] Eran otras las condiciones.” (En 1935, siendo ya ministro de Agricultura en el gobierno de Cárdenas, Garrido ordenó una matanza de católicos en la ciudad de México, hecho que le valió su dimisión y exilio a Costa Rica.) “Don Tomás”, en definitiva, era objeto de su admiración: “Era muy hábil, muy eficaz, muy sensible [...] Tenía un instinto certero [...] tenía otra cosa que también es fundamental [...] era un hombre con aplomo.”López Obrador admiraba al político en Garrido, pero no veía que el político era inseparable del teólogo. El celo antirreligioso de Garrido Canabal era en sí mismo “religioso”, un reverso torcido y cruel del celo que furiosamente combatía. Esa dialéctica está en el centro de la novela de Greene. Al describir al teniente garridista, puritano y ateo, Greene percibe “algo sacerdotal en su andar decidido y vigilante, parecía un teólogo que volvía sobre los errores de su pasado para destruirlos nuevamente [...] Hay místicos que dicen haber conocido directamente a Dios. Él también era un místico y lo que había conocido es el vacío”. El espacio de ese vacío, el espacio de la fe, no se llenó en Tabasco con un humanismo laico. Se llenó, sobre todo, con una fe agresiva y militante. En la Meca tabasqueña no se enseñaba la ciencia: se la predicaba. En términos históricos y culturales, en el Tabasco de entonces no había Ilustración: había una religiosidad invertida, y había iconoclasia.

Esa paradójica inserción de Garrido en la sociología religiosa es un dato crucial: se daría también –aunque con un perfil distinto– en Andrés Manuel López Obrador. Según algunas versiones, su religión, como la de más de un veinte por ciento de tabasqueños, era evangélica. Según su propio testimonio, es católico, aunque no practicante. Una biografía oficiosa consigna que, siendo adolescente en Macuspana, fue monaguillo y recorría los pueblos pobres con los curas. La familia creyó que tenía vocación sacerdotal. Su amistad posterior con el poeta Carlos Pellicer (hermano espiritual de Neruda, hombre de izquierda, cantor de la naturaleza, de la América hispana y de la religiosidad cristiana) fue, seguramente, otro momento de inspiración. ¿Frecuentó en algún período posterior a los jesuitas postconciliares? En todo caso, su religiosidad fue buscando cauces propios, políticos, pero habría de tener una inspiración garridista: puritana, dogmática, autoritaria, proclive al odio y, sobre todas las cosas, redentorista.

Gilly tenía razón, pero no sólo la coreografía, la escenografía, el culto a la personalidad que rodeaban a López Obrador provenían del Tabasco de Garrido Canabal. También la propensión al liderazgo religioso en la política. En la era de Garrido (que duró catorce años: un salvador, como se sabe, necesita tiempo), el diario oficial se llamaba Redención, se publicaban poemas religiosamente ateos, se escribían nuevos “credos” y loas al salvador: “Ese hombre es Garrido / el hombre de acción / que al pueblo oprimido / trajo redención.”

Hacia mediados de 2004, el tema del liderazgo religioso comenzó a aparecer explícitamente en las entrevistas de López Obrador. Él no buscaba el poder, sino la oportunidad de servir al prójimo. Su desapego de los bienes terrenales, su pureza, no eran sólo virtudes personales sino argumentos de autoridad política indisputable, pruebas de que él tenía la razón, que sus adversarios estaban equivocados o actuaban de mala fe. Para entonces ya se refería a su persona en términos inconfundiblemente mesiánicos:yo estoy convocando a un movimiento de conciencia, un movimiento espiritual, mucha gente que me ve, gente humilde, lo que me dice es que está orando [...] Yo soy muy demócrata y muy místico, estoy en manos de la gente.

