viernes, 30 de noviembre de 2007

Cataclismos

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Se dice que los accidentes son causados por descuidos humanos, de esto no hay duda, pero estos descuidos, sobre todo cuando causan accidentes donde por desgracia hay pérdidas de vidas son y serán siempre involuntarios, a menos de que el que lo cometió sea un demente, un asesino (que también es demente) o un terrorista.
Cuando sucede desgraciadamente un accidente, ya sea que cobre vidas o no, siempre por norma de procedimientos debe efectuarse una exhaustiva investigación para saber las causas que lo ocasionaron, pero no con la finalidad primordial de encontrar un culpable humano. Con base en la investigación que se realice se está en posibilidades de corregir y mejorar sistemas constructivos o de fabricación, así como las especificaciones de los materiales; esto lleva finalmente en mejorar la tecnología; como seguramente se hará, por ejemplo, con las famosas mandarinas que ya se vio que para esas condiciones no sirven. Los avances tecnológicos, en cualquier terreno conllevan siempre riesgos y eso no tiene remedio, siempre será así per saecula saeculorum. Si como resultado de las investigaciones se encuentra falla humana se deben de tomar medidas con el responsable, pero no para sobajarlo más de lo que seguramente su conciencia lo está haciendo --sobre todo si costó vidas humanas-- por su error seguramente involuntario, hacer eso sería caer más bajo que lo que se pretende castigar; quizás lo más indicado sea quitarle la responsabilidad que tenía.
En menos de dos meses sucedieron en México dos cataclismos causados por la fuerza de la naturaleza Uno provocó que se dañara considerablemente una plataforma petrolera en la zonda de Campeche, con perdida de varias vidas humanas. El otro causó una de las mayores inundaciones que ha sufrido el estado de Tabasco. No es mi intención relatar la tragedia ni cuantificar los daños, de eso ya se han ocupado los reportes oficiales y los medios de información, sino a un aspecto que se me hace importantísimo, que es precisamente la información tendenciosa y negativa de los medios, principalmente la televisión. Lo relativo al cerro que se desgajó ni hablar, terrible tragedia, fue donde se perdieron más vidas humanas, y ¿Quién podría prevenir lo que sólo está en manos de Dios? Solamente estar bien con El.
Si los medios, como dije principalmente la televisión, se dedicaran a informar exclusivamente los hechos, perfecto, pero no, resulta que se avientan a elucubrar para encontrar culpables, y para ello acusan a diestra y siniestra, y lo que es peor, insidian aquí, allá y acullá, provocando con ello confrontaciones innecesarias y menos con el problemón encima. Que si el gobierno estatal tiene la culpa, que si federal la tiene, que si fulanito o zutanito, que se yo, puras calenturas mentales, se obsesionan con el buscar y encontrar culpable. Hasta la ingeniería invaden, que si las presas estaban bien construidas y operadas, que si sobran o faltan obras hidráulicas, bla, bla, bla.
Una muy conocida comentarista de la televisión entrevistó al gobernador de Tabasco, que hasta ese momento estaba coordinándose muy bien con el presidente Calderón, después de una amplia plática muy ilustrativa, le espetó la pregunta, que supuestamente ya le ansiaba hacer: “señor gobernador, se dice que los culpables son los exgobernadores Madrazo y Andrade porque no realizaron las obras hidráulicas que deberían haber hecho”. Al principio como que el gobernador no le hizo mucho caso y aparentó no darle importancia a la pregunta, pero la comentarista se le fue encima y le machacó la pregunta, y ¡claro!, el gobernador reaccionó como fiera herida y le contestó: “mire, en tal caso la administración de Vicente Fox fue la que no hizo lo que tenía que hacer” y ahí empezaron las confrontaciones. Y aquí cabe la pregunta: ¿Qué necesidad tenía la comunicadora de marras hacer esa pregunta, sobre todo tan tendenciosamente?, “meter aguja para sacar hebra”.
