miércoles, 18 de noviembre de 2009

No la impongas, mejor vívela


Por: Equipo yoinfluyo.com

noviembre / 2009

 

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró, en 1996, que el 16 de noviembre sería recordado como el Día Internacional para la Tolerancia.

 

Aunque éste es un tema que se ha analizado y discutido en numerosos foros y documentos, hoy, a 13 años de distancia, vale la pena recordar qué es la tolerancia, la forma en la que ésta ha sido utilizada en ocasiones como recurso de grupos políticos para conseguir fines particulares, y finalmente cómo es que nosotros, los ciudadanos, vivimos este valor en nuestras vidas cotidianas.

 

Los efectos de la caída del Muro de Berlín e inestabilidad política y económica en algunas regiones del mundo caracterizaron la segunda mitad de la década de los 90. La adaptación de países de Europa oriental a un sistema político y económico mundial que tendía a la globalización, requería que los pueblos del mundo reflexionaran en torno a las diferencias sociales, culturales, políticas y económicas existentes entre sí.

 

El hecho es que la Unesco declaró el 16 de noviembre como el Día Internacional para la Tolerancia, algo que no necesariamente satisfacía aquellas necesidades.

 

Si bien la tolerancia es un concepto recurrente en los discursos políticos e ideológicos, lo cierto es que pareciera que éstos se inclinan en destacar los aspectos superficiales de la idea, antes que su verdadero alcance. Ya hemos dicho en yoinfluyo.com que, según Tomás de Aquino, la tolerancia se refiere más a "la aceptación de ciertos males para no impedir algunos bienes o para no incurrir en males peores".

 

Sin embargo, con el paso de los años y la penetración de diversas ideologías en la cultura occidental –como la de género–, la tolerancia se ha transformado en la aceptación de toda diferencia étnica, cultural o de cualquier índole, sin hacer pasar al concepto por el filtro de la ética aceptada por el sistema social (Ver artículo de "La inquisición rosa", entre otros).

 

Por su parte, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) prepara una iniciativa que reconocería las relaciones homosexuales como "matrimonios". Entre otras cosas, se argumenta que esta iniciativa es motivada por la justicia.

 

¿Realmente esto es tolerancia? ¿Ésta era la intención de la Unesco cuando decidió instaurar el Día Internacional para la Tolerancia? ¿Por qué la mayoría de los mexicanos, hombres y mujeres, siguen sin aceptar esta situación? Y que quede claro a los legisladores que en ésta, como en otras iniciativas, hay ciudadanos que nos mantenemos al pendiente de su trabajo. Que no se confunda lo que la tolerancia realmente es.

 

Dice el pensador Álvaro Fernández que la tolerancia "parece ser uno de los valores más cotizados en el mercado de la posmodernidad. Todo se puede tolerar –pero se discrimina a las familias numerosas, a los que no siguen las normas contraceptivas 'socialmente aceptadas', a los que se empeñan en vivir la castidad o formar una familia formada en los valores tradicionales. Todo se tolera, salvo aquello que los tolerantes no están dispuestos a tolerar. No se tolera el orden, ni la jerarquía, ni nada que ponga obstáculos a la 'libertad' (…) y olvidan que ésta, para ser verdadera, debe estar cimentada en la Verdad y ordenada al Bien".

 

¿Y cómo es que los ciudadanos nos esmeramos en vivir la tolerancia? ¿Cuál es nuestra reacción cuando algún conductor malicioso se nos cierra en el tráfico? ¿Qué decimos cuando algún abusado, para ahorrarse tiempo, se mete en la fila en la que nosotros llevamos horas formados? ¿Qué hacemos cuando nos enfrentamos, cara a cara, con los problemas de indígenas que piden ayuda monetaria en el Metro? Aunque no compartamos el estilo de vida de las personas homosexuales, ¿acaso son motivo de discriminación y violencia?

 

No nos confundamos. La tolerancia no se traduce en la aceptación incondicional de las diferencias. Sólo en el diálogo y comprensión mutua encontraremos los puntos de acuerdo a través de los cuales podremos avanzar para construir un México más justo. Y cuando hablamos de justicia, nos referimos también a la necesidad que tiene una democracia de escuchar la sana discrepancia en puntos de vista dominantes, como todavía no sucede en el Distrito Federal, en su gobierno central ni en el parlamento local.

 

Los ciudadanos también tenemos la responsabilidad de actuar por la consecución de la verdadera tolerancia. No vaya a ser que, como ya sucede, tengamos que conformarnos con el paradigma de que no es posible ponernos de acuerdo entre nosotros.

Suficiente tenemos ya con una clase política, en ocasiones incompetente y estrecha de miras, que no es capaz de llegar a acuerdos simples y por demás sencillos. En nuestras manos de ciudadanos está la oportunidad de hacer las cosas de forma diferente. Dialoguemos sobre nuestras divergencias.

 

 

 

«La ley disciplina nuestro cotidiano vivir»

 



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