●El otro gran líder de Tabasco (mitad cacique, mitad caudillo) había sido Carlos Madrazo. López Obrador se refirió a él también en Entre la historia y la esperanza y en entrevistas posteriores. Becado desde joven por Garrido –fundador de los “camisas rojas”, impulsor de la “educación socialista”–, se incorporó en los años treinta a las filas del PRI (entonces el Partido Nacional Revolucionario). En 1958 alcanzó su sueño, llegó a Tabasco con “el ferviente deseo de gobernar”:
Tengo recuerdos de él cuando llegaba a mi pueblo –rememoraba López Obrador–. Había cierta veneración por los hombres del poder. Cuando Madrazo visitaba Tepetitán se ponían arcos de triunfo con palmas, las calles se adornaban [...] lo recibían las mujeres más bellas del pueblo.
Madrazo presidió una nueva etapa de crecimiento económico, obra pública y concentración de poder. A los ojos de López Obrador, Madrazo era admirable pero imperfecto: “no era un idealista, no actuaba motivado por las necesidades de la gente [...] del pueblo raso, de los de abajo.” Sin embargo, en los años sesenta, siendo presidente nacional del PRI, había intentado una audaz reforma democrática, la celebración de elecciones internas en el partido. El sistema no lo toleró y Madrazo dimitió. Durante el movimiento estudiantil del 68, pudo haber fundado una corriente política de oposición. López Obrador recuerda cuánto se reprochaba a sí mismo su indefinición. En junio de 1969, meses antes del período preelectoral, el avión comercial en que viajaban Madrazo y su esposa se estrelló en la sierra de Monterrey. Dejaban huérfanos a sus hijos, entre ellos a Roberto, que desde 1994 se volvería el principal enemigo político de López Obrador. “Yo tengo razones suficientes para sostener que fue un asesinato político, iba a lanzarse como candidato independiente”, sostenía López Obrador.Carlos Madrazo era su modelo político. Los adjetivos que le dedicaba en su libro eran caudalosos como el Usumacinta: avispado, ejecutivo, eficiente, de mucho carácter, todo él era nervio y acción, apasionado, abierto, desbordante, caliente, auténtico. Al hablar de Madrazo estaba hablando de sí mismo.

●Finalmente, junto a Garrido y Madrazo, en el libro Entre la historia y la esperanza aparecía un tercer personaje. Era el sucesor natural de ambos. Como ellos, gustaba de sentir “la veneración por los hombres del poder”, y compartía con ellos “el ferviente deseo de gobernar”. Heredaría sus virtudes y corregiría sus defectos; él era un idealista de izquierda; nunca se reprocharía su indefinición porque se había atrevido a salir del espacio institucional; no se identificaba con “los de arriba”, él sólo quería el poder para servir a “los de abajo”. Él sí sabría cómo purificar a la Revolución. En él terminaba la historia y comenzaba la esperanza. Era, naturalmente, Andrés Manuel López Obrador.

El “rayo de esperanza

Su trayectoria de líder social y activista político, recogida en ese libro y en varias biografías subsiguientes, es notable por su tenacidad y eficacia. Su carrera había comenzado en 1976, como director de campaña de Carlos Pellicer, cuando el viejo poeta lanzó su candidatura como senador del PRI (y de los indígenas chontales, decía él) por Tabasco. Quizá fue suya la idea de no gastarse en publicidad todo el dinero que el PRI les dio para la campaña, sino comprar máquinas de coser y regalarlas a las comunidades pobres, como se hizo. Pellicer moriría en 1977, pero recomendaría a su discípulo con el gobernador Leandro Rovirosa, que al advertir de inmediato la “emoción social” de aquel joven impetuoso, le encomienda la dirección del centro que atendía a los indígenas de Tabasco, los “chontales”. “Andrés lo tomó como si se hubiera tratado de una misión –recordaba su esposa–. Muchas veces, en lugar de ir al cine o a un parque conmigo, yo lo acompañaba a reuniones o a asambleas para aprovechar el poco tiempo que teníamos para vernos.” Gracias al súbito y fugaz boom petrolero de esos años, el gobierno pudo apoyarlo para financiar la construcción de obras sanitarias, pisos de concreto, letrinas y viviendas para los indígenas. Los “camellones chontales” creados por López Obrador (islotes de tierra firme ganados al agua, inspirados en técnicas de los aztecas) serían sus primeras “obras públicas”, visibles y útiles.

En 1982 tomó posesión un nuevo gobernador, Enrique González Pedrero. Brillante maestro de la UNAM, hombre de izquierda y teórico de la política, González Pedrero y su esposa, la escritora Julieta Campos, reconocieron la vocación social del fogoso líder, y el gobernador le encomendó la dirección del PRI estatal. López Obrador puso en marcha una reforma democrática interna no muy distinta de la que Carlos Madrazo había intentado en su momento. Se dice que, al advertir en el proyecto ecos de la organización territorial del Partido Comunista Cubano, González Pedrero le advirtió “esto no es Cuba”, pero el líder persistió en su plan. Igual que con Madrazo, los jefes políticos locales se rebelaron y, de manera intempestiva, el gobernador le exigió la renuncia, ofreciéndole la Oficialía mayor. López Obrador declinó, y emigró con su familia a México. Del exilio lo sacó la siguiente elección estatal. Todavía dentro del PRI, buscó la candidatura a la Presidencia municipal de Macuspana y, al serle denegada, la fraguó con una coalición de partidos de izquierda.

