miércoles, 9 de abril de 2008

El mito de Benito

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Enrique Galván-Duque Tamborrel
Benito Juárez García fue el político mexicano más importante del siglo XIX en México. Adorado por unos, odiado por otros. Se pierde de vista su dimensión humana, con virtudes y defectos, y se le mira a través de prejuicios, emocionales e irracionales. Personaje contradictorio, luchó por la independencia de México frente a la intervención francesa, pero vendió a México a los norteamericanos durante la guerra de Reforma; logró la separación entre la Iglesia y el Estado, pero destruyó la propiedad comunal de los pueblos indígenas y condenó a millones a la miseria; fue un demócrata que se perpetuó en el poder por medio del fraude electoral y varias reelecciones; fue odiado y despreciado por sus colegas liberales contemporáneos, pero convertido en semidiós por su oportunista rival, Porfirio Díaz, una vez que la muerte lo apartó de la silla presidencial. Con ustedes, Juárez, el mito.

Ascendió al poder desde los estratos más humildes de la sociedad mexicana del siglo XIX. Su ingreso a la masonería oaxaqueña lo dotó de una ideología pronorteamericana, antiespañola y anticatólica.

Se afilió al partido jacobino o puro, partidario de la reforma radical de la sociedad mexicana. Aspiraba a una república federal, a una economía de libre mercado, y a una sociedad secularizada, libre del lastre católico que según sus convicciones mantenía a México en la pobreza y la ignorancia.

La oportunidad de los puros surgió con la Revolución de Ayutla en contra de Santa Anna. México estaba cansado del peor cretino que dispuso del país según sus ambiciones, hasta conducirlo a la derrota y la mutilación territorial durante la invasión norteamericana ---que lo mismo hubiera pasado si hubiera siso otro pues era el “destino manifiesto” de los Estados Unidos. Una vez eliminado Antonio López de Santa Anna, fue reemplazado por una coalición de políticos liberales, jacobinos unos, moderados otros. Los jacobinos elaboraron una serie de leyes, y finalmente una constitución que plasmaba gran parte de su ideario. De contenido diverso, destacan por su importancia la ley Lerdo y la Ley Juárez. La ley Lerdo desamortizó las fincas rústicas y urbanas de corporaciones civiles y eclesiásticas, y con ello declaró ilegales las tierras comunales que por siglos habían estado en manos de los pueblos. Al amparo de esta ley millones de mexicanos fueron despojados de sus tierras y obligados a trabajar como peones en lo que había sido su propiedad. Asimismo los bienes de la Iglesia, que habían servido siempre como apoyo a hospitales, orfanatos, escuelas, o bien como banco refaccionario del campo mexicano por sus préstamos a bajísimo interés, quedaron en los bolsillos de los políticos liberales y sus socios extranjeros. Por otra parte, la Ley Juárez eliminó el fuero eclesiástico, ordenando que los tribunales eclesiásticos cesaran de conocer en los negocios civiles. Esta medida establecía la separación en la potestad civil y la potestad religiosa, y contribuía a consolidar la igualdad jurídica de los mexicanos, pero fue vista con desconfianza y cortedad de miras por los conservadores, particularmente eclesiásticos, que la asumieron como un ataque injustificado y violento.

El presidente de la república, Ignacio Comonfort, liberal moderado, consideró que era imposible gobernar con las leyes jacobinas, y dio un golpe de Estado. La Guerra de Reforma empezó así como un conflicto entre liberales jacobinos y liberales moderados. Benito Juárez, uno de los principales líderes del partido jacobino, quedó como presidente de la república tras el golpe de estado de Comonfort. Un audaz militar conservador, Miguel Miramón, eventualmente dirigió la lucha contra el bando juarista. Los conservadores lograron al principio la victoria en el ámbito militar, por lo que Juárez se refugió en Veracruz y firmó allí un Tratado con los Estados Unidos, Mac Lane-Ocampo, por el cual México quedaba de hecho convertido en un protectorado de la admirada nación norteamericana, a cambio de su ayuda para derrotar a Miramón. Dinero, armas, soldados y hasta el apoyo de la marina de los Estados Unidos sirvieron para que Juárez lograra la victoria sobre Miramón. Juárez reconquistó todo el país y anunció la suspensión de pagos de la deuda externa de México.

Fue la oportunidad de oro para Francia, ansiosa por intervenir en México y adquirir riqueza y poder. Usaron de parapeto a Maximiliano de Austria, y un Imperio se estableció en México con el apoyo del ejército francés. Juárez se retiró al interior del país y con gran constancia y tenacidad dirigió la guerra contra el Imperio. Al final, Estados Unidos amenazó a Francia, que abandonó indignamente a su aliado Maximiliano. Otra vez el dinero, las armas y los soldados norteamericanos fluyeron abundantemente para apoyar a Juárez, y éste tuvo la satisfacción de fusilar al emperador austriaco y a Miguel Miramón de una sola vez. Repuesto en el poder, siguió gobernando al margen de la ley, por medio de facultades extraordinarias, y montando una maquinaria de fraude electoral que frustró a la mayoría de sus colegas liberales. Ciertamente, dijo que: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, pero el Benemérito de las Américas también nos dejó esta rotunda afirmación política, digna de un tirano: “A los amigos, gracia y justicia. A los enemigos, la ley a secas”. Los liberales se levantaron en armas una y otra vez contra Juárez y en nombre de la libertad y la democracia, sólo para ser implacablemente batidos y exterminados.


Al final, la muerte pudo apartar del poder al ciudadano Benito Juárez. Sus enemigos dicen que se fue al infierno. Sus simpatizantes dicen que es el más grande prócer que ha dado la tierra mexicana. Fobias y filias aparte, su figura histórica marcó decisivamente el conflicto por definir en el siglo XIX la política, la economía y la sociedad de su tiempo.

Los seres humanos somos un caudal de imperfecciones, tenemos virtudes y defectos, tenemos aciertos y cometemos errores. Los mexicanos tenemos una sui generis forma de juzgar a nuestros héroes, por un lado maximizamos sus virtudes y aciertos, y por otro minimizamos (casi hasta anularlos) sus defectos y errores, así los hacemos perfectos, los convertimos en dioses. Y que nadie ose hacer una crítica de ellos porque inmediatamente se le anatematiza.

En cambio, hay otros que, a pesar de haber hecho cosas destacadísimas en bien de México, se les condenó y están hundidos en lodo de historia, en donde permanecerán per saecula saeculorum, este es el caso de Porfirio Díaz.

Hace algunos años, durante el régimen del Presidente Echeverría, a un famoso comediante se le suspendió un programa de televisión, además de otros castigos, por haber osado hacer un chiste (por demás sano) alrededor de las figuras de Benito Juárez y su esposa. Estoy seguro de que más de un lector me condenará por lo que he escrito en el presente trabajo, pero pues ni modo, no se puede tapar el sol con un dedo.

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