sábado, 19 de abril de 2008

Apóstoles de la Democracia


Fuente: Yoinfloyo.com
Autor: José J. Castellanos

En julio de 2006 parecía que México había naufragado en su transición democrática. Con una velocidad que no ha conseguido repetir en su proceso electoral interno, el PRD adivinó que era víctima de fraude electoral la noche misma del día de la elección. Fue tal su capacidad logística para obtener la información, que hasta dio el número de votos que le era esquilmado.
A partir de ese momento, y sin prueba de ninguna especie, inició una cruzada por la democracia que requirió invadir de casas de campaña vacías el centro de la ciudad de México, enviar a burócratas del DF a simular la toma de las calles y vociferar a través de los medios de comunicación el despojo de su victoria mediante el fraude electoral.
Los medios de comunicación, esos que se dice que bloquean la presencia del candidato “fraudeado”, víctima de sucesivos “complós”, se dieron a la tarea de difundir con amplitud el dicho y a posicionarlo ante la opinión pública, hasta volverlo realidad virtual. El efecto fue construir un fantasma virtual que deambula por allí, con el respaldo de un partido “democrático” que en una dualidad inexplicable, validó la misma elección para convertirse en la segunda fuerza en el Congreso, pero rechazó el resultado adverso en la elección presidencial.
El PRD se convirtió en la nueva oficina del apostolado democrático, fundado en la verborrea de un hombre, a pesar de carecer de autoridad moral en su vida interna: sucesión tras sucesión interna en su dirigencia, los perredistas se han proyecto ante la nación como herederos sublimados de la chapucería electoral del PRI, liderada, precisamente, por las fuerzas desertoras del tricolor, que han encontrado singular acogida en la “Revolución Democrática”.
En medio del ruido electoral del 2006, y ante la incapacidad de una dirigencia panista en el Distrito Federal para organizar la vigilancia del proceso en donde el perredismo ha fincado su mayor fuerza política, pasó desapercibido el fraude electoral que el PRD realizó en algunas delegaciones del Distrito Federal, aprovechando el porrismo político y el apoyo de la fuerza política del Gobierno del DF, encabezado entonces por Alejandro Encinas.
El PAN fue incapaz de levantar la voz, ser oído y demostrar cómo en algunas casillas a sus representantes ni siquiera se les dejó acreditarse y ser testigos de la forma como se implementó el fraude local. Fue peor que el fraude agrario del pasado, pues estuvo fincado en la fuerza de quienes, después, se han manifestado continuamente como grupo de choque del partido en las concentraciones del zócalo, los cercos al Congreso, las invasiones a la Catedral Primada y la agresión a diversas personas.
La democracia perredista, copiada del lema tapatío, es cultura: “el PRD nunca pierde, y cuando pierde, arrebata”. Sólo que hoy esta cultura se vive “ad intra” entre los dos candidatos que prometieron –como en 2006– aceptar los resultados de la elección, aunque les fueran adversos. Hoy se aplican la misma medicina, con la misma receta que es cultura propia.
La evidencia no requiere demostración. Hoy, los perredistas nos muestran su cultura política, sin distingos. Lamentablemente la izquierda que dicen representar es la troglodita, no la democrática. El diálogo y el debate que prometen no existe. Por desgracia ese es el PRD que inunda con sus falacias y mentiras el ambiente nacional, cuando está por discutirse la reforma energética.
Son pocas o muy débiles las voces sensatas del PRD; parecen marginadas o tímidas, pues cuando se pronuncian les puede ir como a Ruth Zavaleta, quien sufre un verdadero acoso intelectual, político, y quizá hasta de género en su partido.
Muchos que pusieron su esperanza en ese partido en 2006, pese a las advertencias que recibieron, hoy pública o privadamente se muestran arrepentidos. Sin embargo, las escuadras del fascismo femenino están alertas –previa cuota que asegura su fidelidad clientelar– para movilizarse en la toma del Congreso e impedir el debate de la reforma energética, diga lo que diga la iniciativa, pues se tenderá una cortina de palabrería sobre ella para engañar a la opinión pública “en defensa de la soberanía nacional”.
Esos son los nuevos apóstoles de la democracia.


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