Su trayectoria correría en paralelo a la de Cuauhtémoc Cárdenas que, sintiéndose verosímilmente despojado del triunfo legítimo en las elecciones presidenciales de 1988, optaría por fundar el PRD. Su hombre en Tabasco fue López Obrador. Recorriendo los pueblos, pernoctando en las comunidades, editando un periódico combativo –Corre la voz–, López Obrador edificó exitosamente al PRD tabasqueño. Su primera gran campanada fueron las elecciones intermedias de 1991. El PRI reclamó, como siempre, el triunfo completo, pero López Obrador había construido una poderosa base social y, para protestar por el fraude, encabezó un “éxodo por la democracia” (de obvias resonancias bíblicas) a la ciudad de México. Una multitud de campesinos recorrió el país, del Trópico al Altiplano, y acampó en el Zócalo (la zona teocrática). El gobierno de Salinas de Gortari no tuvo más remedio que ceder a la presión. López Obrador regresó a Tabasco con una buena cosecha: tres municipios reconocidos para el PRD y la inminente renuncia del gobernador. De aquel movimiento, López Obrador extrajo una experiencia clave, que le confió a un amigo: “Diálogo verdaderamente sustantivo para el avance de la democracia es el que se acompaña de la movilización ciudadana.”

En 1992, López Obrador amplía su radio de acción: organiza exitosas movilizaciones y marchas en defensa de trabajadores transitorios despedidos por Pemex. “La empresa –recuerda en su libro– tuvo que acceder a pagar las prestaciones básicas de miles de transitorios, no sólo en Tabasco sino en todas las zonas petroleras del país.” Dos años más tarde, va tras la huella de Garrido y Madrazo: se lanza a la gubernatura de Tabasco. Su contrincante es nada menos que Roberto Madrazo que, a diferencia de su padre, ha seguido una trayectoria de ortodoxia partidista y ha operado de manera turbia en no pocos procesos electorales. En su campaña, López Obrador ofrece 32 compromisos muy similares a los que aplicará en el gobierno del DF. Visita todos los municipios, conoce a cientos de miles de ciudadanos. “La gente estaba prendida”, recuerda. Las elecciones son disputadas, y por una diferencia de apenas veinte mil votos se declara el triunfo de Madrazo. López Obrador busca deliberadamente una proyección nacional y organiza una “caravana por la democracia” hacia la ciudad de México. En Tabasco, la protesta incluye nuevas tomas de las instalaciones petroleras. Sus simpatizantes se posesionan de la plaza de armas en Villahermosa, se declaran en desobediencia civil e instalan un gobierno paralelo.

A principios de 1995, decidido a abrir de verdad el sistema político, el presidente Zedillo pacta con todas las fuerzas –incluido el PRD– una reforma que consolidaría la autonomía del Instituto Federal Electoral y echaría a andar la transición democrática. Zedillo no acude a la toma de protesta de Madrazo, que habita un “búnker” en Villahermosa. Ante el peligro inminente de una represión, López Obrador disuelve el plantón en Villahermosa, pero al poco tiempo convierte su derrota en victoria al exhibir, en un segundo “éxodo” de campesinos tabasqueños al Zócalo de México, las cajas con documentos que contenían pruebas del fraude electoral en Tabasco.

