sábado, 14 de noviembre de 2009

A 20 años del Telón de Acero, ¿sabemos qué es el Comunismo?

 

Por: José Jorge Quesada Pérez

noviembre / 2009

 

El comunismo, en su expresión más radical, que tuvo su forma histórica en la Unión Soviética, es ahora historia, tras la caída del Muro de Berlín. Es curioso que, pese a que no han trascurrido tantos años de este relevante acontecimiento político del siglo XX, quizá el tercero en importancia después de las dos guerras mundiales, la ignorancia de los lectores del contemporáneo es inmensa (la generación "Y": nacimos en los 80. Somos, pues, coetáneos, pero nunca nos enteramos qué era el Comunismo, porque simplemente lo vimos caer. Probablemente, recordamos mejor la canción "Wind of Change" que el desgarramiento para la que se compuso).

 

Sin embargo, el comunismo retoza todavía en algunas estrategias políticas y, ¿qué duda cabe?, continúa caldeando la cabeza de muchas personas influyentes. Precisamente porque, como ideología, sigue incidiendo y el comprenderlo facilita el entendimiento de algunas tendencias contemporáneas; es importante volver la mirada y detenerse a estudiar qué diantres fue el comunismo, qué motivó su fracaso (y por tanto, por qué continúa siendo inviable).

 

1. Mesianismo intraterreno. Veremos, a vuela pluma, las premisas filosóficas que permitieron el Comunismo. Fue con Francis Bacon, cuyo lema "Victoria cursus artis super naturam" (La victoria del arte, de la técnica, sobre la naturaleza), que la idea de "progreso" embriagó las inteligencias. Principió el viraje de la toda la cultura, que inundó también el mundo socio-político. Ahora era el ser humano quien debía trasformar al mundo y engendrar sistemas perfectos ("tranformarse" a uno mismo quedó en un plano secundario).

 

Dos conceptos gravitan en torno a la idea de "progreso": la razón y la libertad. En este ambicioso proyecto, la razón de progreso arraigaría en todo cariz cultural, y consecuentemente se asentaría, al fin, el reino de la libertad. La mística revolucionaria en la Francia de 1789 fue el intento pionero en instaurar el dominio de la razón y de la libertad, ahora también en la política; esta vez, por cierto, al modo burgués.

 

Muy a su pesar, el progreso técnico e industrial suscitó, paralelamente, un mundo terriblemente injusto, de condiciones suficientemente infrahumanas como para configurar al "proletariado industrial". Entonces, en 1848, un fantasma palpitante fascinó un mundo inequitativo, sediento de justicia: "El Manifiesto Comunista", que pretendía, además, ser "políticamente científico".

 

El progreso, utopía de un paraíso intraterreno, era inminente, mas no actual, porque "lo que sus ojos ahora no ven, los de sus nietos lo verán", rezaba la nunca cumplida profecía. Finalmente, la victoria del "Manifiesto" se revistió de vida –hoy de historia– con la victoria bolchevique, en 1917.

Ya entonces el Comunismo evidenció sus errores inherentes. Marx trazó el camino para bienlograr la revolución proletaria, pero una ingenuidad que hoy nos parece irrisoria le llevó a concebir que, simultáneamente, se lograría la socialización de los medios de producción, antecedente inmediato del estado comunista.

 

No obstante, esto se consiguió muy precariamente. Lenin pudo percatarse que en los escritos del maestro no estaba señalado el itinerario para vislumbrar el paraíso Comunista; sólo se hablaba de una "fase intermedia", cuyos abyectos efectos conocemos hoy muy bien. Al triunfo de la revolución siguió una vorágine de torpezas, con disidentes harto conocidos.

 

Osip Mandelstam en su "Epigrama contra Stalin" de 1938, que sentenció su propio destino, pintó poéticamente los horrores del gobierno rojo en Rusia: "… entre una chusma de caciques de cuello extrafino / él juega con los favores de estas cuasi personas / uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora / sólo él [Stalin] campea tonante y los tutea […] toda ejecución es para él un festejo que alegra su amplio pecho de oseta".

 

Siete millones de ejecuciones sólo entre 1934 y 1941: un desprecio absoluto por la vida; la muerte, banalizada; la justicia, coceada; la humanidad, escarnecida... No debe extrañarnos que, más tarde, la Unión Soviética no firmara en 1948 la Declaración de los Derechos Humanos. La retahíla de hostilidades continuó hasta la caída del Telón. De ahí que el matrimonio de incontables intelectuales con el partido Comunista terminara en adulterio... el más insigne, Alexandr Solschenitzin, quien, por lo mismo, sufrió en carne propia un mar de infamias.

