lunes, 28 de enero de 2008

La odisea de loa repatriados

Fuente: La Opinión de Los Angeles
Autor: Gardenia Mendoza Aguilar
27 de agosto de 2007


Rosario Jiménez regresó a vivir hace dos años a Zozea, Hgo., su pueblo natal, con sus tres hijas estadounidenses después de separarse de su marido con quien vivía en Greenbrae, California, para enfrentar tres grandes problemas: un salario de 11 dólares al día; que sus hijas no se adapten a la escuela por el idioma y el rechazo de la comunidad.

"Creí que sería más sencillo volver a mi tierra y ahora me doy golpes en la cabeza", cuenta Rosario, quien huyó de la violencia doméstica y renunció a un salario de nueve dólares por hora por acomodar ropa en una tienda, a una casa de dos pisos, un coche y 12 años de historia en el país al que llegó indocumentada.

Ahora vive en una casa que le presta su hermano, que reside en Estados Unidos.

Durante el primer año en México, su marido le enviaba mensualmente 150 dólares para ayudar a mantener a las menores de 11, 10 y 4 años. Sin embargo, en los últimos meses han cesado los aportes.

"Ya no tengo dinero para comprar los útiles para la escuela, el dinero no alcanza para nada. Dejé mi negocio de pollo porque la ganancia era mínima y en la fábrica de textiles sólo pagan 120 pesos [unos 11 dólares]", agrega.

Esto, sin contar la falta de comodidades que mejoran la calidad de vida de cualquier persona, como un auto, casa amplia, supermercados, calles pavimentadas, autobuses escolares, parques recreativos…

En Zozea, Rosario tiene que lavar en un lavadero de concreto para evitar gastar energía eléctrica; no tiene coche, ni casa pintada con cuidados jardines y sus hijas tienen que caminar tres kilómetros, atravesando milpas sobre caminos fangosos para llegar a la escuela.

"No me gusta vivir aquí", dice Judith, la hija mayor. "En la escuela me rechazan. Dicen que soy una tonta porque no entiendo todas las palabras en español y nadie se me acerca, les caigo mal".
La familia de Rosario es considerada por la Coordinación Regional de Apoyo al Hidalguense como uno de los casos más representativos de los choques culturales que viven las familias que regresan a México después de vivir en Estados Unidos.

Un conflicto que podría agudizarse con el incremento en las deportaciones de mexicanos que, de acuerdo con cálculos de organizaciones defensoras de derechos humanos para el 31 de septiembre próximo alcanzará la cifra récord de 230 mil, después de que varios congresos estatales de EU aprobaran 170 medidas antiinmigrantes.

"Son verdaderos dramas a los que se enfrentan", dice Luz Martínez, funcionaria de pensiones y restitución de menores de la oficina de migración hidalguense.

La mayoría de los niños que nacieron en Estados Unidos y vienen con sus padres a vivir a México se convierten en "indocumentados", después de que se vencen los seis meses de permiso de estancia que da el gobierno y no tramitan su doble nacionalidad.

Esto implica que no pueden registrarse como alumnos regulares ante la Secretaría de Educación Pública (SEP) y, aunque cursen las asignaturas, no se les puede entregar un certificado oficial ni revalidar materias.

"La gente desconoce que tienen derecho a la doble nacionalidad o piensan que al tramitarla pierden sus derechos en Estados Unidos y por eso no buscan regularizar a los niños en México. Están sin papeles, aunque pueden tenerlos por derecho de sangre", comenta Luz Martínez.

El trámite para obtener la doble nacionalidad (que se acepta en México desde 1998) se puede realizar en todas las oficinas de atención al emigrante y sólo requiere el acta de nacimiento certificada por el gobierno del estado norteamericano donde nació el interesado.

A pesar de que los trámites administrativos suelen ser uno de los principales problemas para quienes intentan readaptarse en sus comunidades de origen, el impacto cultural que provocan en éstas sigue siendo el paso más difícil de superar.

Tonatiuh Vázquez, investigador del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), señala que el emigrante que retorna trastorna de manera negativa los hábitos de salud de su familia y la población.

"He estudiado durante muchos años a comunidades mixtecas, en Oaxaca, donde ya sólo comen hamburguesas, pizzas y papas fritas con Coca Cola por la influencia que traen de Estados Unidos", señala.

La expansión de estos hábitos alimenticios por imitación provoca obesidad, hipertensión y diabetes. De igual forma, se propaga el consumo de alcohol, las drogas y las prácticas sexuales de mayor riesgo como parejas múltiples y homosexualidad.

"Esto va creando una imagen de recelo hacia los ‘gabachos indeseables’, porque irrumpen en la tranquilidad de los pueblos: son el mal ejemplo que seduce a los jóvenes y todo esto genera rechazo social en una sociedad muy conservadora como la provincia mexicana".

En las ciudades, este tipo de conductas pasan inadvertidas, no obstante, la diferencia de salarios sigue pesando en la readaptación.

Javier González, un albañil de 30 años oriundo del Distrito Federal, trabajó indocumentado en la construcción de apartamentos en Tucson, Arizona, a donde emigró para ahorrar dinero y poder casarse con su novia.

Después de un año regresó, se casó y tuvo dos niñas a las que apenas puede mantener con un salario de 20 dólares diarios, cuando tiene obra. En Arizona ganaba 16 dólares la hora.
Por eso ha intentado regresar en tres ocasiones, pero la Patrulla Fronteriza lo ha detenido. "Es duro, pero vuelvo por mis hijos", señala.

"Insisten una y otra vez", comenta Fernanda García, de la oficina para atención al emigrante en el Estado de México.

La funcionaria revela que por esta reincidencia, el gobierno del estado suspendió su programa de ayuda a repatriados.

"Quienes han vivido allá siempre, tienen añoranza de una economía que no les exige altos niveles de estudio para aspirar a vivir bien. Cuando se dignifica a una persona, no hay muros que la detenga o tierra que los haga volver", puntualiza.

Rosario es el mejor ejemplo. Sus planes a corto plazo son subir a sus hijas a un avión que las lleve a Los Ángeles, mientras ella lucha con el desierto y sus coyotes para alcanzarlas.


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