miércoles, 24 de junio de 2009

La SEP ya no debería existir


Por: Gustavo Meza Medina

En febrero pasado celebramos el aniversario del natalicio de José Vasconcelos; siendo este el “Año de Vasconcelos”, pues el próximo 30 de junio celebramos 50 años de su muerte, amerita hablar de él, de su vida y su obra.
Aunque existe confusión sobre su verdadera fecha de nacimiento, pues algunos afirman que fue el 27 y otros que el 28 de febrero; unos que fue en 1882 y otros que en 1881, según el acta de registro de nacimiento publicada en facsímil por El Universal, el educador nació en la calle de la Cochinilla, Manzana 18 del cuartel primero de Oaxaca, a las 3:30 de la tarde del 27 de febrero de 1882. Su nombre completo fue José María Albino, aunque siempre firmó sólo como José.

De Vasconcelos se pueden decir muchas cosas: que fue parte del grupo de intelectuales que sucedieron a “Los científicos” de Justo Sierra, entre los que se encontraban Antonio Caso, Alfonso Reyes, Julio Torri y Pedro Enríquez Ureña y, a diferencia de los demás, apoyó a Madero y vivió desterrado de México al darse el golpe de estado de Huerta.
Regresó para participar en la Convención de Aguascalientes en 1914, a la que ayudó a convertirse en soberana, con lo que nuestra ciudad fue, por unos meses, capital de la República.
Fue ministro de Educación de ese gobierno efímero y de nuevo salió del país al caer la Convención, enemistado con Venustiano Carranza. Cuando éste cae, regresa invitado por De la Huerta para dirigir la Educación Nacional desde la rectoría de la Universidad y preparar la creación de la Secretaría de Educación Pública.
Con el apoyo de Obregón como presidente, de Ezequiel A. Chávez como colaborador, y de Pedro de Alba como diputado, logró que se cambiara la constitución para crear la SEP en septiembre de 1921 y ser el primer secretario, puesto que ocupó por dos años y nueve meses, del 2 de octubre de 1921 al 2 de julio de 1924, periodo durante el cual realizó una labor importante por la formación de un sistema educativo mexicano centralizado.
Fundó escuelas y bibliotecas en todo el país, desarrolló un programa para “desanalfabetizar” a los mexicanos con ayuda de maestros honorarios, un ejército de niños y misioneros educativos; y desarrolló un amplio programa editorial con la traducción, publicación y difusión de libros y revistas como El Maestro.
En 1924 renunció a la SEP, entre otras cosas por la disminución del presupuesto para educación y el asesinato de un senador. Participó en ese año en la contienda electoral para gobernador de Oaxaca, la que perdió por un sonado fraude electoral.
Se exilió nuevamente del país para recorrer Europa, Asia y América, y regresó para contender por la Presidencia de la República en 1929. Vasconcelos realizó una extensa campaña electoral con gran apoyo popular, pero marcada por la tragedia, pues hubo muertes como la de Germán de Campo y los Vasconcelistas de Topilejo.
Con el primer fraude, orquestado por el entonces PNR, tuvo que salir del país y proclamar el Plan de Guaymas, pidiendo al pueblo de México que se levantara en armas para defender el triunfo electoral, y se declaró presidente legítimo de México.
No obtuvo respuesta y abandonó el país para vivir en España, Argentina y Estados Unidos, publicar algunos de sus más importantes libros como Ulises Criollo, y criticar al gobierno mexicano.
Regresó en 1940 para desempeñarse como profesor, director de la Biblioteca Nacional y periodista de varios medios, especialmente de la Cadena García Valseca, actualmente Organización Editorial Mexicana.
Murió a las 8 y media de la noche del 30 de junio de 1950 después de sufrir cinco infartos, de escribir más de 43 libros y cientos de artículos en la prensa nacional e internacional. Quedó pendiente el Premio Nobel de Literatura por el que estaban haciendo gestiones sus amigos y excolaboradores.
Muchas fases se descubren en Vasconcelos: el intelectual ateneísta, el revolucionario perseguido, el exiliado, el candidato, el político, el maestro, el secretario de Educación, el filósofo, escritor y literato. Todas ellas interesantes y de las que se han escrito muchas páginas.
Pero hoy quiero profundizar en una que ha sido poco explorada, me refiero al pensamiento pedagógico de Vasconcelos, sus ideas sobre cómo debía ser la escuela mexicana. De esto quiero platicarles hoy algunos puntos como homenaje en el aniversario de su nacimiento.

