jueves, 17 de julio de 2008

Así deben ser las marchas y/o manifestaciones

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Raúl Espinoza Aguilera

«Ese admirable orden social en que tana gusto vive
una pequeña parte de la sociedad, que, por fortuna,
es la que tiene educación y la cultura del respeto»
Benavente**


La mañana del domingo 22 de junio lucía un sol radiante en un cielo azul intenso; la Ciudad de México se encontraba tranquila. Desde hacía varias semanas se habían estado distribuyendo pósters, volantes, invitaciones; también se habían difundido anuncios por radio, abundantes correos electrónicos, telefonemas y, sobre todo –me parece que fue lo más eficaz–, la comunicación de persona a persona, de familia a familia, en la que se informaba que se estaba organizando una manifestación en defensa de la vida humana.
Sin duda, constituía una oportunidad histórica para que las familias mexicanas demostraran públicamente a la sociedad que saldrían a las calles para pedir respeto por los niños no nacidos con ocasión de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación está por decidir si es inconstitucional o no la ley del aborto aprobada por la Asamblea del Distrito Federal, que autoriza la destrucción de la vida en los menores de doce semanas.
Desde las nueve de la mañana en que se comenzó a juntar gente en la Ex-Glorieta de Peralvillo, pude ser testigo de que no hubo “acarreados”, sino que de forma libre y voluntaria, miles de personas de las más diversas condiciones sociales se unieron en una sola voz, que se resumía en lo que decía una de las pancartas: “México dice sí a la vida”. En otras más se expresaba: “Mamá, estoy feliz latiendo dentro de ti”; “Gracias, mamá, por dejarme vivir”; “¡México dice sí a los derechos de los concebidos!”.
A esta pacífica manifestación se dieron cita intelectuales, catedráticos, jóvenes de diversas escuelas y universidades, comunicadores, médicos y enfermeras, profesionistas, obreros, campesinos, amas de casa, gente del Distrito Federal y muchos otros que vinieron de provincia.
Pero, sobre todo, quisiera destacar la presencia de muchísimas familias: padres, hijos, abuelos, primos, nietos... Fue una impresionante manifestación de las familias mexicanas en favor de la vida humana. Algunos papás, amigos míos, a los que saludé y me presentaron a sus hijos –niños y adolescentes–, todos se mostraban contentos y orgullosos de participar en esta manifestación.
Personalmente me conmovieron grupos de indígenas otomíes y mazahuas que se trasladaron desde sus pueblos para sumarse a esta movilización. Cantaban y hablaban en sus respectivos dialectos y portaban los estandartes de la Virgen de Guadalupe y de San Juan Diego.
Yo asistí a la manifestación junto con un joven matrimonio, amigo mío, y acompañados de sus dos hijos: Mariano (de ocho meses), y Patricio (de cuatro años). Un periodista se acercó para entrevistarlos, preguntándoles por qué asistían a esta manifestación. Este matrimonio comentó que su intención era realizar una pública demostración a la sociedad de que ellos son una familia mexicana que defiende y ama la vida y pide que se respete este fundamental derecho a preservar la existencia de sus hijos desde el seno materno.
En el trayecto abundaban las carriolas con bebés. Había un pequeño de unos dos años que caminaba apoyado de la mano de su padre y fue la atracción de los camarógrafos, lo mismo que otra pequeña que desde su carriola sostenía firmemente –con sus manitas– un cartel anaranjado con grandes letras negras, en el que se leía: “Defiende la vida de los no nacidos”.
Durante el camino hacia la Villa de Guadalupe se rezó y se cantó. Muchas personas que iban al Santuario Mariano se fueron sumando a la manifestación y pedían, también, pancartas y póster. Otros jóvenes repartían volantes a los automovilistas que pasaban por la Calzada de Guadalupe para que se informaran bien del motivo de la marcha. Algunos otros universitarios explicaban a los transeúntes –con enormes carteles con fotografías de bebés– sobre el proceso de la vida humana y el “moderno” holocausto del aborto.
Al llegar al atrio de la Basílica se soltaron centenares de globos blancos, que llevaban la leyenda: “México: ¡sí a la vida!”, ante la algarabía de los chiquillos.

