miércoles, 23 de enero de 2008

El discreto encanto del hueso

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


En materia de designación de funcionarios públicos parece que vamos para atrás. Este problema es en los tres niveles de gobierno: federal, estatal y municipal.

Por un lado, los nombramientos del “gabinete” municipal han resultado en la mayoría de los casos decepcionantes. El perfil de gran mundo del nuevo Edil parecía augurar que íbamos a tener una nueva hornada de jóvenes funcionarios competitivos y expertos en sus respectivos campos. En cambio, parece que no hay nuevos valores ixtepecanos de dónde echar mano y predomina el esquema tradicional de elementos reciclados de las administraciones anteriores o tipos cuya única experiencia es la grilla partidista, sin verdadero interés en hacer trabajo efectivo en el área que se les encomienda. Por otro lado, el dirigente de los priistas locales anuncia que buscará que todos los cargos sean ocupados por priistas. Se pretende echar por la borda la experiencia de quienes han hecho carrera en sus respectivos sectores, para colocar "grillos" y "chapulines" que lo mismo hacen una chamba que otra.

En ambos casos, se privilegia la grilla y los compromisos de campaña sobre el conocimiento técnico. Vamos para atrás, ¿o no?

Una explicación a esta situación es revisar el papel que juega actualmente la clase política mexicana. No se puede hacer a un lado a la vieja clase política sin que cause graves daños al gobierno que los desplaza.

Los gobernantes sudamericanos no pueden deshacerse de los militares que siguen dando guerra a los nuevos gobiernos democráticos. México, por su parte, no puede deshacerse de su vieja clase política priísta, educada en los modos autoritarios, que trata de mantener sus privilegios y sigue activa haciéndole la vida pesada al gobierno. Dejarlos sueltos es arriesgar la estabilidad política del gobierno, de modo que tal vez es mejor mantenerlos ocupados. Pero ¿y el cambio? ¿No hay cambio de la clase política gobernante?

Sin embargo, una cosa está clara; el camino hacia el desarrollo económico y político no pasa por el sistema de botín sino por el de la profesionalización de la carrera pública.

En el sistema de botín, el candidato ganador despide a todos los funcionarios anteriores para colocar a sus amigos y gente de confianza, sin tomar en cuenta sus méritos o experiencia profesional. No se requiere ni vocación de servicio, ni conocimientos especiales del área, sólo lealtad y fidelidad al jefe en turno.

La profesionalización del servicio público implica, en cambio, que los puestos sean asignados a quienes tengan más méritos profesionales. Se trata de colocar en cada puesto, a través de concursos competitivos, a la persona más calificada para el puesto. La misión en este caso no es satisfacer al jefe, sino trabajar para la ciudadanía.

El ejemplo más acabado de servicio público profesional es el de Inglaterra, aunque se aplica en todos los países desarrollados. Los gobernantes electos no llegan a repartir puestos; los cargos públicos son asignados por las comisiones del servicio civil.

En el Gobierno federal se están dando pasos hacia la implantación de un servicio profesional de carrera, cuando menos hasta el nivel de subdirector. ¿Será mucho pedir algo similar para la administración estatal y municipal?

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