En las entrevistas que hacen al azar los reporteros, la mejor contestación que oí fue el de una señora, que hundida hasta las rodillas en el agua, dijo: “¿por qué la gente no piensa que este es un aviso de Dios para hacernos que no sabemos cuidar un mundo lleno de riquezas que nos brindó?”
Ante las fuerza de la naturaleza no hay obra humana que la pare. Sabemos que Tabasco es una ciénaga, que con grandes obras hidráulicas se ha ido incorporando a la producción agropecuaria. ¿Qué se podía haber hecho más? Quizás, el ser humano siempre tratará, en la medida de sus posibilidades, de contener esa fuerza, pero ¡aún así ¿habría sido suficiente?! Nadie puede ni podrá asegurarlo. Yo pienso que nada de lo que se hubiera hecho podría haber evitado el daño causado por ese cataclismo.
Lo que si debemos valorar fue lo que si se hizo: salvar muchas vidas humanas y la maravillosa solidaridad mostrada por el pueblo mexicano. Sin embargo hasta en eso afloró la endémica desunión de los mexicanos, ¿cuántos medraron con las ayudas?, ¿cuántos se dedicaron al pillaje?, y lo que es más triste y lamentable, repartir la ayuda en forma partidaria, como sucedió con la que mandó don Marcelo Ebrard que provocó confrontaciones con los que por parte del gobierno del estado estaban comisionados para ello.
Uno de los mayores --si no es que el mayor-- lastres que tenemos los mexicanos es la desunión. Ante los hechos no hay argumentos, nuestra historia de país independiente habla por si sola. Siempre nos ha gustado agarrarnos de las greñas, nos encanta la confrontación, somos reacios para trabajar en equipo. Recuerdo uno de los cartones del genio inolvidable de Abel Quezada, cuya leyenda decía: «Al regreso de un viaje que hicieron un grupo de legisladores mexicanos a Uruguay para una de esas reuniones legislativas, resulta que el barco en donde venían empezó a hundirse y el capitán dio la orden de que todos, pasajeros y tripulantes, se distribuyeran en las lanchas que eran de número suficiente para todos. A los legisladores mexicanos los acomodó en una lancha muy grande en donde todos cupieron con holgura, y puso a un experimentado marinero al mando del timón y de la lancha. Cuando ya estaban embarcados y sobre las olas de un mar ligeramente movido, el marinero les indicó que tenían que llegar a una isla que se veía como un puntito en el horizonte y que para ello tenían que remar. Como entre los legisladores había de varios partidos (aquí lo actualizo para que se entienda mejor), empezaron a discutir. Los del PRI decían que remaran por turnos. A los del PAN les pareció bien pero que, como eran veinticuatro en total, se dividieran en tres grupos de ocho cada uno. Los de Convergencia más o menos estuvieron de acuerdo, con la salvedad de que tenían que hacer pausas cada media hora para tomar agua. Los del Verde y el PANAL, solo que los primeros dijeron que se prohibiera que escupieran y se orinaran en el mar. Los del PT dijeron que ellos apoyaban lo que el PRD propusiera. Pero los del PRD, que se habían mantenidos a la expectativa, dijeron: aquí se hace lo que nosotros queremos y nosotros decimos que NO, NO. NO. Paso seguido se armó las de San Quintín, gritos y sombrerazos, no esto no pues no llevaban sombreros, pero si cachuchazos, relojazos y anteojazos. PARENLE, A CALLAR, gritó el marinero y les espetó una especie de discurso-regaño-arenga: ‘señores mexicanos, ya déjense de pendejadas, o se callan y se sientan a remar todos parejito o nos va a llevar la corriente y nos vamos todos a la chingada’». Así, muy atinadamente por cierto, nos definía Quezada a los mexicanos, él incluido OF COURSE.
Cuantas veces hemos dicho y repetido: «Vis unita fortior» (La unión hace la fuerza). Sabemos y lo hemos constatado que en la historia del mundo han crecido con la unión los pequeños imperios y se han hundido con la discordia los mayores. Así debemos de entender que la sociedad no son los hombres, sino la unión de los hombres. La pregunta es: ¿llegaremos a cambiar?

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