En el horizonte se dibuja la oportunidad de incidir, no ya en la política de Tabasco, sino en la nacional. En 1996 moviliza a las organizaciones indígenas de La Chontalpa para tomar cincuenta pozos petroleros. Protestan por el daño ecológico causado por la empresa y apoyan a productores con carteras vencidas. La fuerza pública encarcela a doscientos seguidores. López Obrador cumple ya veinte años como líder social, siempre en ascenso: “Este país no avanza con procesos electorales –le confía entonces a su paisano, Arturo Núñez–, avanza con movilizaciones sociales.” Había arribado a su teoría de la movilización permanente. El problema, claro, era que la movilización y algunas formas de resistencia (como la negativa a pagar la luz) podían entrar en conflicto con el estado de derecho. Pero el derecho para López Obrador –apunta el propio Núñez– no era (ni es) más que una “superestructura” creada por los burgueses para oprimir al trabajador. El 10 de noviembre escribió la última línea de su libro, con una profecía:Hemos aprendido que se puede gobernar desde abajo y con la gente; desde las comunidades y las colonias; desde las carreteras y las plazas públicas; que no hace falta tener asesores ni secretarías ni guaruras; que lo indispensable es poseer autoridad moral y autoridad política; y tenemos la convicción de que mientras no haya ambiciones de dinero y no estemos pensando nada más en los puestos públicos, seremos políticamente indestructibles.Gobernar es una palabra que le gusta a López Obrador. La usa como sinónimo de mando. Gobernaba sin ser gobernador. Y seguiría su incontenible ascenso hasta volverse “el rayo de esperanza”: la Presidencia nacional del PRD en 1996 (muy exitosa en lo electoral pero no en el avance de la democracia interna del partido), la Jefatura al gobierno del DF en el 2000 y, a fines de 2005, la candidatura a la Presidencia de la República por el PRD.

“Tabasco en sangre madura”

En términos sociológicos, su misión “providencial” proviene del redentorismo garridista. Pero ¿cuál es el resorte psicológico de su actitud? Sus hagiografías refieren el episodio de una excursión con el poeta Pellicer y unos amigos, en el que la traicionera corriente de un río en Tabasco puso al joven Andrés Manuel en trance de muerte. Según esa versión, López Obrador habría interpretado su salvación como un llamado a cumplir con una misión trascendental. Pero otras publicaciones consignan un hecho anterior, íntimo, que tuvo lugar en Tabasco.

Graham Greene había escrito que Tabasco “era como África viéndose a sí misma en un espejo a través del Atlántico”. Extrañamente, Andrés Iduarte –“el mejor escritor de Tabasco” según López Obrador– tenía una línea similar: “Tabasco es un país de nombres griegos y alma africana.” En su obra Un niño en la Revolución Mexicana, uno de los textos clásicos del género, Iduarte se refiere con insistencia a los rostros de la violencia en Tabasco: “El desprecio a la muerte, presente en todo mexicano, adquiere en Tabasco un diapasón subido [...] El tabasqueño peleaba y mataba sin saber que hacía algo malo [...] Lo malo no es que maten [en Tabasco], lo malo es que crean que matar es algo natural.”

“Estábamos envenenados de una hombría bárbara” –apuntaba Iduarte–, recordando cómo los muchachos “usaban una pistola encajada en el pantalón, bajo la blusa” y se liaban “con brutalidad”, en “verdaderas batallas [...] con rifles de salón bajo los platanares”. ¿Cómo explicarlo? Era el “ambiente de Tabasco, cargado de pasiones tempestuosas”, era el “individualismo tropicalmente vital, impetuoso, desorbitado”, era la voz de la selva a cuya escucha los hombres se “agujereaban a tiros por la más leve ofensa”. Iduarte hablaba por experiencia propia. Hombre culto y gentil, escribía su memoria en 1937, fuera del país. Autor de una obra literaria e histórica vastísima, Iduarte llegaría a ser Profesor Emérito de la Universidad de Columbia en Nueva York, pero viviría casi todo el resto de su vida en destierro voluntario. Presa de la “pasión tropical”, el caballeroso Iduarte había matado a un hombre.

