sábado, 14 de noviembre de 2009

Mexicanos traicionados, Don Fernando fue uno de ellos

 

Por: Antonio González Díaz

05 / 11 / 2009

 

La madrugada del 1 de noviembre Don Fernando se fue al cielo. Dejó su choza de seis por seis metros, con piso de tierra, unos trastos viejos de peltre y barro, su petate y el morral en el que cargaba uno de sus mayores tesoros: un recorte de periódico arrugado.

La muerte de Don Fernando hubiera sucedido como cualquiera que pasa en las paupérrimas comunidades de nuestro país: inadvertida; pero significa para mí algo más allá.

El recorte arrugado que Don Fernando atesoraba con recelo era su imagen junto a la del "señor licenciado" que un día lo visitó, en medio de una apretada agenda de campaña que el candidato a Diputado trazó, o le trazaron, en aquella pinchurrienta zona serrana, para darse "un baño de pueblo", para que la gente lo conociera y reconociera, por si el apoyo del gobernador no era suficiente para que ganara la curul.

La víspera al día que "el candidato" llegó a la comunidad, Don Fernando no pudo dormir, estaba muy inquieto; cuentan los vecinos que deambulaba por su choza, salía al corral, lo miraba de reojo, se acercaba a él y luego se alejaba taciturno.

Muy temprano, el anciano se levantó del petate, de un jalón corrió la cortina de la entrada, irrumpió en el corral y le tronó el pescuezo a su guajolote que engordaba para vender. Los vecinos se quedaron inmutados. "Pero Fernando, ¿qué has hecho? Ese guajolote era lo único que tenías", le dijo su amigo Germán.

Don Fernando justificó el asesinato del animal: "Lo voy a hacer en mole para el 'señor licenciado', a ver si él si nos trae las semillas y nos apoya con agüita para los animales y la siembra".

A Don Fernando alguien le dijo que había que quedar bien con "el candidato", que "nomás votaran por él y les cumpliría todas sus necesidades, es más, que ni necesidad habría de que bajaran al pueblo, que sólo dándoles su credencial de elector, ellos mismos meterían la boleta a la urna".

Total, el "señor licenciado" llegó al pueblo, abrazó a Don Fernando y a otra mujer de nombre Cleotilde, levantó a un chamaco del piso y le dio un beso en el cachete. Palmeó la espalda de unas niñas e inclinó la cabeza ante Doña Mercedes, la mujer más anciana de ahí. Hasta ahí llegó el acto de campaña amenizado al ritmo de tambora. "El candidato" sacudió sus botas, inclinó su sombrero, subió a su camioneta y escapó del lugar.

El mole de Don Fernando se quedó servido, la tambora calló y aquel pueblo volvió a ser el mismo de siempre.

A la semana siguiente un amigo del candidato llegó a la comunidad con unos periódicos bajo el brazo y se los mostró a los vecinos. "Miren, ahísta el reportaje de la visita de el 'señor licenciado', ahí mesmo dice que les va a cumplir sus necesidades ahora que gane la diputación; mire Don Fernando, escogieron su foto, usté ya es amigo de nuestro candidato".

Don Fernando tomó la hoja de papel, la dobló y luego de lanzar un suspiro, susurró: "Primero Dios el próximo año tendremos siembra y cosecha".

Eso fue lo último que supo la gente de la comunidad de su candidato. Nadie tuvo a bien decirles que ganó, que fue retratado junto a la dirigente del partido en su toma de protesta y que desde el lugar en "gayola" de la Cámara de Diputados que le tocó, juró velar por los intereses de la nación.

Y por supuesto la gente de aquel pinchurriento lugar jamás sabrá que el "señor licenciado" deslizó su dedo por un mecanismo electrónico de votación para que "su gallo" les diera la estocada final recetándoles más pobreza a su pobreza.

Don Fernando no vivió para conocer la decisión que tomaron los senadores del Congreso de la Unión el fin de semana de su muerte. Nadie podrá decirle que su miseria no fue tan profunda como la que sufrirán los que sobreviven a la pobreza extrema en que está sumergida su comunidad.

Don Fernando murió de una enfermedad respiratoria que hubiese podido ser atendida con unas cuantas medicinas que el dispensario de la Iglesia ni en sueños tendrá.

Quizá el nombre de este anciano no signifique nada para el Diputado que algún día se retrató con él, su nombre no valdrá más que la palmadita que se ganó de la dirigente nacional de su partido y del estrechón de manos sin fuerza que le propinara el líder de la fracción.

A Don Fernando lo olvidó su "candidato" desde el momento mismo en que sacudió sus botas, inclinó su sombrero, subió a su camioneta y escapó de aquel pinchurriento lugar.

A Don Fernando lo traicionó el "señor licenciado" desde el momento mismo en que se sumergió en ese sistema que no representa más que a los intereses de partido y toma sus decisiones de espaldas a la nación. A Don Fernando nadie le dijo que hoy en día al Congreso ya no lo integran héroes y patriotas, sino un puñado de gente sin escrúpulos.

Lo traicionó su "candidato" y a nosotros el resto de los traidores malogradamente llamados "diputados" y "senadores".

Así vemos y oímos cotidianamente, en los "debates" de la H (?) Cámara de Diputados las más soeces y deplorables disertaciones (?) de nuestros "representantes".  La única conclusión que cabe es que "por eso estamos como estamos".

 

«Por mi patria hablará la razón de la justicia»

 



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