sábado, 8 de diciembre de 2007

El "Manco de Puebla"

Enrique Galván-Duque Tamborrel

Nació en Matamoros, estado de Tamaulipas, en el año de 1833, y murio en Chapingo, Estado de México, en el año de a893. Su audacia –-muchas veces irresponsable-- lo llevó a ser herido al menos en diecisiete ocasiones. Las cicatrices en su cuerpo mostraban los vestigios de balas y metralla. Una marca permanente sobre su rostro daba testimonio de la “caricia” recibida por la afilada hoja de un sable. Y sin embargo a la hora del combate nunca se arredró. Era un hombre hecho para la guerra.
Su gusto por las armas tenía origen en el conflicto contra Estados Unidos. Con catorce años de edad, la difícil economía familiar lo había obligado a dejar los estudios para apoyar a su padre, viudo y propietario de un rancho miserable “donde ni siquiera las tuzas sobrevivían”. Por algún tiempo el comercio representó su tabla de salvación, pero la invasión norteamericana interrumpió la incipiente prosperidad familiar.
En la defensa de Matamoros, el joven Manuel compartió la trinchera con su padre, don Fernando González. Fue su bautizo de fuego aunque, paradójicamente, también significó la orfandad definitiva: antes de la rendición de la plaza, don Fernando cayó muerto por las balas del invasor. Sin más futuro que cargar un fusil al hombro, Manuel enterró a su padre, tomó unos minutos para despedirse y marchó hacia el centro del país buscando su incorporación como soldado raso en el ejército mexicano. Bajo el mando de Santa Anna, combatió en Monterrey y en la tristemente célebre batalla de la Angostura.
En la década de 1850, ya como miembro del ejército, gozó de la amistad e influencia de otro sobreviviente de la guerra del 47 y contemporáneo suyo: Miguel Miramón, joven promesa militar, de quien aprendió valores como el honor, la integridad y sobre todo la parte científica de la carrera de las armas. Como era natural, al estallar la guerra de Reforma, Manuel González abrazó la causa del partido conservador.
Con la intervención francesa en ciernes ---apoyada abiertamente por los conservadores--, no dudó en cambiar de bandera. El amargo recuerdo de la invasión norteamericana era suficiente para optar sin miramientos por la defensa de patria, aun a sabiendas de que su ingreso al ejército republicano sólo era posible como soldado raso debido a su militancia en las filas de la reacción.
La fortuna, sin embargo, le sonrió: su destino coincidió con el de otro hombre de armas cuya carrera iba en franco ascenso: Porfirio Díaz. El general oaxaqueño quedó gratamente impresionado por los dotes de buen jinete que mostraba González y lo incorporó a sus filas con el grado militar que tenía en las filas conservadoras: teniente coronel. En poco tiempo lo nombró jefe de su estado mayor.
A partir de la guerra contra la intervención y el imperio (1862-1867), los dos hombres forjaron una estrecha amistad, llegando incluso a ser compadres. Fue en el asalto republicano a la ciudad de Puebla –2 de abril de 1867- cuando González perdió el brazo derecho, y en Tecoac 1876, cuando su oportuna intervención y una herida que abrió nuevamente su muñón, significaron el triunfo de la revolución de Tuxtepec, la silla presidencial para Porfirio y el ministerio de Guerra para González. De ahí a la primera magistratura del país sólo había un paso. Tenía que esperar pacientemente a que concluyeran los cuatro años del gobierno de Díaz.
Aunque su elección como jefe del poder ejecutivo se verificó guardando todas las formas constitucionales, en la mentalidad del guerrero tamaulipeco, el poder era una más de sus conquistas; otra plaza tomada luego del asedio; una batalla ganada. “Se sobreponía en él –-escribió Justo Sierra-- no sé que espíritu de aventura y de conquista que llevaba incorporado en su sangre española y que se había fomentado en más de veinte años de incesante brega militar en que había derrochado su sangre y su bravura. El general González es, un ejemplar de atavismo: así debieron ser los compañeros de Cortés; física y moralmente así. De temple heroico, capaces de altas acciones y de concupiscencias soberbias, lo que habían conquistado era suyo y se erizaban altivos y sañudos ante el monarca, para disputar su derecho y el precio de su sangre. El presidente creía haber conquistado a ese precio, en los campos de Tecoac, el puesto en que se hallaba; era suyo y lo explotaba a su guisa”.