Andrés Manuel López Obrador vivió también una dolorosa experiencia con la muerte. En su edición del 9 de julio de 1969, los periódicos Rumbo nuevo, Diario de Tabasco y Diario Presente consignaban la muerte de su hermano, José Ramón López Obrador. Los hechos habían ocurrido a las dieciséis horas del día anterior, en el interior del almacén de telas “Novedades Andrés”, propiedad de la familia en Villahermosa. De la declaración que rindió Andrés Manuel López Obrador ante el agente del ministerio público (recogida parcialmente en la prensa), se desprendía que los dos hermanos habían tenido una discusión. Tomando un arma, José Ramón había querido convencer a su hermano de “espantar” a un empleado de una zapatería cercana. Andrés Manuel habría intentado disuadirlo, pero José Ramón lo tildaba de miedoso. De pronto, al darle la espalda a su hermano, Andrés Manuel escuchó un disparo. Trató de auxiliarlo y quiso llevarlo rápidamente con un médico, pero al poco tiempo José Ramón dejó de existir. Versiones distintas consignaban que a Andrés Manuel, accidentalmente, se le había escapado un tiro. La declaración ministerial desapareció de los archivos.Cabe conjeturar que la muerte de su hermano no pudo menos que pesar profundamente en la vida de Andrés Manuel. Tal vez de allí proviene su conciencia de los peligros de la “pasión tropical”, de esa “ruda franqueza”, tempestuosa, desbordante, que sin embargo aflora en él saliéndose de cauce con mucha frecuencia. Y quizá también de allí provenga su actitud mesiánica. Él no había sido culpable de los hechos, pero tal vez pensaría que podía haberlos evitado. En un cuadro así parece difícil liberarse de la culpa. Y la culpa, a su vez, busca liberarse a través de una agresividad vehemente, tan temeraria como para tomar pozos petroleros. O mediante vastas mutaciones espirituales. López Obrador pudo haber encontrado su forma de expiación llenando su existencia con una misión redentora. Dedicaría la vida al servicio de los chontales, de los tabasqueños, de los mexicanos, del “pueblo”. “Tabasco en sangre madura”, había escrito Carlos Pellicer. Andrés Iduarte y Andrés Manuel López Obrador sabían con cuánta verdad.Personalidad “maná”

Ése es “el hombre de acción que a todas sus huestes trae redención”. La versión actual de Garrido Canabal que desde el poder purificará y organizará a la sociedad, mostrándole el camino de la verdadera convivencia, liberándola de sus opresores. En sus ratos de ocio lee cuentos sobre Pancho Villa, y –dato curioso– recomienda la lectura de El poder y la gloria. Lo inquietante no es su ideología: la opinión liberal en México podría ver con naturalidad y con buenos ojos la llegada al poder de una izquierda democrática, responsable y moderna, como ocurrió en Brasil y Chile. Tampoco preocupa demasiado su programa: da la espalda a las ineludibles realidades del mundo globalizado e incluye planes extravagantes e irrealizables, pero contiene también ideas innovadoras, socialmente necesarias. Lo que preocupa de López Obrador es López Obrador. No representa a la izquierda moderna que, a mi juicio, sería la alternativa ideal frente a un PAN ultramontano, sin autoridad política, y un PRI anquilosado, sin autoridad moral. Representa a la izquierda autoritaria. “No es un pragmático –comenta Gustavo Rosario Torres, perspicaz tabasqueño, psicólogo de tabasqueños–, el altiplano no lo atempera, le gana la ‘pasión tropical’.” Pero la suya no es una simple pasión política, sino una pasión nimbada por una misión providencial que no podrá dejar de ser esencialmente disruptiva, intolerante.

En una entrevista de televisión, al preguntársele por su religión, contestó que era “católico, fundamentalmente cristiano, porque me apasiona la vida y la obra de Jesús; fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, y lo crucificaron”. López Obrador no era cristiano porque admirara la doctrina de amor de los Evangelios, porque creyera en el perdón, la misericordia, la “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Él era “fundamentalmente cristiano” porque admiraba a Jesús en la justa medida en que la vida de Jesús se parecía a la suya propia: comprometida con los pobres hasta ser perseguido por los poderosos. La doble referencia a “su época” y “su tiempo” implicaba necesariamente la referencia tácita a nuestra época y a nuestro tiempo, donde otro rebelde, oriundo no de Belén sino de Tepetitán, había sido perseguido y espiado por los poderosos, y estuvo a punto de ser crucificado en el calvario del desafuero. No había sombra de cinismo en esta declaración: había candor, el candor de un líder mesiánico que, para serlo cabalmente, y para convocar la fe, tiene que ser el primero en creer en su propio llamado. No se cree Jesús, pero sí algo parecido.

