domingo, 6 de diciembre de 2009

México y sus héroes de papel



Por: Carlos R. Astudillo Constantino


noviembre / 2009



En 2010 se cumplen 200 años del inicio de la Guerra de Independencia de México, y 100 años del inicio de la Revolución Mexicana, efemérides cargadas de un enorme peso en los relatos históricos que abordan el pasado mexicano.


Actualmente se habla de la Conmemoración de la Independencia y la Revolución en referencia a dos gestas históricas fundacionales. Se habla de dos procesos sucesivos y concordantes que hicieron avanzar al país para superar viejos conflictos y agravios seculares. La Independencia trajo la Soberanía y la Revolución la Justicia. Fueron procesos animados de nobles ideales como la Libertad, la Igualdad, la Democracia…


En este contexto se habla de que la mejor manera de honrar a los participantes de estos acontecimientos históricos grandiosos que marcaron los siglos XIX y XX es llevar a la práctica los generosos ideales que los inspiraron y que aún no se han cumplido a plenitud. En un discurso de concordia y armonía se propone que la continuación de las luchas independentistas y revolucionarias debe darse ahora con entusiasmo y alegría, en un clima pacífico de construcción del México que todos queremos.


Me parece que vale la pena observar ciertas inconsistencias en la actitud que refleja esta postura políticamente correcta. Para nadie es un secreto que la mayoría de los mexicanos conoce poco de su historia, y lo poco que se sabe está equivocado. Prevalece un conocimiento fragmentario, difuso, incoherente, de los acontecimientos más relevantes de nuestra historia.


Para muchos, sus conocimientos de historia patria constituyen una nebulosa donde flotan caóticamente los nombres de héroes y villanos, batallas y gritos, fechas y frases, Guerrero y Pancho Villa, el Padre Hidalgo y Zapata; "Vamos a coger gachupines", "La tierra es de quien la trabaja"; la marcha de Zacatecas y la Alhóndiga de Granaditas; el 15 de septiembre y el 20 de noviembre, la Corregidora y la Adelita.


A nivel popular no se conocen los hechos históricos, no se tiene conciencia de lo que pasó. Mucho menos se hace una valoración crítica y objetiva, despojada de atavismos, mitos y deformaciones dolosas con fines políticos. Prevalece el eslogan, el cliché, la estampita, el disfraz de Adelita, las ceremonias escolares insulsas; el discurso hueco en ideas, pero abundante en lugares comunes que se repiten hasta la náusea como cantinela de merolico.


Al crear una nueva versión del viejo discurso demagógico en que se sustentaba la historia oficial, pero con el ingrediente nuevo de la apelación políticamente correcta a la unidad nacional, se corre el riesgo de solidificar la visión nebulosa de cuentos de hadas que tienen muchos mexicanos sobre su historia.


Con el afán de evitar conflictos políticos por la revisión de la crítica histórica, el viejo discurso oficial adopta un ropaje moderno, conciliador, que a todos los actores políticos deja satisfechos, pues es congruente con la valoración optimista tradicional, y evita los ásperos y espinosos detalles de la terca realidad que no encajan con la línea general.


Alabo profundamente la intención de extraer de los acontecimientos de nuestra historia los aspectos positivos que pueden inspirarnos en nuestro presente para proyectarnos al futuro con un sentido de identidad y orgullo por el pasado común. Pero también veo con preocupación que no se abarque con objetividad todos los hechos que determinaron las distintas etapas de nuestra historia; me parece inconveniente que no se haga, en esta "Epifanía de los Hechos Fundacionales de Nuestra Historia Patria", una explicación completa, que aborde sin traumas ni complejos la realidad de los acontecimientos, y que apueste por la difusión del conocimiento, en manos de los especialistas que honran la honestidad intelectual por encima de sus conveniencias o intereses particulares.


Nadie es neutral o indiferente en materia histórica, y menos los grandes historiadores. Pero lo que hace perdurables a éstos es su prestigio basado en la integridad intelectual, en su disciplina y rigor, que independientemente de su legítima y particular orientación doctrinal o ideológica, los hace merecedores de nuestra confianza, no porque piensen como uno, sino porque aportan elementos para que cada uno forje su propio criterio.


José Manuel Villalpando, Jorge Adame Goddard, Alejandro Rosas, Enrique Krauze, José Antonio Crespo, Jean Meyer, David Brading, Brian Conaughton, Jaime del Arenal, Francisco de Icaza y una larga lista de especialistas nos demuestran que podemos abordar nuestra historia para conocer, entender, valorar y finalmente conmemorar lo digno de ser recordado. Lo otro es bordar en el vacío, pasto para el olvido.




«LA ORACIÓN DEL QUE SE HUMILLA PENETRARÁ HASTA LAS NUBES»




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