domingo, 1 de marzo de 2009

Un mexicano a carta cabal

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Año con año el 20 de noviembre es un día donde correrá muchísima tinta para festejar otro aniversario de la Revolución Mexicana, pero nadie escribe y/o habla de tantos mexicanos que contagiaron con el fuego de su alma, de su palabra y de su fe, a todos los que lo rodeaban.
Para Anacleto González Flores sus dos grandes amores fueron Dios, sus semejantes y la Patria, a quienes consagró su vida y por los que murió con heroísmo. Fue un gran mexicano y un hombre que supo compaginar la alegría con el dolor, el buen humor con la profunda reflexión, la cultura más elevada con las tradiciones y los cantos populares y, sobre todo, la congruencia de la existencia con el pensamiento.
Líder cristero, exhortó a sus amigos así:
"Si los convido en este momento a continuar la tarea, no quisiera que alguno estuviera engañado acerca del alcance que tiene tal invitación: los convido a sacrificar su vida para salvar a México. Siento la sagrada obligación de no engañar a ninguno, yo, que soy aquí el responsable de la decisión de todos.
"Si me preguntara alguno de ustedes qué sacrificio le pido para sellar el pacto que vamos a celebrar, le diría dos palabras: tu sangre. El que quiera seguir adelante, deje de soñar con curules, triunfos militares, galones, brillo y victoria, y dominio sobre los demás. México necesita de una tradición de sangre para cimentar su vida libre de mañana. Para esta obra está puesta mi vida, y para esta tradición os pido la vuestra".
Líder cristero que supo morir así:
"General, perdono a usted de corazón. Muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar será su juez, y entonces tendrá usted en mí, un intercesor con Dios (...). Por segunda vez oigan las Américas este santo grito: Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!".
Así murió un hombre a carta cabal. El hombre que llevó siempre por delante la imagen de dios, de sus semejantes y de su Patria.
De estos hechos y ejemplos, siempre brota la gran incógnita: ¿por qué los gobiernos mexicanos contemporáneos se niegan caprichosamente a dar su lugar y reconocimiento a los actores de ellos, a conmemóralos en su debida dimensión? No se puede –por que sería como pretender tapar el sol con un dedo-- borrarlos de la historia y olvidarlos, pero el obtusismo absurdo del oficialismo persiste en ello. Aunque cabe decir y reconocer que a partir del año 2000 ha ido cambiando, poco a poco, esa absurda posición, ojalá que para bien de México y de los mexicanos, sea efectivamente un cambio de criterio oficialista. ¿Será que el año 2000 efectivamente sea un parteaguas en el criterio que caprichosamente y por muchos años prevaleció?
¡No se puede negar honor a quien honor merece!

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