De ahí su incapacidad para gobernar eficazmente. En los cuatro años que duró su mandato Manuel González no ejerció el poder, lo padeció. De nada le valieron sus cualidades militares. El impulso a la construcción de ferrocarriles, el crecimiento de la red telegráfica y la fundación del importante Banco Nacional de México --logros nada despreciables-- palidecieron ante los escándalos de corrupción que envolvieron a su gobierno.
Una crisis hacendaria impidió al ejecutivo cubrir durante diez meses el sueldo de los empleados públicos. La emisión de moneda de níquel –-que intentaba sustituir a la plata y se depreció en un 60 por ciento-- originó un violento motín en la ciudad de México. La quiebra del Nacional Monte de Piedad puso de manifiesto la falta de experiencia de la administración y el reconocimiento de la deuda inglesa desencadenó una serie de rumores que involucraban al presidente en negocios turbios.
Si bien, don Manuel no había podido ganarse la confianza de los ciudadanos y su gobierno estaba muy lejos de cumplir con las expectativas de la sociedad, la prensa se había ensañado. Era un secreto a voces la existencia de una campaña de desprestigio en contra del “manco”, orquestada desde el anonimato por su compadre Porfirio Díaz. La intención era clara: exponer a González al escarnio público para evitar que le tomara gusto a la silla presidencial.
El peor de los ataques contra su persona sostenía que a raíz de la pérdida de su brazo, don Manuel había desarrollado un desenfrenado apetito sexual, y para calmar sus más bajas pasiones había mandado construir en Palacio Nacional una habitación contigua al jardín, con una puerta secreta que daba a la calle por donde desfilaban núbiles jovencitas de piel suave y firme para saciar el apetito presidencial. En poco tiempo el secreto pasadizo ya era conocido como “Paso de Venus”. Tal era el supuesto desenfreno del “manco” que uno de sus detractores ---Salvador Quevedo y Zubieta-- corrió el rumor de que el general había mandado traer a una insaciable mujer de la región rusa de Circasia cuya experiencia en las artes y placeres sexuales hubiera hecho envidiar a la diosa Venus. De acuerdo con Zubieta, “el vulgo hablaba de una circasiana importada expresamente para él” que se alojaba en su hacienda de Chapingo a donde el presidente acudía cotidianamente para deleitarse con la magia sexual de aquella exótica mujer.
Nunca pudo comprobarse el asunto de la circasiana, pero ciertamente el presidente González utilizó el poder para favorecer a doña Juana Horn, su segunda mujer. En 1884 reformó el código civil de 1870 que establecía como obligación heredar exclusivamente a la familia legítima, con lo cual se beneficiaba su primera esposa –Laura Mantecón Arteaga- y sus hijos. Sin embargo, con la reforma, se determinó que una persona podía heredar libremente.
Los escandalosos rumores pronto acabaron con la reputación de Manuel González, pero a pesar de conocer el origen de los ataques jamás desenmascaró a su compadre. Al concluir su periodo presidencial en 1884, su lealtad se mantuvo inquebrantable: aceptó la reelección y entregó el poder a Porfirio Díaz.
Retirado del escenario nacional, González ocupó la gubernatura de Guanajuato hasta su muerte. Curiosamente, los ataques desaparecieron por completo y nadie cuestionó su gestión como gobernador. Hombre de lealtades, de su boca jamás salió un reproche para su compadre. Durante su entierro, famosa se hizo una frase que como epitafio resumía la personalidad del viejo guerrero: “Tenía un solo brazo, pero de hierro; y una sola mano, pero de amigo”.

1 comentario:

francisco dijo...

Muy buen artículo sobre mi General González, tambien dijo casi al final de su vida "...Yo no soy mas que un buen hombre enteramente inutil para la politica, Mejor, mejor para mi."