martes, 12 de enero de 2010

Por una nueva revolución: la ciudadana

Por: Equipo yoinfluyo.com


Enero / 2010



Ya comenzó el año 2010. Cabalístico para unos y cargado de símbolos para muchos otros. Este año será abundante la información y las celebraciones en torno a la conmemoración de los 200 años del proceso de Independencia y de los 100 desde que se registró el proceso histórico llamado la Revolución Mexicana.



No faltarán los políticos que se llenarán la boca recordando las gestas heroicas de los personajes que pasaron a los anales de la historia de México: Hidalgo, Morelos, Guerrero. Habrá quienes busquen reivindicar a personajes maltratados por el oficialismo, como Iturbide. Será una época en la que la historia de México será rescatada y citada cada vez más hasta llegar a las fechas cruciales del 16 de septiembre y 20 de noviembre.



En ese ir y venir de nombres y personajes, están como telón de fondo, imprescindibles, aquellos elementos que conformaron la nación mexicana. Aquellos mismos que quedaron plasmados en la bandera nacional desde 1821 y que, con el paso de los años, han pretendido ser modificados por grupos particulares: religión, unidad e independencia.



Hablar de identidad nacional es referirse a aquellos elementos y códigos culturales, políticos y sociales compartidos por una población establecida en un territorio determinado. La identidad nacional, que no se obtiene por decreto o por una decisión afortunada, sino a través de procesos históricos muchas veces sangrientos y dolorosos, llegado el año 2010, corre un riesgo serio de diluirse en el imaginario colectivo.



Hoy, aun cuando más del 80 por ciento de los mexicanos se reconoce como católico, y un 15 por ciento más asume alguna fe religiosa en su vida cotidiana, hay sectores de la clase política que se empeñan en atacar lo que para la mayoría de los mexicanos es sagrado.



La andanada antirreligiosa y el laicismo feroz, ilustrado en el discurso de diversos actores políticos de izquierda y en legislaciones que promueven la destrucción del propio ser humano, es una realidad que pone en riesgo la identidad nacional que este año celebramos.



En México es común ver que existen y se desarrollan los fenómenos de la pobreza, inseguridad y crimen organizado, desempleo, crisis económica y descomposición social. Hoy los mexicanos padecemos un sistema educativo deficiente, un aparato de justicia envuelto en corrupción, un sistema de salud insuficiente y la insensibilidad de una clase política preocupada por satisfacer intereses particulares.



Estos problemas no abonan más que a la desintegración social y a la división de México, en donde lo que impera es la desconfianza, el temor y la zozobra, la incertidumbre, el pesimismo y la frustración. Nada más alejado del espíritu de unidad y cohesión social con el que fue fundada la nación mexicana.



Más allá del proceso de globalización, que conlleva intercambio cultural, político y económico entre países, la sumisión económica hacia Estados Unidos que México ha sufrido desde hace varios años y la llegada de empresas trasnacionales con una agresiva visión de mercado hacen surgir la duda de si realmente México logró independizarse como hoy se dice.



Por si fuera poco, oscuros intereses internacionales lucran económicamente con políticas que denigran y han arrebatado la vida de miles de mexicanos que no lograron nacer. La industria del aborto deja millonarias ganancias para grupos y empresas extranjeras que, a través de presiones y cabildeo, logran influir en políticos y legisladores mexicanos que traicionan su encargo de velar por el bien de la comunidad que los ha elegido.



Este año, en el que algunos buscan capitalizar violentamente el hartazgo y la frustración social, con la búsqueda de provocar movimientos armados, debe ser el año de los ciudadanos.



La violencia ha probado su fracaso como método de transformación política y social. La historia lo ha demostrado en numerosas y muy diversas ocasiones. Es tiempo de apelar al espíritu cívico arraigado en los ciudadanos mexicanos.



Resolver y encauzar la vida pública de México no es tarea sencilla. Se requiere de un compromiso individual en el que impere la esperanza de cambio. Se trata de que los mexicanos seamos capaces de transformar nuestro mundo en lo cotidiano, de asumir la responsabilidad que tenemos con nosotros y con los demás.



El trabajo, la escuela, la familia. Al ir en la calle o en el autobús. Al llegar a casa. Todas son oportunidades para hacer las cosas, para vivir la vida de diferente forma, siempre al servicio de los demás.



Nuestro 2010, el año del Bicentenario, debe ser el año de una nueva revolución. 2010 tiene que ser recordado como el año en el que los mexicanos decidimos dejar de esperar del gobierno y nos convertimos en agentes de cambio social, político y cultural.



México espera mucho de sus hijos. La Patria nos llama y nos reclama. La coyuntura histórica, la crisis de paradigmas que caracteriza nuestra época urge más que nunca la acción y la participación de ciudadanos responsables, amantes de la Verdad, defensores de lo Bueno.



Nuestros semejantes, nuestros compatriotas, los que viven en pobreza, los que viven sometidos a abusos, los que hoy no cuentan con lo más básico para vivir y desarrollarse, los que no alcanzan a ver la luz de la vida por leyes injustas; en fin, todo aquel que no cuente con las condiciones mínimas para satisfacer sus necesidades requiere de nuestras acciones claras y contundentes en su favor. ¿Acudiremos al llamado?



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