sábado, 10 de noviembre de 2007

Los desastres naturales no deben ser sociales

A las mujeres y hombres de Tabasco

No todos los anos nos enfrentamos a este tipo de lluvias. Son varias las tormentas, huracanes y nortes que han azotado la costa del Golfo en particular, pero ambas con intensidad. Esta es siempre una buena excusa para discutir el calentamiento global, el efecto invernadero y la fuerza de la naturaleza. Sin embargo creo que es un momento interesante para hacer una reflexión sobre la capacidad de nuestros gobiernos para enfrentar desastres.
Hace unas semanas oía en radio una pegajosa tonadita que advertía de no establecerse en los márgenes de los ríos o de las laderas, pues los derrumbes y deslaves traen la muerte.
Nunca había visto, como este año, un despliegue mediático para apoyar la conciencia sobre desastres. Me sorprendió ver a Carlos Loret de Mola en su noticiero matutino con un desinflado huracán caribeño, hacer una explicación sobre el verdadero riesgo: las cantidades de agua que esos meteoros arrojan sobre nuestras cordilleras y lo que se genera desde ahí.
No fue un huracán el que puso a Tabasco de cabeza. Fueron las cantidades inauditas de agua que llegaron a los caudales de sus ríos y que pusieron a ese estado en esta inmersión.
Son tiempos en los que se requiere de gobiernos estatales y municipales en total sintonía, sincronía y solidaridad. No son tiempos para que todos empiecen a hacer uso político de las catástrofes; cosa que viene a cuento porque no faltan los que prefieren ponerse a especular que a ayudar, los que prefieren ponerse a linchar en lugar de recopilar alimentos y víveres.
Darle un uso político a estas situaciones demuestra el tipo de sociedad que somos, pero también nuestro rechazo manifiesto a los que quieren hacer negocio comercial o político con la desgracia ajena, refrenda nuestro lento proceso de evolución hacia una sociedad en el que la palabra solidaridad no sea un lema político o una forma para lavar culpas. Seremos un día una sociedad en la que la solidaridad sea parte de nuestra vida diaria.
Querer descubrir en estas tragedias fallas en nuestro sistema político, en nuestro sistema de atención a desastres o en nuestra preparación para catástrofes no es difícil. Son cientos los puntos en los que este tipo de fenómenos dejan al descubierto las carencias de nuestro sistema. Lo realmente difícil es lograr encontrar lo que se ha hecho mejor esta vez que la vez pasada. Es complejo descubrir las acciones heroicas de un cuerpo mal pagado de rescatistas, o de un improvisado equipo de seguridad. O las horas de trabajo que voluntarios otorgan en los albergues, o los sacrificios de las fuerzas armadas en su clásico nivel DN III. Es fácil ignorar lo sensato y bien preparado que ha sonado Andres Granier en el centro de este desastre, y eso que es priista.
En medio de la rapiña, la locura, la reacción lenta, la insensatez, la mezquindad y la fuerza del agua, parece que se asoma la posibilidad de decir que, poco a poco, México se ve mejor preparado para enfrentar desastres cada vez mayores. Que se empieza a configurar un sistema nacional de emergencia, alerta y ayuda que pone en poco tiempo ayuda y apoyo a comunidades afectadas.
No quiero sonar ni demasiado optimista, ni carente de sensibilidad a lo que miles de mujeres y hombres viven hoy en Tabasco: un desastre de proporciones épicas y que muchos han perdido todo.
Pero si creo que no debemos caer en el facilismo de la crítica desaforada sin una relativamente calmada reflexión sobre cuantos desastres tuvimos este ano y cuantos pueden faltar.
Creo que cada día menos gente muere y esa debe ser una buena nueva.
Ayudemos todas y todos.

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