miércoles, 23 de enero de 2008

México: La gran solución

Fuente: La Opinión de LA.
Autor: Gabriel Zaíd
28 de octubre de 2007


Es un error creer que todos los problemas de México derivan de un gran problema y exigen una gran solución. Pero nos gusta hacer teorías, simplificar, generalizar. Por ejemplo: el Gran Problema es que los mexicanos le quedaron a Dios muy mal hechos. La Gran Solución es repararlos, pero eso sí: desde la primaria.

Si se busca en Google "desde la primaria", sorprende la cantidad de cosas que la escuela debe enseñar a los niños para repararlos: honestidad, valores, buenos hábitos de alimentación, cuidado del medio ambiente, disciplina, higiene, limpieza, orden, puntualidad, responsabilidad, seriedad; conocimientos básicos de astronomía, biología, derecho, física, filosofía, finanzas, geografía, gramática, historia, inglés, matemáticas, sexualidad; espíritu cívico, constructivo, crítico, democrático, empresarial, innovador; habilidades aritméticas, artísticas, computacionales, deportivas, manuales, sociales.

Además de leer y escribir. Según esto, el Gran Problema está en el pecado original de ser mexicanos, y la Gran Solución en modificarlos.

¿Para qué sirven estos planteamientos? Para cruzarse de brazos y justificar el pesimismo. Para no cruzarse de brazos, y proponer algo, aunque sea absurdo. Para no sentirse mal diciendo, simplemente: "No sé".

Pero, ¿quién puede saber cuál es el Gran Problema de México y cuál es la Gran Solución? Nadie. Es normal preguntarse: ¿Por qué México se ha quedado atrás? Pero no es fácil diagnosticar ni remediar en esa escala. La realidad no es manejable, para efectos prácticos, en un nivel tan alto de abstracción.

El error se refuerza en las alturas del poder, desde donde se pueden tomar medidas generales (muchas veces inútiles o contraproducentes), pero no bajar al detalle necesario en la vida práctica. Y las vaguedades se prestan para disimular intereses ocultos.

Cuando se funde un foco en la casa, el problema práctico se resuelve cambiándolo. La familia no se pone a buscar el significado profundo de que a los mexicanos se les fundan los focos. Pero si el foco se funde en la calle, aunque afecte su seguridad, y sepan perfectamente cuál es el problema y cuál la solución, no pueden actuar: sólo filosofar. Ni tienen focos de repuesto en la casa, ni escalera para el caso, ni derecho a resolver el problema. Si se trepan para intentarlo, como si podan un árbol de la calle, o contratan un albañil para que repare un bache, se exponen a sanciones. Interfieren con las autoridades y con los derechos de los sindicatos, contratistas y proveedores autorizados.

Los ciudadanos viven obligados a la pasividad. Tienen que esperar y esperar y esperar, como en el cuento de Juan José Arreola del tenaz pasajero que se la pasa en la estación, esperando que un día, por fin, llegue el tren. Tienen derecho a solicitar, muy atentamente; pero saben que es inútil: las autoridades ni escuchan ni responden.

A la presidencia llegan millones de cartas, todas "respondidas" muy atentamente: Hemos turnado su queja, petición, sugerencia o comentario a tal dependencia. ¿Qué más se puede hacer desde las alturas? La presidencia no va a cambiar un foco. Cuando mucho, puede hacer estadísticas generales... y en eso queda el caso particular.

Los ciudadanos también pueden votar. Pero ya pasaron los tiempos del atraso tecnológico, cuando los candidatos visitaban hasta el último rincón del país y prometían (aunque no cumplieran) cambiar el foco fundido en esta calle. Hoy visitan a las familias por televisión, en los 20 segundos que permite un comercial, ofreciéndoles lo que piden, según las encuestas. Pero las encuestas, como las estadísticas, tienen que simplificar: no pueden registrar el foco fundido en esta calle. Tienen que elevarlo a una cuestión general, por ejemplo: seguridad. Y el candidato vende seguridad. Pero, de llegar al poder, ¿cómo podrá bajar del gran concepto general al caso particular? No hay manera. El foco va a seguir fundido, hasta que alguna vez (o nunca) llegue el tren.

De focos fundidos está lleno el país. En la mayor parte de los casos, los ciudadanos no necesitan a la clase política para remediarlo. Pero meterse es un delito. Todo está hecho para que los ciudadanos no se metan.

Demagógicamente, son invitados a denunciar, opinar, participar. Los pocos que persisten y se vuelven líderes son invitados a integrarse a la clase política. Es decir: a no limitarse a un problema tan pequeño, a verlo en una perspectiva más amplia, junto con todos los problemas del país. Es decir: a flotar en las alturas y olvidar el foco fundido.

México no tiene un gran problema, sino millones de pequeños problemas (y oportunidades) donde los ciudadanos no pueden meterse, sin toparse con el poder que ni hace ni deja hacer.

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