A esta manifestación organizada por “Unión de Voluntades” se unieron muchos otros grupos que trabajan activamente en defensa de la vida y de la familia, como: “Red Familia”, “Vida y Familia”, “Pro Vida”, “Caballeros de Colón”, “Caballeros de Malta”, “Asociación pro Derechos del Concebido”, “Comunicadores Católicos”, “Decisión Joven”, “Unión de Padres de Familia”.
Estuvieron presentes más de ochenta organizaciones.
Se lograron reunir alrededor de 20 mil personas, según afirma el periódico Reforma.
Dentro de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el Cardenal Norberto Rivera celebró una solemne Misa dominical. En su homilía hizo hincapié en que los ciudadanos mexicanos teníamos que acudir a los argumentos biomédicos y jurídicos para defender la vida humana que se inicia desde el momento mismo de la concepción, y esa vida debe ser respetada –dentro y fuera del vientre materno– hasta su muerte natural.
También comentó que a todos nos preocupa la situación de las madres con embarazos inesperados, pero que debemos buscar soluciones justas y dignas porque que ambos tienen derecho a vivir.
De igual forma, comentó que los mexicanos tenemos que ser la voz de los no nacidos y hemos de defender sus derechos porque México es un pueblo que ama la vida.
Subrayó que, frente al oscurecimiento y cerrazón de los que emplean la violencia y lucran destruyendo vidas humanas, se debe imponer la luz de la verdad, porque la vida humana es un derecho inviolable y fuente de todos los demás derechos.
Quizá la parte que más me llamó la atención de su homilía fue cuando dijo de modo enérgico: “Nuestro Estado es un Estado laico, que reclama la clara separación y respeto entre las realidades temporales y las realidades religiosas. La verdadera laicidad es la que escucha la razón, no la que se deja llevar por la sinrazón de una imposición de tipo político”. Añadió, finalmente, que México debe ser un territorio de vida y no de muerte.
Posteriormente, en las peticiones comunitarias, una indígena mazahua pidió en su dialecto que se ame y respete en México la vida de los niños que todavía no han nacido. Fue un momento particularmente emotivo.

Al término de la Santa Misa, el Cardenal Arzobispo Primado de México impartió la Bendición a los fieles y miles de familias aplaudieron y corearon un sí rotundo por la defensa de la vida de los no nacidos.
Fue una jornada memorable. Ya de regreso a casa, este joven matrimonio, amigo mío, me comentó que les había impactado mucho que tantas personas se hubieran manifestado en favor de la vida. Les había impresionado sus firmes convicciones, su alegría y su cordialidad, en forma tan pacífica, como una especie de fiesta pública por la vida.
Bajo el cielo azul de esa inolvidable mañana dominical de verano, había ocurrido un hecho histórico, un testimonio público multitudinario y elocuente para defender la vida.
Adicionalmente, comentábamos que todas las intervenciones del último año, de médicos, juristas, científicos y otros especialistas que se han pronunciado por la dignidad de la persona humana desde su concepción ante el pleno de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia, ha marcado un hito histórico en nuestro país.
Los miles de artículos, entrevistas de radio y televisión, conferencias, mesas redondas, reportajes, testimonios escritos de personas que defienden la vida, constituyen un hecho sin precedentes y alentador en la historia del México moderno.
En conclusión, tuve la impresión de que los tiempos están cambiando en nuestra Patria. Hay un despertar de los ciudadanos, una movilización general que comienza a tomar forma para reclamar sus derechos y exigir que se respete este derecho fundamental a la vida humana y pensando, también, en el destino de las futuras generaciones de mexicanos.
En medio de este panorama esperanzador, me percato de que la lucha por la vida humana y los valores de la familia apenas está comenzando. Hay mucho todavía por trabajar y concientizar entre los ciudadanos de nuestro país.

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