miércoles, 5 de septiembre de 2007

Partido de la Revolución ¿Democrática?


José Manuel Ortíz

Lo que más llama la atención no es el hecho que un grupo de delegados en el Congreso del PRD hayan abandonado la sesión, sino la razón por la cual lo hicieron: cuando la mayoría de los asistentes en el evento no estuvo de acuerdo en poner, por enésima ocasión, que desconocían al Presidente Calderón, a una señal de sus líderes, las fracciones en desacuerdo salieron del evento.

En términos generales, si bien es cierto que no se cumplió el escenario más radical que consideraba la posible desaparición del PRD por las reyertas entre sus tribus, las imágenes de delegados gritando, rompiendo boletas o abandonando el recinto no necesitan ser explicadas ni requieren de interpretaciones. Presentan al PRD como lo que es: una fuerza política en la que coexisten grupos comparten algunas simpatías e ideales pero que no han encontrado mecanismos para superar las fuertes diferencias que existen entre ellos.

Quizá el mayor problema del PRD es su incapacidad para aceptar la realidad cuando no se adecua a su discurso. Y es que no se puede negar la gran capacidad que tiene para identificar algunos problemas sociales y adaptarlas a su discurso: La pobreza, la marginación, la injusticia, la falta de oportunidades, entre otras realidades sociales, son problemas que deben de solucionarse.
Sin embargo, negar la realidad cuando no se ajusta a su percepción de cómo debieran ser las cosas provoca contradicciones, como hablar de unidad cuando existe una evidente pugna entre las tribus que lo conforman.

Lo mismo sucede cuando López Obrador habla de un partido por encima de los caudillos cuando el mismo no quiere dejar de serlo, más aún cuando ni el PRD ni el ex jefe de gobierno aceptan una realidad evidente: que su oponente en la campaña presidencial está despachando en los Pinos.
Este problema de negación de la realidad les impide reconocer sus fallas y les hace fácil el hablar con eufemismos cuando ellos mismos son el tema de conversación. Así, en la campaña electoral, el gran problema no fueron los evidentes errores que cometieron sino que se confiaron.
Más aún cuando en su Congreso, al encontrar que había más votos que votantes en algunas de sus mesas de discusión, no faltó quien pretendió suavizar el asunto hablando pintorescamente de “delegados nómadas”, cuando en realidad se trataba de una falta de respeto muy grave al interior de su propio partido.
Esa incapacidad de afrontar la realidad les hace afirmar que siguen siendo un partido que representa a más de 15 millones de personas, como si esos votos que obtuvieron en las elecciones presidenciales ya los tuvieran asegurados y no tuvieran que entregar resultados al electorado para refrendar los sufragios recibidos.
Más aún, esa imposibilidad de ver las cosas como son, les hace considerar que las afrentas que hicieron a la ciudadanía y a las instituciones por el supuesto fraude no les implicará un costo en comicios en los que participen.
El problema se agudiza cuando pareciera que creen que repitiendo que Felipe Calderón no es el Presidente de la República, llegará un momento en el que deje de ser el titular del Poder Ejecutivo en el país.
Los partidos políticos tienen una razón de ser: llegar al poder para desde ahí implementar un programa de gobierno de acuerdo a ciertos principios. Desde finales del siglo pasado, el poder dejó de ser monolítico en nuestro país, de manera que diversos actores ejercen un poder de facto. Esta situación dinámica está altamente influenciada por una sociedad que se ha vuelto cada vez más crítica y exigente de sus autoridades.

Más allá de simpatías o antipatías, el Partido de la Revolución Democrática representa a un amplio sector de la población en nuestro país y como tal, debería de tomarse más en serio su papel de portavoz de la comunidad. Las múltiples ocasiones en las que se ha mostrado como un grupo de intolerantes incapaces del diálogo, disminuyen sus posibilidades de ganarse a una sociedad que espera de los políticos soluciones, no escándalos.

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