miércoles, 25 de julio de 2007

Negación a ultranza

Enrique Galván-Duque Tamborrel

Las actuaciones políticas del PRD, partido que dice representar a la izquierda mexicana, confirman a la mayoría de los mexicanos pensantes que no son opción para mejorar nuestros niveles de vida. Más bien constituyen el principal obstáculo para sanear las finanzas públicas y hacer globalmente más competitiva a la economía mexicana.
A pesar que cuentan con legisladores sensatos, el grupo que controla ese partido, debido a su obsoleta ideología y a la obsesiva revancha por su derrota en las elecciones presidenciales, decidieron que su principal objetivo debe ser obstaculizar metódicamente todas las políticas e iniciativas del gobierno del Presidente Felipe Calderón.
Fui compañero de estudios, amigo y colega de Heberto Castillo Martínez. Heberto fue un connotado ingeniero, que tuvo lustre internacionalmente en la ingeniería estructural. Pero para mi lo más significativo fue que lo que más fortaleció nuestra amistad fue el ámbito deportivo, el béisbol infantil a través de nuestros respectivos hijos. Heberto fue siempre, desde muy chico –como buen veracruzano que era-- un amante de la pelota caliente. En nuestra época de estudiantes, en los torneos intramuros, se distinguió como el pitcher de la “recta infernal”; después, ya como padres, nuestros hijos jugaban en la Liga Pequeña de Béisbol Olmeca, en donde Heberto era manager del equipo donde jugaban sus hijos y yo el encargado de registro y organización de los equipos Esta actividad, ajena totalmente a toda actividad del mundanal ajetreo, nos unió en una amistad franca y honesta. Sin embargo, en el ámbito socio-político, Heberto fue un luchador incansable, audaz, valiente y de una firmeza admirable en sus convicciones. Desde que yo conocí a Heberto hasta su muerte fue un hombre de una sola línea, y él fue figura principalísima en la integración y nacimiento del PRD. Cuando analizo al PRD actual y lo comparo con el ideal de Heberto pienso que hay una distancia abismal. Heberto era un hombre que –como ingeniero que era no podía ser de otra forma-- razonaba con certera lógica y jamás tomaba decisiones a priori, ni se amachaba en una necesidad indemostrable –cosa que actualmente acostumbran los legisladores del PRD.
Los legisladores perredistas se opusieron a la reforma del sistema de pensiones de los burócratas, que para todo aquél que sabe sumar y restar, es claro que constituye una opción para evitar la quiebra formal de ese sistema o tener que enfrentarlo con impresión de dinero, como lo hicieron los argentinos en el siglo pasado, convirtiendo en polvo no sólo las pensiones de los burócratas, sino los ahorros de todos los trabajadores argentinos. A pesar de esas experiencias y que en el mismo programa del ex candidato presidencial del PRD se consideró realizar ese tipo de reformas, los rijosos legisladores perredistas se oponen sin ningún argumento sólido. Para ellos la unidad necesaria, independientemente de ideologías, para la consecución de mejores condiciones de vida para todos los mexicanos no tiene importancia, lo que importa para ellos es estar siempre en contra de todos y de todo.
Es tan evidente la actitud de descalificación metódica de los perredistas, que muchos analistas y medios de comunicación dan por hecho que con ese grupo de legisladores no es posible una ninguna discusión seria y racional. En el Congreso circula un chiste que dice que cuando un legislador perredista se desmaya, no vuelve en “sí”, sino en “no”.
Los izquierdistas trotskistas hicieron mucho daño, pues eran partidarios de la “revolución permanente”, que ellos interpretaban como una lucha violenta constante contra el grupo en el poder. Esa actitud política ya fue superada por la mayoría de las izquierdas democráticas. Pero ahora la izquierda “oficial” mexicana cayó en un permanente “no” al diálogo y en la “descalificación permanente” al candidato que les ganó en las pasadas elecciones. Aunque dicen que no son violentos, como los trotskistas, sus posturas son parecidas a la de esos grupos del siglo pasado: radicales, intolerantes y cerrados al diálogo.
Por muy tarado que fuera AMLO no entiendo como no se da cuenta del gran daño que le está haciendo al país, a la patria que tanto dice amar. La libertad de pensamiento y de expresión es un derecho inalienable, nadie que se considere demócrata puede negar eso, pero una cosa son la ideología y otra estorbar el camino del progreso. AMLO debe razonar y darse cuenta de que todos –amarillos, verdes, rojos y azules-- estamos en la misma barca y si no remamos parejos no avanzamos, nos lleva la corriente y nos hundimos. Si se persiste con el NO, NO y NO a ultranza, ahí seguiremos dando vueltas y vueltas sin avanzar, y el estancamiento es retroceso.

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