Hay diversos escenarios para la mañana del 3 de julio, pero son tres los que, en mi opinión, tienen mayor posibilidad. El menos probable es la derrota de López Obrador por un margen amplio, digamos más de un siete por ciento: en ese caso, el tabasqueño esperaría una nueva oportunidad en el 2012. Si el margen fuera menor que un siete por ciento, López Obrador repetirá su experiencia en Tabasco: desconocerá los resultados, aducirá fraude, hablará de complot, fustigará a los ricos, redoblará sus apuestas, invocará la resistencia civil, llamará a movilizaciones en todo el país para convocar a nuevos comicios y hasta intentará formar un gobierno paralelo. Si Madrazo se suma a las protestas, la situación sería caótica: aunque, en teoría, ese endurecimiento le daría una posición más fuerte para negociar un pacto de gobernabilidad, las fuerzas desatadas en el proceso podrían resultar incontenibles. En caso de darse la convergencia, ésta tendería a desacreditar la movilización del PRD, aunque no necesariamente a detenerla, porque para ello haría falta también negociar con López Obrador y el PRD. La tercera posibilidad –que es alta en este momento–, es el triunfo de López Obrador en las elecciones. En ese caso, la democracia en México también enfrentará una prueba histórica, aunque en otros términos.Hace treinta años, en su ensayo “El 18 Brumario de Luís Echeverría” (Vuelta, diciembre de 1976), Gabriel Zaid recordaba los estudios de Jung sobre la “personalidad maná”: “El inconsciente colectivo puede arrastrar a un hombre al desequilibrio, exigiéndole cumplir expectativas mesiánicas”. Para compensar su responsabilidad en el crimen del 68, Echeverría asumió una personalidad mesiánica. Pero para acotarlo –además del límite infranqueable de los seis años–, el sistema político mexicano tenía sus propios valladares internos, como la fuerza de los sindicatos.Ahora, mucho más que en la época de Echeverría, la dialéctica descrita por Jung está operando. El “inconsciente colectivo” de muchos mexicanos está arrastrando a López Obrador al desequilibrio, exigiéndole cumplir expectativas mesiánicas: “Acá Andrés Manuel es como una creencia, nosotros pedimos en la iglesia para él” –dijo una mujer de la comunidad Pentecostés, durante la gira por Tabasco–. “Yo que soy católica también pido que gane”, dijo otra. “México necesitaba un Mesías y ya llegó López Obrador”, decía una pancarta en el pueblo natal de Juárez. Pero él ha sido el primero en alentar esas expectativas y en creer que puede cumplirlas. “Ungido”, más que electo, por el pueblo, podría tener la tentación revolucionaria y autocrática de disolver de un golpe o poco a poco las instituciones democráticas, incluyendo la no reelección. Ésta parece ser, por cierto, la preocupación de Cuauhtémoc Cárdenas, líder histórico de la izquierda mexicana, hombre tan ajeno a la explotación de la religiosidad popular para fines políticos como lo fue su padre, que por ese motivo rompió con Garrido Canabal. En una charla, Cárdenas me dio a entender que no descarta la perpetuación de su antiguo discípulo en el poder. Quizá tenga razón. Un proyecto mesiánico aborrece los límites y necesita tiempo: no cabe en el breve período de un sexenio.

Pero México no es Venezuela. Si bien ya no existen los antiguos valladares del sistema que autolimitaban un poco los excesos del poder absoluto, ahora contamos con otros, nuevos pero más sólidos: la división de poderes, la independencia del poder judicial, la libertad de opinión en la prensa y los medios, el Banco de México, el IFE. México es, además, un país sumamente descentralizado en términos políticos y diversificado en su economía. El federalismo es una realidad tangible: los gobernadores y los estados tienen un margen notable de autonomía y fuerza propia frente al centro. Adicionalmente, dos protagonistas históricos, la Iglesia y el Ejército, representarán un límite a las pretensiones de poder absoluto, o a un intento de desestabilización revolucionaria: la Iglesia se ha pronunciado ya por el respecto irrestricto al voto, y el Ejército es institucional. Por sobre todas las cosas, México cuenta con una ciudadanía moderna y alerta. Los instintos dominantes del mexicano son pacíficos y conservadores: teme a la violencia porque en su historia la ha padecido en demasía.

Costó casi un siglo transitar pacíficamente a la democracia. El mexicano lo sabe y lo valora. De optar por la movilización interminable, potencialmente revolucionaria, López Obrador jugará con un fuego que acabará por devorarlo. Y de llegar al poder, el “hombre maná”, que se ha propuesto purificar, de una vez por todas, la existencia de México, descubrirá tarde o temprano que los países no se purifican: en todo caso se mejoran. Descubrirá que el mundo existe fuera de Tabasco y que México es parte del mundo. Descubrirá que, para gobernar democráticamente a México, no sólo tendrá que pasar del trópico al Altiplano sino del Altiplano a la aldea global. En uno u otro caso, la desilusión de las expectativas mesiánicas sobrevendrá inevitablemente. En cambio la democracia y la fe sobrevivirán, cada una en su esfera propia. Pero en el trance, México habrá perdido años irrecuperables.