viernes, 26 de junio de 2009

«Corrupción»


Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Corrupción. (Del lat. corruptĭo, -ōnis). f. Acción y efecto de corromper. 2. Alteración o vicio en un libro o escrito. 3. Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. Corrupción de costumbres, de voces. 4. Der. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores. 5. ant. diarrea. ~ de menores. f. Der. Delito consistente en promover o favorecer la prostitución de menores o incapaces, su utilización en actividades pornográficas o su participación en actos sexuales que perjudiquen el desarrollo de su personalidad.

Cuentan que el general Álvaro Obregón decía que no había general que aguantara un cañonazo de cincuenta mil pesos –claro que dinero de ese entonces--, pero, por morbosa curiosidad, calculemos lo que serían esos pesotes en la actualidad: en esa época un peón ganaba –supuestamente salario mínimo-- cincuenta centavos diarios– y le alcanzaba para lo que actualmente no alcanza el salario mínimo-- por lo que, con esa proporción, si actualmente el salario mínimo es de 50 pesos en números redondos, entonces los cañonazos inaguantables serían ahora de 5 millones de pesos. Caray, que cifra, ¿habrá?, ya no digamos un general, sino cualquier funcionario que lo aguante. ¡That is the question!

La corrupción es común denominador de todos los países del orbe, pero hay que reconocer que los hay –muy pocos por cierto-- muy mesurados, otros –también pocos-- que lo son en medida tolerante –si es que algo tiene de tolerante la corrupción--, pero –los más-- que rayan en lo sublime, entre estos últimos, por desgracia, se encuentra México. Y aquí cabe la pregunta: ¿Por qué México se encuentra siempre abajo en lo que bueno es y arriba en lo que malo es? Claro que la propaganda y discursos oficialistas --durante la era de la Trinca Inferna (PNR-PRM-PRI)-- nos colocaban en lugares excelentes. Y es lógico, la demagogia va en razón inversa a la calidad de los pueblos, a menor calidad mayor demagogia. De ahí que a la demagogia se le considera un cáncer de la sociedad, porque pudre, acaba con la calidad de los pueblos; la demagogia es corrupción.

Siquiera ahora, y esto hay que reconocerlo sin ambages, se está atacando de frente y sin distinción partidista este mal. De hecho se empezaron apretar tuercas desde la administración de Fox, aunque hay que reconocer que de entrada no se puede más que preparar terreno –que fue lo que hizo la administración Fox--, para que el siguiente atacara de lleno, que es lo que está haciendo la presente administración. Esto último lo remarco con énfasis, aunque le pese a los periodistas, muy dados a insidiar.

A mucha gente le cuesta trabajo entender, entre ellos a los periodistas –salvo contadas y honrosas excepciones--, que el cambio del 2000 lo fue efectivamente. Claro, es fácilmente entendible, a los periodistas se les acabó el “embute” –dinerito que cobijaba a los periodistas de la “fuente” y que obviamente alcanzaba a los jefes--, y esto se dice fácil pero se les acabaron las componendas y canonjías.

Alguna de las interpretaciones más comunes de la corrupción son: el abuso del poder político en beneficio personal”; “el crimen de que se hacen culpables los que estando investidos de alguna autoridad publica y sucumben ante la seducción”; “la violación de las normas del deber y responsabilidad dentro del orden cívico”; “la explotación del público”.

Definida dentro de un sentido amplio, la corrupción es sencillamente la alteración del estado natural de una cosa. Puede decirse que existe la corrupción judicial, económica, administrativa, agraria, empresarial, sindical, legislativa, humana, sexual, policiaca, comercial, electoral, burocrática, moral, verbal, aduanal, política, presupuestaria y educativa.

Cuando hablamos de la alteración del estado natural de una SOCIEDAD, hablamos del uso indebido de una cosa en beneficio propio por elementos de la sociedad: por un individuo, familia, región, nación u organización social –gobierno, sindicato, empresa, iglesia-- a expensas de otro individuo, otra familia, otro clan, otra región, otra nación u otra organización social.

Esta alteración se manifiesta en dos maneras fundamentales: en la alteración “privada” –por individuos, familias, empresas, sindicatos, etc., buscando beneficio propio a expensas de otros del mundo de “mercado libre”-- y en la alteración “pública” –por individuos, familias, empresas, sindicatos, etc.--, buscando beneficio propio a expensas de otros, regulados por su relación con algún gobierno. Generalmente, en su uso más común, cuando hablamos de alteración “privada”, hablamos de EXPLOTACIÓN: y cuando hablamos de alteración “pública”, hablamos de CORRUPCIÓN.

Como se ve, los dos conceptos de explotación y de corrupción están íntimamente ligados. Los dos tienen como su fin último el sacar beneficio propio, sacrificando al otro; los dos se practican discretamente; los dos se encuentran en posiciones netamente poderosas, de las cuales no tienen mucho que temer; los dos traicionan la confianza de los elementos pasivos en la interacción.

Si bien se puede decir que la corrupción y la explotación están estrictamente relacionadas, no se puede comparar tan equilibrante el impacto de los dos fenómenos. Mientras la corrupción se regula por una larga serie de prohibiciones, regulaciones y moralizaciones, la explotación se caracteriza por su ejercicio desenfrenado, legalizado y hasta aplaudido. Por su carácter legal, por su fácil acceso a la mayoría de los recursos naturales del mundo, y por su poderosísima sobre la vida diaria de centenares de millones de personas, la corrupción parece un enano al lado del gigante que es la explotación.

La relativamente menor importancia que tiene la corrupción ante la explotación, no reduce el efecto de aquella, la deshonestidad burocrática frena la eficiencia; paraliza el desarrollo económico de un país; sofoca el respeto por la autoridad del estado; produce una antipatía hacia la iniciativa y la originalidad; genera la inestabilidad política; pierde tiempo y energía humana; reduce la cantidad de fondos nacionales disponibles: reafirma una psicosis de explotación; estorba la planificación estatal; y distorsiona toda la economía. ¡ABUR!













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