jueves, 12 de marzo de 2009

¿Un Gandhi o un Hitler?

Por: Querien Vangal Q. R.


El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se basa en la dignidad de la persona humana. A 60 años de aquel acontecimiento histórico se proponen algunas reflexiones, esperando puedan ser compartidas tanto por los creyentes en cualquier religión, como también por quienes se autodefinen como no creyentes, agnósticos o ateos.
Las dos guerras mundiales y los totalitarismos del siglo XX acercaron a católicos y protestantes, junto con liberales y socialdemócratas, en diálogo también con otras corrientes ideológicas y religiosas; disminuyeron los enfrentamientos entre ellos y aumentaron las redes de cooperación en la reconstrucción democrática y la reafirmación de los derechos humanos.
La democracia, lo menos malo
Se puede afirmar que hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, la mayoría de los países del planeta tienen gobiernos democráticamente elegidos. Se calcula que 118 de los 193 países del mundo actual (o sea el 61 por ciento) tienen regímenes democráticos –aunque con muchas variantes y límites–, que han aumentado significativamente en los últimos 20 años.
Es famoso el dicho de que la democracia, fundada en los derechos y libertades humanas, es el menos malo de los regímenes políticos conocidos. Esto parece indudable después de un siglo de ideologías y sistemas totalitarios, de guerras mundiales, del holocausto, de campos de concentración, de políticas genocidas. También parece indudable en América Latina, después de un muy sufrido legado de persecuciones liberticidas, tiranías represivas, “guerras sucias”, prácticas de torturas y “desapariciones”; violencias guerrilleras, métodos terroristas, situaciones generalizadas de conculcación de derechos humanos.
Sin embargo, también son conocidas las fragilidades y corrupciones de las democracias, cuyos valores, normas e instituciones hay siempre que custodiar y perfeccionar. Guzmán Carriquiry afirma que, en la actualidad, es posible constatar que los procesos de democratización tienen una especial fuerza de arraigo y de re-emergencia en ámbitos de sustrato cultural judeocristiano-cristiano, mientras que encuentran graves dificultades en otros ámbitos religiosos e ideológicos.
El 26 de agosto de 2008 el Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos de la Santa Sede, el uruguayo Guzmán Carriquiry, recibió el título de Doctor Honoris Causa de parte de la Universidad FASTA (Fraternidad Agrupaciones Santo Tomás de Aquino) de Mar del Plata (Argentina). Su significativo discurso se tituló: A 60 años de la Declaración de los Derechos del Hombre. La cuestión de los fundamentos: entre la tradición jusnaturalista y el relativismo cultural; se puede consultar en su totalidad en la revista virtual Fe y Razón, octubre 2008,
http://www.feyrazon.org/Revista/FeyRazon27.htm

La igualdad de dignidad básica común
En primer lugar, es necesario acordar, como punto de partida esencial, la existencia de una igualdad de dignidad básica común a todos los seres humanos. Esto significa aceptar que no hay personas de “primera clase” y de “segunda clase”: el rico no es más persona que el pobre, el sano no es más persona que el enfermo, el blanco no es más persona que el negro, etcétera. Cada persona concreta, por el sólo hecho de serlo, posee una “base” de dignidad que es la misma para cualquier ser humano. Por eso cada uno merece ser respetado por el hecho de ser persona.
Sobre esa “base” común, algunos llegan a crecer enormemente en dignidad. Es fácil reconocer, por ejemplo, en una Madre Teresa, o en un Mahatma Gandhi, un alto nivel de dignidad, que fueron generando en su vida a través de sus acciones concretas a favor de los demás. Por eso se han convertido en “modelos” para toda la humanidad.
Sin embargo, parecería que otros han quedado sólo en la “base” de dignidad. Pensemos por ejemplo en Hitler. Sus acciones concretas en contra de de otras personas muestran que él no creció en dignidad humana. Incluso alguien podría calificarlo de “infra-humano”. Pero en realidad era una persona y, como tal, también tenía una dignidad humana “básica”.
Entre ambos extremos nos podemos ubicar nosotros. Cada uno tiene la posibilidad de crecer hasta horizontes insospechados (como la Madre Teresa o Gandhi), pero cada uno tiene también la posibilidad de disminuir en dignidad hasta horizontes insospechados (como Hitler). Todo depende de cómo vivamos y de las acciones que realicemos con respecto a los demás. Pero ninguna persona puede ubicarse “por debajo” del nivel de dignidad básica común.
La fuente de esa igualdad
El segundo paso de nuestra reflexión consiste en preguntarnos: ¿De dónde proviene esa igualdad de dignidad básica común entre todos los hombres de todos los tiempos y lugares? ¿Cuál es su fuente, su origen? Se puede responder:
1. Es evidente que no puede provenir de un ser de inferior rango que el ser humano, como una piedra, un árbol o un animal.
2. Tampoco puede provenir de un ser humano concreto, porque cualquier ser humano está limitado por las coordenadas espacio-temporales: vive en un espacio determinado y durante un número determinado de años.
3. Entonces se puede plantear, al menos como hipótesis, la existencia de un ser Absoluto Radical, por fuera de las coordenadas espacio-temporales, “sobrenatural”, que pudiera haber creado a todas y cada una de las personas de todos los tiempos y de todos los lugares del planeta.
Obviamente, el que es creyente de inmediato pensará que ese Absoluto Radical es el “Dios” de su religión. Pero interesa especialmente destacar que aún el no creyente, el agnóstico o el ateo, que posea una mente desprejuiciada, puede llegar a aceptar al menos la “hipótesis” de la existencia de ese Absoluto Radical, dándole cada uno el nombre que quiera. Dicho de otra manera, cualquier persona puede llegar a aceptar que “si existiera ese Absoluto Radical”, entonces sería como un punto de referencia externo a la humanidad, y permitiría explicar la igualdad de dignidad básica común entre todos los seres humanos de todos los tiempos.
Desde esta perspectiva, se podría dar aun un paso más: Yo tengo que respetar la dignidad de cualquier persona humana. Al respetar la dignidad de esa persona concreta estoy respetando la dignidad de aquel Absoluto Radical que hace que esa persona tenga “básicamente” la misma dignidad que yo.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 se nota la influencia cristiana en conceptos básicos como “la dignidad innata” de la persona humana, cuando se afirma que está “dotada de razón y conciencia”, cuando se afirma la igualdad de los hombres basada en esa común dignidad. Se reconoce cuando se habla de “derechos imprescriptibles”, cuando se reconocen no sólo los derechos individuales, sino también los derechos sociales de cuerpos intermedios como la familia, considerada “base fundamental” de la sociedad y en el que los padres tienen el derecho primario de poder elegir la educación de sus hijos, así como cuando se reconoce el derecho al trabajo y a una justa remuneración (ver:
http://www.un.org/spanish/aboutun/hrights.htm).

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