domingo, 1 de marzo de 2009

¿Quien se acuerda de los hambrientos?

Por: Querien D. Vangal T.

Han pasado ya casi nueve años desde que en Nueva York, en la Cumbre del Milenio del 2000, se adoptasen ocho ambiciosos compromisos, conocidos como "Objetivos de Desarrollo del Milenio", tendentes a terminar con el hambre y la pobreza en el mundo. Nada hacía presagiar que hace cuatro meses los ojos de la opinión pública iban a dirigirse a una reunión extraordinaria que aglutinó en Washington a los más importantes mandatarios del mundo. ¿El motivo? El mundo, de repente se ha visito envuelto en múltiples crisis.
Pero, como siempre, la mayoría de los medios concentran su preocupación en la crisis económica y financiera, relegando a un segundo plano la crisis de los alimentos, la crisis de la energía, la crisis del clima, la crisis de la seguridad y, la no menos importante, crisis de credibilidad de organismos internacionales, como la ONU, el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial.
Había la esperanza de que la reunión del G-20 en Washington no fuera una escenificación más del despilfarro y la palabrería de una amalgama de veinte países cuyas economías y sistemas políticos padecen vicios muy particulares. Mucho temíamos que íbamos a asistir a un debate centrado en cómo deshacer los desvaríos de las economías ricas basadas en la especulación financiera desbocada. Y quizá luego, si sobra algo, para arreglar un poco la vida de los pobres y los hambrientos, que son las víctimas de siempre. Lo fueron antes, cuando las cuentas bancarias se engordaban con la especulación financiera invirtiendo en materias primas (en productos alimenticios) y lo siguen siendo hoy ante el desmoronamiento de la euforia especulativa.
Se miraba con esperanza la reunión del G-20 aunque se intuía que a iba a servir únicamente para que el G-8 buscara la manera de salvar el crecimiento de los países ricos, a costa de adelgazar aún más las economías de los países pobres a base de planes restrictivos, privatizaciones y reducción de la cooperación al desarrollo. Hace nueve años, el número de personas hambrientas iba disminuyendo; hoy son 923 millones, 75 millones más que en el año 2006.
Existían motivos sobrados para esperar de los mandatarios reunidos voluntad política para exigir que se retomen los compromisos de Desarrollo del Milenio y para que los gobiernos pongan orden en un sistema financiero y económico lleno de problemas de codicia e injusticia. Pero, todo quedó en vana ilusión, y cabe la pregunta: ¿se acordará alguien de esos 923 millones de hambrientos?
Hay que hacer notar en forma importante, calidad que tal parece no le dan los G8, es que precisamente los países africanos –que es donde existe la mayor incidencia del hambre-- se ha ahondado exageradamente las guerras –con sus depredación conjunta-- intestinas. Guerras en las que hay muchos intereses de los poderosos en juego.

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