¿CUÁL ES LA ESCUELA MEXICANA PENSADA POR VASCONCELOS?
Comencemos desde la SEP. Esta fue creada por el educador con la idea de que, si tenía éxito, debía desaparecer en pocos años. Él confiaba en el éxito de los consejos educativos en las comunidades, municipios, estados y la federación.
Estos consejos y las escuelas: profesores, alumnos y padres de familia, llegarían tarde o temprano a un nivel de maduración en la participación democrática, que haría innecesaria la estructura de la SEP. La escuela debía generar esto.
Habría que crear una escuela que fuera mexicana y dejara de copiar modelos extranjeros, tanto en organización escolar, contenidos y métodos educativos. Para ello era forzoso reconocer “lo mexicano”, estudiarlo y difundirlo.

Con el entendido de que hay una forma propia de ser-hacer del mexicano, se buscaría generar una escuela que ayudara a develar, desenvolver y desarrollar todas las capacidades de los ciudadanos, para devolverles la confianza en sí mismos y abandonar el complejo de inferioridad.
Para lograrlo habría que atacar dos males que comenzaban a ponerse de moda: el pragmatismo estadounidense de la “Escuela de la Acción” de John Dewey, y la influencia del Naturalismo de Rousseau.
El primero porque intenta educar en un sentido utilitario y es propicio sólo para la formación de cuadros técnicos para la industria, vacunando al niño y al joven contra las cosas que aparentemente no son útiles, como la historia, filosofía, el arte y las humanidades en general.
Además, endurece la sensibilidad y forma seres mezquinos y conformistas, sin creatividad y sin iniciativa ni gusto por educarse. Seres robotizados inhabilitados para disfrutar la vida en plenitud, para compartir sus emociones, para aspirar a algo grande.
El segundo porque ingenuamente propone una libertad excesiva del estudiante, donde el profesor sólo es un observador y promotor de un desarrollo que aparentemente se da por sí solo.
Esto es falso y ocasiona, entre otras cosas, un descuido de la formación del mexicano, pérdida de tiempo, indisciplina, aburrimiento de los estudiantes y, lo que es peor, desprestigio del profesor, pues pierde presencia y autoridad como maestro al convertirse en simple guía y “favorecedor” de la iniciativa del alumno.
La educación mexicana no debe ser así, sostiene Vasconcelos. El papel del profesor nunca debe de perderse. Al contrario: “Se ha dicho que el niño es el eje de la escuela. Esto es absurdo. El niño no es el eje, sino el fin y el objeto de la enseñanza. El eje de la escuela no puede ser otro que la conciencia del maestro”, decía Vasconcelos.
Otro aspecto que defiende es que estas propuestas no se adaptan a México porque intentan educar en el conformismo para la adaptación, y lo que se necesita en nuestro país es transformar la realidad tan adversa que vivimos. La escuela mexicana debe recuperar sus raíces y atender a la forma de ser del mexicano, cosa que no va a encontrar copiando modelos extranjeros.
Uno de sus libros poco conocidos y que afortunadamente ahora podemos leer porque está digitalizado y disponible en la página del Congreso, es De Robinson a Odiseo. Pragmatismo o clasicismo en la escuela hispanoamericana, editado en España en 1935, pero que llega a México hasta 1952 con el sello de la editorial Constancia.
En él (además de Indología) describe aspectos muy interesantes de su gestión como secretario de Educación Pública y describe su propuesta para la escuela mexicana e hispanoamericana.
Al criticar el pragmatismo y el naturalismo, Vasconcelos afirma que seguir los postulados de estas propuestas es actuar a lo “Robinsón”, es decir, a lo salvaje y como si cada día la humanidad comenzara de cero.
No es justo pedirle a los estudiantes que “Hagan todo por ellos mismos” y que “construyan el conocimiento por descubrimiento”, primero porque no todos son “genios” capaces de guiar su propio aprendizaje, y segundo, porque lo importante para la educación no consiste en “descubrir”, sino en aprovechar lo descubierto, engrandecerse con el conocimiento y estimular el alma del niño y del joven en la búsqueda de experiencias superiores… ¿para qué perder el tiempo en “experimentos de descubridor novato”?
Vasconcelos dice: “en algunas escuelas se juega al descubrimiento cuando se procura que el niño ejecute por primera vez experiencias ya reconocidas como científicas… más importante que descubrir las maneras y relaciones del objeto, es conocer las esencias y distinguir los valores que enriquecen el ambiente que rodea al alumno… estar descubriendo lo obvio también cansa y acaba por matar la espontaneidad. El final de la educación no es tanto descubrir como saber, y saber, no tanto para poder como para ser o llegar a ser”.
La escuela mexicana debe seguir el ejemplo de Odiseo, que aprovecha la riqueza de los siglos, las experiencias de los mayores y valora a su guía (Virgilio), para llegar a su meta sin tardanza, para continuar el camino sin entretenerse en juegos vanos:
“Las condiciones de la edad moderna están reclamando una Odisea, más que internacional, universal. Viajero que explora y actúa, descubre y crea, no sólo con las manos y nunca con sólo las manos, porque ni quiere ni puede deshacerse del bagaje que le ensancha el alma, el ingenio y los tesoros de una cultura milenaria”.
Actuar a lo Robinson y bajo los principios de Dewey y Rousseau va en contra de la educación del mexicano, señala Vasconcelos, primero porque son teorías extranjeras que fueron aplicadas en un contexto muy diferente al de nuestro país, y segundo, porque la cultura latina a la que pertenece el pueblo mexicano es muy diferente a la sajona.
El mexicano piensa más en forma deductiva, parte de lo general, es intuitivo, y aunque es muy hábil artesano y sabe trabajar con las manos, parte esencial de su ser es espiritual. Por eso la escuela mexicana debe educar en la sensibilidad y la emoción, debe formar para el goce estético, el buen uso del tiempo libre, la apreciación de la belleza en todas sus manifestaciones, y no centrarse sólo en lo que se puede sacar provecho.
Por eso, dice, “la escuela debe ser un centro donde reine la armonía. Con edificios grandes y limpios y bellos, donde abunden los jardines y los detalles arquitectónicos, con abundante iluminación, jardines, alberca, una amplia biblioteca y sala para lectura. Una escuela que invite a la búsqueda de las cosas superiores y sublimes”.