 

2. Etiología del fracaso del Comunismo Marxista. (1) Hurgaré en las llagas del Comunismo. Entre la multitud de motivos posibles –económicos, políticos y sociales–, dos son, a mi juicio, las principales causas de la opresión Comunista y su fracaso. Primeramente, en su intento de instauración, el Marxismo endureció sus políticas, porque con él, "No interesa conocer el mundo, sino transformarlo" –undécima de "Las 13 tesis sobre Feuerbach"–, se absolutizó teóricamente la práxis.

 

Así, la historia sólo tenía un camino posible. Cualquier otra opción –cosmovisión filosófica, religiosa o política–, al ser una "enajenación", debía ser duramente reprimida. En palabras de disidente Octavio Paz, contenidas en "Pequeña crónica sobre grandes días": los comunistas, animados por una ortodoxia exclusivista, han exterminado cualquier otra visión… La consecuencia lógica fue el avasallamiento de la libertad. En otras palabras, se pretendió implantar la justicia social a pesar de la libertad (y no a causa de ella), por lo que no se logró sino estrujarla por completo.

 

El Comunismo no comprendió que la libertad es expansiva y creativa, no unidimensional, y por tanto, procedió aniquilándola, para sofocar los brotes de herejía que en su seno cundían. "En el altar de la verdad, 'verdad' Marxista por cierto, se sacrificó la libertad" –apunta en feliz expresión Rodríguez Luño–.

 

Hay otro error más solapado, por menos estridente, pero más fundamental –y que aletea en otros sistemas no Marxistas aún vivos–. Marx, en una visión economicista del ser humano y, por tanto, chata e incompleta, pensó que equilibrando las condiciones económicas –esto es, las estructuras–, se resolverían ¡todas! las contradicciones y rupturas que aquejan al hombre; pensó que mejorando el entorno externo se mejoraba al ser humano.

 

Adorno y Horkheimer, fundadores del marxismo crítico, ya hacían notar, en "La dialéctica del iluminismo", que la visión meramente economicista de los problemas antropológicos y sociales resulta incompleta. Pero no acertaron en señalar la llaga purulenta del sistema y, por tanto, no mostraron el error más radical. Y éste, observa Joseph Ratzinger, es que Marx olvidó que el hombre es libre; y que la libertad es la libertad, incluso para obrar el mal. Es decir, Marx no comprendió quién es el ser humano.

 

Aun cuando el régimen hubiese sido relativamente justo y no terriblemente opresor, el Comunismo era una quimera irrealizable, por escamotear la verdad más profunda sobre el hombre, su libertad, que puede decantarse tanto por el bien como por el mal: en efecto, el sistema estructural más oscuro puede ser iluminado por personas buenas, mientras que un sistema cuasi perfecto, pero compuesto por hombres desleales, mentirosos y perezosos es completamente irrealizable.

 

El fracaso comunista, incapaz de comprender esto, era inexorable; su ánimo sanguinario simplemente aceleró el proceso. No es, pues, "el sistema, la estructura político-económica perfecta", la que puede encauzar el verdadero desarrollo del hombre y la mujer, el desarrollo integral, y la justicia social. Lo que hay que propiciar en el hombre y en la mujer es el buen ejercicio de la libertad personal, santuario de su más profunda intimidad, no las estructuras, las cuales necesariamente apelan a condiciones extra epidérmicas.

 

 

El Comunismo, cúspide político-económica del proyecto ilustrado inmerso en el contexto científico con el "Victoria cursus artis super naturam" de Bacon, patentizó que se yerra de principio si se descuida la más perentoria de las necesidades, que la filosofía griega hace siglos había descubierto: transformarse a uno mismo, mediante la libertad personal.

 

(1) Comprendo que no debe asociarse tan fácilmente el Marxismo, filosofía de Marx, con el Comunismo, proceso ideal del mundo, de un lado, y de otro; la aplicación histórica, que no siempre fue fiel a su maestro, y que tuvo diferentes aplicaciones en todo el orbe. En este trabajo incluiré al Marxismo y al Comunismo (efecto concomitante) como un mismo fenómeno global del siglo XIX y XX.

 

«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

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