miércoles, 31 de octubre de 2007

AMLO, "autosanto" izquierdoso

Onésimo Herrera Flores

AMLO se autoproclama santo izquierdoso, como líder para quien el mundo se divide entre santos y diablos, amlistas y mafiosos, puros e impuros, con mentalidad mesiánica de que es él quien decreta la diferencia. Llevada al poder, esa idea de santosidad ideológica, muy al estilo del Panteón del Banlieu Latín, o mejor, del mausoleo de Lenin moscovita, que no religiosa, es una pureza encarnada como germen natural del autoritarismo.
Para AMLO no hay más senda que la suya, los críticos son enemigos y los enemigos representan necesariamente el "pensamiento y los intereses de los mafiosos, de los malos, de los impuros, de los demonios”.
Mesías tropical, el autoproclamado santón de la izquierda se siente caminar por el Lago Tiberíades, ubicándolo en su natal Tabasco, desde donde impone sus criterios, decreta quién es malo y qué se debe hacer ante fecal y sus focalizados partidarios y el fecalizado México al que condena urbi et orbi con una “maldición válida", porque la da el puro de los puros, el santo de los santos: AMLO.
AMLO insiste en la necesidad de una "verdadera santificación amlista" de la vida nacional. Su frase, lo mismo que la fórmula "rayo de esperanza", provienen de "La crisis de México", ensayo de un historiador-politólogo de hace 64 años. Aunque AMLO pretende cobijarse bajo la autoridad de aquel investigador, no lo logra. Cuando un intelectual liberal usaba esas palabras, la implicación no era revolucionaria, ideológica o religiosa, sino reformista. Un demócrata asume de antemano la no santidad, pureza o maldad de la vida y por eso cree en el imperio de las leyes. No es ése el sentido con que AMLO utiliza la palabra "santidad cívica o pureza" y sus derivaciones: como líder para quien el mundo se divide entre santos y diablos, amlistas y mafiosos, puros e impuros, con mentalidad mesiánica de que es él quien decreta la diferencia. Llevada al poder, esa idea de santosidad ideológica que no religiosa, es una pureza encarnada en el germen natural del autoritarismo, el “yo digo y ya”, el reverso de la tolerancia democrática.
Responde AMLO a sus críticos con órdenes al estilo Torquemada: ¡mandando quemar sus efigies en calles, artículos y discursos!, catalogándolos como “demonios”, malos, diablos e impuros. Aplicando la “santa ira”, el ninguneo, muerte civil-política y la calumnia.
Muchos de los esquemas ideológicos y actitudes autoritarias que sustentaron a los regímenes que cayeron uno a uno tras la caída del Muro de Berlín, siguen vivos, vigentes y actuantes en el estilo AMLO, justificando, con su autosantidad y autopureza, sus acciones. La satanización a la no comunión con las ideas e imposiciones de AMLO es muestra de ello, en cualquier situación y en cualquier escenario.
AMLO no manifiesta la más elemental civilidad, sino que sigue anatematizando a diestra y siniestra. Esa intemperancia es uno de los legados más preocupantes que dejó, deja e impera con el "estilo personal" de López Obrador, autoproclamado santo del pueblo, puro de puros y bienaventurado de buenos. Ello proviene no de un soñador o de un loco, ni siquiera de un ladino taimado poseso de idea fija, sino de una torcida noción de superioridad moral, de pureza, de autosantidad que es el rasgo más antidemocrático de una persona o de un sector. Tal es la situación de AMLO, el autoproclamado santo izquierdoso.


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