La escuela mexicana debe sostenerse en tres pilares: la educación física que retoma los avances de la ciencia objetiva y el cuidado, alimentación y desarrollo del cuerpo humano, y la transformación de la materia.
Debe poner atención en el deporte, particularmente la natación y la gimnasia. Fomentar la disciplina, no sólo para el desarrollo laboral y para beneficio de la industria, sino para el control de las inclinaciones del cuerpo: la flojera, la perversión, el desánimo. Debe formar en la sana alimentación, la higiene, la salud y el respeto por la naturaleza.
El otro pilar es la formación ética. Con ella se enseña a distinguir entre el bien y el mal de todas las acciones y las cosas, para preferir el primero en beneficio propio y de los demás. Esto, señala Vasconcelos, sólo se logra con el ejemplo, particularmente del maestro que debe dar muestras de ser un espíritu libre, activo, en constante búsqueda del conocimiento, con amor al arte y a los libros. De él depende la formación de los mexicanos. No se puede dejar la responsabilidad ni al estudiante ni a los padres de familia.

El tercer pilar, y el más importante para Vasconcelos, es la formación estética. Éste es el aspecto más distintivo que debe tener la escuela mexicana, que además de preparar con éxito en la técnica y de ejercitar el uso de las manos y el cerebro, lo más importante que debe hacer es preparar el espíritu, el corazón y la mente para acceder a la contemplación de la belleza en todas sus manifestaciones.
Es ahí donde reside lo esencial de la formación del mexicano, que valore su intuición, que aprenda a gozar de todo lo que da la vida. Para eso la formación en las artes es fundamental, porque es en la educación artística, que debe promoverse sobre todos los medios, donde se encuentra el camino a la creatividad, a la sensibilidad, a la exaltación de las emociones y del goce estético, como única forma de acceder a la verdad suprema.
Estos tres pilares, opina Vasconcelos, son la base para la estructuración de contenidos, estrategias y acciones que se deben promover en la educación mexicana. Sólo así, y apartándose de pragmatismos, podrá lograrse la elevación del mexicano hasta el máximo de su capacidad para reconstruir el alma nacional. Constituyen el esqueleto de la escuela que hará posible el desarrollo armonioso, integrado y completo del mexicano.
A su propuesta Vasconcelos la llama Pedagogía Estructurativa, que en términos actuales podríamos definirla como una forma de constructivismo, pero no basado en el alumno sino en el profesor, quien debe ser la figura esencial de la escuela y el sistema educativo mexicano.
Aquí dejamos estos comentarios, que con motivo del aniversario del nacimiento de José Vasconcelos hemos querido compartir con ustedes.

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