viernes, 27 de noviembre de 2009

Burló al gobierno para defender su fe

Por: Cirze Tinajero

noviembre / 2009


Si escuchamos el nombre de Miguel Agustín Pro Juárez, posiblemente a varios no nos parecerá familiar. Sin embargo fue un hombre digno de conocerse, de estar enterados de su historia, pero sobre todo, de admirar.

El Padre Miguel Agustín Pro Juárez era un hombre muy alegre, se esforzaba por vivir todas las virtudes; con un temperamento vivo, era travieso y gran aficionado a la música, a tocar la guitarra y la mandolina, y a entonar canciones populares con gusto. En las veladas familiares divertía a los demás con sus versos y magias.

Es decir, era un hombre con ganas de disfrutar la vida, pero sobre todo, de hacer que los demás la disfrutaran, para demostrarlo basta con saber un poco de él.

Nació el 13 de enero de 1891 en la población minera de Guadalupe, Zacatecas, y a los 20 años ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en Michoacán, pero en ese entonces la situación no era nada sencilla, las fuerzas hostiles de Venustiano Carranza merodeaban por los alrededores y hasta llegaron a disparar balas contra el noviciado, causando muchos destrozos. Miguel Pro, con tal de seguir su vocación y ordenarse como sacerdote, continuó sus estudios en California, luego en Granada (España) y finalmente se ordenó sacerdote en Bélgica.

Sin embargo, en Europa no todo era miel sobre hojuelas, una úlcera estomacal y la oclusión del píloro, lo obligaron a llevar un insoportable régimen dietético que le hizo sufrir al extremo de perder entre 200 y 400 gramos cada semana.

En esta situación realizó su anhelo de viajar a Lourdes, donde esperaba una intervención de la Virgen para que le devolviera las fuerzas que necesitaba para regresar a México, con la finalidad de ayudar a los católicos, entonces vejados por una persecución cuyo responsable era Plutarco Elías Calles, el entonces presidente.

Luego de 14 años de ausencia, regresó a su país natal para realizar jornadas agotadoras, muchas veces confesiones desde las cinco de la mañana hasta el medio día y luego de tres de la tarde a ocho de la noche.

Ante la creciente agresión contra la Iglesia, los Obispos se vieron en la extrema necesidad de cerrar los templos; por lo que el trabajo pastoral de Miguel Pro se hizo más difícil, pues tenía que realizar desde auxilios espirituales, celebrar la misa, asistir a escondidas a los moribundos, hasta celebrar bautismos, matrimonios o pláticas sin ser descubierto.

A causa de la persecución solía ir disfrazado, su atuendo recorría todas las capas sociales, vestía desde un pantalón de mecánico, con gorra calada; hasta corbatas y sombreros elegantes, y fumaba buenos cigarrillos de boquilla.

El Padre Miguel trabajó demasiado, pues además de estas labores sacerdotales, también ayudó a sostener a muchas familias indigentes, y su entrega le permitió ir de casa en casa para ofrecer sus servicios sacerdotales. La policía estaba sobre aviso y buscaba cualquier ocasión para pescarlo, pero los variados modos que el sacerdote tenía de vestirse, dificultaban su detención.

En la casona que llevaba el número 150 del Paseo de la Reforma vivía una familia que acogía con frecuencia al padre Miguel. Allí el sacerdote tenía uno de sus escondites, mientras que en la capilla de la casa se celebraban misas.

Un día al salir de allí se dio cuenta que lo seguían dos policías. Para su fortuna, a la vuelta de la esquina iba caminando una joven y no se le ocurrió otra cosa que quitarse el saco, ponerse rápidamente la cachucha y tomarla a ella con naturalidad del brazo, mientras le dijo en voz baja: "No se asuste, soy sacerdote, por favor simule que es mi novia". Los hombres que le seguían corriendo pasaron velozmente, dejando atrás al par de "enamorados".

Por su parte, el Papa Pío XI había defendido a los católicos mexicanos y condenado la injusta persecución. Calles se encontraba irritadísimo con él, pero no pudiendo descargar su ira contra un enemigo tan distante, la descargó contra un eclesiástico: el Padre Pro.

La tarde del domingo 13 de noviembre de 1927, Álvaro Obregón sufrió un atentado mientras iba en su automóvil, el General sólo recibió heridas leves, pero enfurecido y a gritos exigió que se pagara cara la fechoría.

No se supo quiénes fueron todos los autores del atentado, pero había que buscar una víctima; y aprovechando que existía un fuerte enojo contra El Vaticano, responsabilizaron al Padre Miguel Pro y a sus hermanos.

Los periódicos publicaron enseguida la noticia, por lo que Segura Vilchis, uno de los verdaderos implicados en el crimen, sufrió de un fuerte cargo de conciencia, corrió a la Inspección de Policía para señalar que los Pro nada tenían que ver con el delito; se delató a sí mismo y probó con toda facilidad que era culpable.

Sin embargo, al gobierno no le importó, y dio la orden de fusilar a los Pro y a Segura Vilchis sin sombra de investigación judicial.

Años después, los restos del Padre Miguel fueron trasladados a la parroquia de la Sagrada Familia, en la Colonia Roma de la Ciudad de México. Todavía en el cráneo podían verse los orificios de los tiros de gracia dados en su ejecución. Asimismo, una parte pequeña de sus huesos se depositó debajo del altar mayor de la Basílica de Guadalupe. No podrían haber quedado en mejor lugar.

«La justicia es la verdad en acción»

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